Rose Collins.
Aparté mis ojos de los suyos sintiendo los nervios recorrer mis extremidades, jugué con mis dedos en un intento de distraerme y él sólo sonrió para luego acercarse a uno de los sillones. Lo seguí como perrito perdido y me senté a su lado, manteniendo una distancia prudente entre ambos. Eros dejó el vaso con vino y la caja sobre la mesa frente a nosotros, me miró con diversión tras ver que había un espacio bastante grande entre ambos.
— ¿No piensas acercarte?
— Ah, claro.— murmuré avergonzada.
Me acerqué unos centímetros más a él pero no le bastó, me tomó por la cintura para acercarme aún más de forma que mi pierna rozaba la suya. Una sonrisa nerviosa cubrió mis labios y oculté mis dedos los cuales temblaban, Eros asintió satisfecho y abrió la caja para extraer varios vendajes con un pote de ungüento.
— A ver.— susurró tomando mi rostro entre sus dedos y evité mirarlo a los ojos.— ¿Te duele?
— Un poco.
— Deberías descansar.
— Sí, más tarde quizás.— respondí encogiéndome de hombros.
Sus dedos abandonaron mi mentón para subir a mi ceja donde limpió la sangre seca, luego pasó a mi frente y cerré mis ojos tras sentir un pequeño ardor. Era consciente de la cercanía de nuestros rostros, pero podía utilizar el dolor como excusa para no verlo a los ojos. Sus movimientos eran suaves y delicados, esparció el ungüento por las heridas hasta que llegó a cubrirlas con los vendajes recibiendo parte de mi ayuda.
Pasé la mano por las vendas e hice una mueca, la última vez que me vi obligada a recibir un tratamiento de primeros auxilios fue de pequeña cuando me fracture un hueso. Eros apartó la caja y bebió del vino, a pesar del silencio incómodo que nos rodeaba él se veía demasiado tranquilo. Lo miré de pies a cabeza y no tenía un rasguño, debo admitir que lo envidiaba.
— ¿Tú estás bien?
— Sí, algún que otro rasguño.— se encogió de hombros.— Lo importante es que salimos vivos.
— Cierto.
— ¿Dónde aprendiste a disparar? ¿Y esa actitud defensiva de dónde salió? —preguntó clavando sus ojos sobre los míos y sonreí nerviosa.
— Desde pequeña mi padre me ha enseñado formas de defenderme, nunca las consideré necesarias aunque me vi obligada a usarlas en más de una ocasión.— admití.
— ¿Por qué lo dices? Por alguna razón, tengo el presentimiento de que no nos has contado todo lo que ocurrió en Francia.
Oh no.
— ¿A qué viene ese presentimiento?
— La primera vez que hablamos, los chicos te preguntaron sobre Francia y sólo evitaste el tema.— respondió de forma directa.— Sólo sabemos que estudiaste música y ahora que también tienes conocimientos en métodos de defensa.
— No me gusta hablar sobre Francia.
— ¿Qué ocurrió?
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Pequeño Demonio: Enamórame ✔
RomanceDos corazones que latían al unísono desde la infancia, estaban destinados el uno al otro pero la vida nunca está de acuerdo con el destino. Eros Loughty, un chico con una sonrisa increíblemente atractiva que podría deshacer tus barreras con una mir...