Capítulo 3 ¡Al demonio, tengo una cita!

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Capítulo 3 ¡Al demonio, tengo una cita!

La mañana siguiente, maniobraba yo con el café en manos, mientras intentaba leer los mensajes de texto en el celular cargando en brazos el maletín de trabajo. Mirando aquí y allá, pasé lista de las cosas que tenía que hacer en la casa. Cortar la grama, pintar la casa, y tal vez plantar una flores en el pequeño jardín frente al balcón.

Ya en la acera, la extraña sensación de ser observado me erizó la piel. De inmediato me giré, quedando de frente a la casa de Martha. Solo pude ver el rápido movimiento de las cortinas que se cerraron tras una de las tantas ventanas francesas de aquella mansión.

—Hoy es el día— me armé de valor y con mi reguero de cosas en mano, me dirigí hacia la terraza de la mansión Higgins Von Heir. Allí, no se si como un titán o un tonto, cuadré mis hombros frente aquella gran puerta roja y sin titubear, toqué el timbre. Una, dos, tres veces apreté aquel botón... y nada. Sólo los pajarillos chirriaban en la baranda del enorme balcón.

Sintiéndome tanto decepcionado como estúpido, di media vuelta y me fui. Entendí que era mejor dejar aquello allí. Quienquiera fuere la persona que me espiaba tras la ventana, no quería dejarse ver. Tal vez era muy pronto, o una imprudencia de mi parte haber cruzado los límites de aquella casa. O tal vez, ella se sintió avergonzada tras ser descubierta.

—Algún día te dejarás ver Martha. No puedes permanecer encerrada para siempre— murmuré, lanzando una carcajada tras mi soliloquio. Abrí la puerta de mi "Jeep" y colocando los motetes sobre el asiento del pasajero, encendí el vehículo y no sin antes lanzar de reojo una última mirada a la gran casona, arranqué hacia mi trabajo.

Ya por el centro del pueblo, eche un vistazo al museo, donde unos trabajadores colgaban un cruzacalles que anunciaba una exposición de arte. Para mi asombro, se trataba de mi artista contemporáneo favorito, M. Higgins. El hombre era un genio... y todo un misterio. Se decía que mandaba a terceros a organizar sus exhibiciones. Nunca nadie le había visto y aún así, sus obras estaban valuadas en miles de dólares, precisamente por la incógnita. Su firma desprovista un rostro le añadían valor q todo lo que pintaba.

Definitivamente que tendría que organizar una excursión con los estudiantes al museo en la fecha anunciada. Sabía que lo encontrarían interesante. Les fascinaba lo misterioso.

Ya en la escuela, en el primer curso de historia de Estados Unidos, llevé a los estudiantes a la biblioteca a ver un documental de la Guerra Civil. Había coordinado la visita con la señorita Carvalho, la atractiva bibliotecaria de la escuela. La joven de origen brasileño, era una muestra de lo hermosas que son las cariocas.  Aquella beldad amazona, sólo me recordaba con su simpatía e inteligencia, que yo necesitaba buscarme una novia. Esto del celibato forzoso no me sentaba bien.

Parado en una esquina, observaba a la señorita Carvalho, explicaba las reglas de la biblioteca a los estudiantes y les daba una breve introducción al tema de la Guerra Civil. Una vez comenzó el documental, me senté frente a una computadora al costado del ala virtual y mientras observaba de reojo al grupo, me enfocaba en la segunda tarea a realizar ese día: buscar información acerca de Martha y la Gran Casona.

—¿Le gusta negro el café?¿Cuantos de azúcar? O lo prefiere puya, así como dicen ustedes los boricuas— la sensual bibliotecaria se acercó a mi, taza de café en mano.

—Tres de azúcar, por favor... gracias Señorita Carvalho— le sonreí mientras tomaba en mis manos la taza.

—Paula, por favor, solo Paula— sus labios dibujaron una coqueta sonrisa.

—Y... hablando de café, Paula, ¿qué le parece si le invito a un café esta tarde? ¿Usted escogería el lugar, porque no se nada del pueblo?

—Claro. Me encantaría— contesto ella sonriendo una vez más.

Martha (versión en español) 1er lugar Humor #ECAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora