33| Pasos Pequeños

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Rose Collins.

Miramos hacia ambos lados de la calle antes de cruzar, para nuestra suerte, el paraguas nos cubría a ambos. El edificio frente a nosotros era un poco más pequeño que el de la empresa de mi tío, las paredes estaban cubiertas por ventanales a partir del segundo piso para arriba; sin duda alguna, su arquitectura era moderna. Al ingresar, mis ojos pasaron por la recepción hasta detenerse en una mujer vestida de falda y camisa violeta pastel, era pelirroja y sus ojos de un bonito tono verde.

— ¿Señorita Collins?.— preguntó amablemente y asentí, un poco atontada por su tono dulce.— Sígame, el señor está esperándolos en su oficina.

Miré a Foster quien asintió y ambos la seguimos hasta el elevador, por alguna razón, ella se veía nerviosa. Era más alta que yo pero no más que Foster, me preguntaba si ella realmente conocía a qué se dedicaban en este edificio o sólo era una pasante. Un golpe en el brazo me hizo girarme hacía mi amigo quien la señaló con la cabeza.

— ¿Llevabas mucho tiempo esperándonos?.— preguntó casual.

— Oh no, sólo unos minutos.— respondió ella moviendo sus pies.— El director me dijo que estaban en camino y decidí esperarlos abajo.

— Lamento haberte perder el tiempo en este tipo de tareas, es que nunca antes vinimos a la empresa y no sabemos guiarnos.— me apresuré en decir a lo que ella sonrió.

— Tranquila, sé por experiencia propia que es muy difícil perderse aquí.

Las puertas se abrieron dejando a la vista un piso con pequeñas oficinas, el aroma a café me inundó al igual que el sonido del llamado telefónico, fruncí el ceño mientras seguía a la mujer. Finalmente, llegamos a la puerta negra donde residía el director de la empresa, ella se detuvo a varios metros de distancia y miró el título con desagrado.

— Es aquí, pueden tocar y él los atenderá.

— ¿No vas a entrar?.— preguntó Foster.

— Mhm, no, tengo otros asuntos por resolver.— se excusó con nerviosismo y vi que mi amigo iba a refutar pero intervine.

Estaba claro que no quería pisar esa habitación ni aunque se lo rogaran.

— Muchas gracias por traernos, eres muy amable.— dije con una sonrisa y su rostro se iluminó.— De aquí en adelante podemos estar solos.

— Si necesitan mi ayuda otra vez no duden en llamarme.— se despidió.

— ¿No creés que actuaba un poco extraño?.— susurró Foster.

— Sí, es cierto.

Nos volteamos hacia adelante y golpeamos la puerta, unos pasos se oyeron hasta que esta se abrió dejándonos ver a nuestro tío Max, no era oficialmente un tío pero ambos lo veíamos como parte de nuestra familia. A pesar de los años, seguía viéndose joven y manteniendo esa expresión de niño travieso de la cual mamá siempre se reía. Sus ojos parecieron destellar en alegría cuando nos vio, su cabello estaba acomodado hacia un lado y supuse que se esforzaba en mantener una buena impresión para sus empleados.

— Oigan, que alegría verlos, chicos.— comentó mientras se hacia a un lado para dejarnos pasar.— ¿Quieren algo? ¿Café o un té? ¿Vinieron solos?

— No... Una mujer nos dejó aquí y dijo que la llamemos por si necesitábamos algo.— respondí con una sonrisa.

— Muy bonita, por cierto.— halagó mi amigo con las manos en los bolsillos.

— Mhm, ya veo...— susurró Max con el ceño fruncido.— Como sea, ¡Qué guapo te has puesto, Foster! Y mira esos músculos, debes tener muchas mujeres haciendo fila.

Pequeño Demonio: Enamórame ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora