17. Chocolate

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17. Chocolate

La culpa fue del chocolate.

Concretamente, la culpa fue de esas dichosas onzas que vio en el rincón de un puesto de dulces del mercado callejero de Rodorio; el comerciante estaba ocupado atendiendo a un par de mujeres que iban con el cesto colgando del brazo, repleto de verduras frescas, y el chocolate estaba ahí, cerca de su olfato, esperándole, llamándole a gritos.

Quiso comportarse con educación y hurgó en sus bolsillos descosidos, confirmando la falta de cualquier moneda con la que poder pagar su cambio de dueño. Pero el chocolate le insistía en que era en su boca donde quería derretirse, la suya y la de nadie más.

Y lo hizo.

Aprovechó su habilidad para moverse sin ser visto, aunque fuera a plena luz del día y la máscara estuviera escondida bajo un matorral cómplice, arraigado entre tierra de pueblerinos y tierra de divinidades. Sus dedos se movieron ágiles y dos onzas de chocolate desaparecieron de su puesto para hallarse dentro del viejo refugio de unos bolsillos poco seguros. Al fin y al cabo sabía que ya encontraría algo con qué protegerlas una vez hubiera abandonado la saturación de las calles empedradas

De regreso al Santuario pasó por el camino colindante a un viñedo, de donde se proveyó dos hojas de parra para envolver las piezas de chocolate, sintiendo cómo su boca se hacía agua sólo de pensar en el momento en que daría cuenta de una de ellas; la otra había pensado en dársela a probar a Asmita, como símbolo de una enésima reconciliación entre sus actitudes mansas y las palabras ácidas que jamás dejaban de criticarlas.

Compartieron sombras proyectadas por las majestuosas columnas que sostenían el Sexto Templo, disfrutaron de la brisa vespertina que serpenteaba entre ellas y degustaron esa exquisitez tan simple y sencilla.

Aún entonces no sabía que la culpa acabaría achacándola al chocolate. Algo debía tenerla, y sus propios deseos no entraban en las apuestas.

Y fue ahí.

Justo en ese momento.

Cuando la lengua de Asmita acarició sus labios custodios y así llevarse con ella cualquier rastro de ese dulce desconocido hasta entonces.

Sí, no había duda...

La culpa que la lengua de Defteros se decidiera a degustar ese intenso sabor en otros labios fue, única y exclusivamente, del chocolate.

30 drabbles y viñetas para DefterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora