25| La Entrada Al Infierno

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Rose Collins.

Aparté mis ojos de los suyos sintiendo los nervios recorrer mis extremidades, jugué con mis dedos en un intento de distraerme y él sólo sonrió para luego acercarse a uno de los sillones. Lo seguí como perrito perdido y me senté a su lado, manteniendo una distancia prudente entre ambos. Eros dejó el vaso con vino y la caja sobre la mesa frente a nosotros, me miró con diversión tras ver que había un espacio bastante grande entre ambos.

— ¿No piensas acercarte?

— Ah, claro.— murmuré avergonzada.

Me acerqué unos centímetros más a él pero no le bastó, me tomó por la cintura para acercarme aún más de forma que mi pierna rozaba la suya. Una sonrisa nerviosa cubrió mis labios y oculté mis dedos los cuales temblaban, Eros asintió satisfecho y abrió la caja para extraer varios vendajes con un pote de ungüento.

— A ver.— susurró tomando mi rostro entre sus dedos y evité mirarlo a los ojos.— ¿Te duele?

— Un poco.

— Deberías descansar.

— Sí, más tarde quizás.— respondí encogiéndome de hombros.

Sus dedos abandonaron mi mentón para subir a mi ceja donde limpió la sangre seca, luego pasó a mi frente y cerré mis ojos tras sentir un pequeño ardor. Era consciente de la cercanía de nuestros rostros, pero podía utilizar el dolor como excusa para no verlo a los ojos. Sus movimientos eran suaves y delicados, esparció el ungüento por las heridas hasta que llegó a cubrirlas con los vendajes recibiendo parte de mi ayuda.

Pasé la mano por las vendas e hice una mueca, la última vez que me vi obligada a recibir un tratamiento de primeros auxilios fue de pequeña cuando me fracture un hueso. Eros apartó la caja y bebió del vino, a pesar del silencio incómodo que nos rodeaba él se veía demasiado tranquilo. Lo miré de pies a cabeza y no tenía un rasguño, debo admitir que lo envidiaba.

— ¿Tú estás bien?

— Sí, algún que otro rasguño.— se encogió de hombros.— Lo importante es que salimos vivos.

— Cierto.

— ¿Dónde aprendiste a disparar? ¿Y esa actitud defensiva de dónde salió? —preguntó clavando sus ojos sobre los míos y sonreí nerviosa.

— Desde pequeña mi padre me ha enseñado formas de defenderme, nunca las consideré necesarias aunque me vi obligada a usarlas en más de una ocasión.— admití.

— ¿Por qué lo dices? Por alguna razón, tengo el presentimiento de que no nos has contado todo lo que ocurrió en Francia.

Oh no.

— ¿A qué viene ese presentimiento?

— La primera vez que hablamos, los chicos te preguntaron sobre Francia y sólo evitaste el tema.— respondió de forma directa.— Sólo sabemos que estudiaste música y ahora que también tienes conocimientos en métodos de defensa.

— No me gusta hablar sobre Francia.

— ¿Qué ocurrió?

Pequeño Demonio: Enamórame ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora