Capítulo 7 Pueblo pequeño, infierno grande

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Capítulo 7
Pueblo pequeño, infierno grande

El próximo lunes en la  mañana, entre a mi salón en medio de un silencio sepulcral, lo que era muy pero que muy extraño. Usualmente tenía que esperar unos cinco minutos antes de comenzar el primer curso de Historia Norteamericana para que mis estudiantes terminaran de contarse los acontecimientos del fin de semana. Pero ese lunes no fue así. Todos me miraban con inusual atención. Yo llegué a pensar que tenía un moco en la nariz... Definitivamente algo estaba pasando y yo ni idea tenía.

De todos modos comencé mi clase, aclarando mi garganta que ya se comenzaba a secar con la ansiedad. Saludé a mis estudiantes, como de costumbre, tomé la asistencia y les leí un artículo del periódico a modo de reflexión. Lo más extraño fue que una vez culminada la lectura, todos los alumnos estuviesen tan prestos en participar. Todos levantaron la mano para contestar con exaltación.

Tomé de inmediato mi marcador de pizarra para escribir el título del artículo, cuando al voltearme me llevé menuda sorpresa. En el pizarrón había dibujada una caricatura. Era una pareja de novios... El novio vestía de etiqueta y la novia usaba un vestido negro y un sombrero de bruja. Sin necesidad de leer los nombres de los personajes, reviré los ojos. Era obvio que ya el chisme se había regado y que medio pueblo sabía del suceso en la tienda del Sr. Matthews el pasado sábado.

Cuando volví la mirada mis alumnos y todos me observaban fijamente, casi conteniendo la respiración, aguardando a ver mi reacción. Yo dejé escapar un suspiro.

—Muy bien, primero que nada quiero felicitar al estudiante que dibujó la caricatura. Me alegra saber que en este salón haya estudiantes con gran talento—, definitivamente eso era algo que ellos no esperaban. Intercambiaban miradas de confusión y decepción, tal vez—. Hay que reconocer que quien fuera lo haya hecho, hizo un trabajo excepcional. Si ven, el novio si se parece a mi, incluso se ve más apuesto en el dibujo, creo yo... Ahora, por lo que respecta a la señorita Higgins. Bueno, en realidad es una mujer hermosa y por lo que he visto no usa un sombrero de punta porque... No.. Es... Una... Bruja.

Se podían escuchar algunas risitas burlonas en la parte de atrás del salón pero el grupo en general permaneció callado. Yo continué con mi discurso persuasivo, —Voy a dejar la caricatura allí. La voy a utilizar como punto de referencia para la clase de hoy. En mi país natal, Puerto Rico, hay un refrán que dice "Pueblo chiquito, infierno grande." ¿Alguien quiere comentar al respecto?

Un chico en la primera fila, de esos que parecen inteligentes, levantó la mano para contestar— Quiere decir que los pueblos pequeños los mueve el chisme. En los pueblos con poca población, todos se conocen y por ende todos hablan de todos.

—Excelente, Louis. Esa puede ser una apreciación muy acertada del dicho y es cierto. En un pueblo pequeño como lo es Gove's Creek, las personas tienen muy arraigadas las costumbres, tradiciones y los personajes emblemáticos. El pasado siempre seguirá siendo parte del presente y sentará las bases para el futuro. Las tradiciones, costumbres, los temas morales y sociales, y las creencias religiosas están intrínsecamente ligadas a la historia y a los fundamentos o preceptos de la comunidad. Esto incluye las leyes, la política y la evolución misma de esta sociedad en particular—. Aquí los estudiantes me miraban como quien dice '¿qué carajos le pasa a este? ¿No está molesto? ¡Intentamos joderlo y el está lo más feliz usando la caricatura en nuestra contra!' Yo me reía por dentro y continuaba la improvisada lección, —La señorita Higgins no es una bruja puesto que las brujas, como entes sobrenaturales, no existen. Ella es sólo una mujer que, por razones que a nosotros ni conocemos ni nos interesan, ha decidido vivir sola y ha adoptado su extraño estilo de vida... Y clase, es extraño para nosotros, o para esta sociedad en particular, porque vivir sólo y encerrado puede ser considerado normal en otras culturas o creencias. Y para su tranquilidad, todavía sigo vivo, en una sola pieza y lo suficientemente cuerdo para decirles que yo no tengo planes de boda ni con la señorita Higgins ni con ninguna otra dama en un futuro cercano... Y esta caricatura tan genial me ha arrojado luz sobre el tema a desarrollar en la clase. Van a hacer una búsqueda en el internet sobre caricaturas, dibujos, imágenes, propaganda política o afiches en los que se represente de alguna manera u otra la evolución de la historia de Estados Unidos. Por ejemplo, tenemos la propaganda político-militar del Tío Sam... Ah, y traigan materiales de arte, vamos a crear ilustraciones en clase. Ya que contamos con excelentes y muy talentosos artistas en este curso... Bien, eso sería todo por hoy chicos. Que tengan buen día.

A mi propio riesgo dejé el dibujo en la pizarra. Después de todo me ayudó un poco... Sólo esperaba que ayudara a Martha de igual modo. De todas maneras utilizaría el dibujo en los cursos subsiguientes.

Todo esto me llevó a preguntarme el por qué todos pensaban que Martha era una bruja. ¿Qué era eso tan grave que ella había hecho para que fuera marcada con ese estigma en el pueblo? Ese hermoso y angelical rostro de porcelana y ese par de zafiros hipnóticos no parecían la cara de un engendro del mal.

Y durante los días siguientes esa cara de diosa no halló la manera de abandonar mis pensamientos. Me perseguía en mis pesadillas y me acompañaba en mis sueños. Pero algo en ella siempre reflejaba algo oscuro, oculto. Martha había decidido el auto confinamiento en su gran mansión como estilo de vida... O para escapar de algo. Y fuere lo que fuere, lo tendría que descubrir.

Al final de la jornada de clase me encontraba sentado al escritorio cuando alguien tocó a la puerta del salón. —Adelante—, contesté y seguí calificando exámenes.

Una voz femenina habló, —Buenos días, Sr. Grau—, la sensual bibliotecaria hizo su entrada en el salón... Esta vez Martha tendría que esperar.

Ya pasados unos días, de vuelta era ya sábado en la mañana. Siempre he amado los sábados. Más aún si el día anterior había tenido una cita real con Paula. Yo soy un caballero, pero ese beso de despedida fue un gran comienzo. ¡Al fin Paula encontró mi boca! Demás esta decir que ese beso ardiente revivió partes en mi que yo pensaba estaban dormidas hacía meses largos.

Pues ese sábado me divertía de lo lindo pintando mi casa. Trepé la escalera con la lata de pintura y pintaba de azul la cornisa de madera. Fue en esos momentos que la oí. Estaba cantando. Su voz melodiosa y dulce venía del otro lado de la muralla de piedra que dividía nuestras casas. Al girarme desde lo alto de la escalera pude verla... Martha.

La vecina estaba trabajando en su jardín. Observé como cantaba alegremente y sembraba flores en una jardinera. Podía ver su Pamela y sus manos laboriosas, pero yo quería verla más de cerca. Así que de inmediato baje las escaleras con cautela. Crucé mi pato desde mi casa hasta el muro empedrado sigilosamente, casi en puntillas y una vez llegué me oculté detrás de un arbusto y espié por encima de los cinco pies que tenía de alto la verja.

Y allí estaba yo con mi cara de fisgón asomado, espiando a la vecina. Pude ver, ahora que estaba más cerca, que plantaba rosas. Sólo podía ver su espalda. Esta vez no tenía una trenza en su pelo. Lo llevaba en una cola de caballo amarrado con una cinta de seda rosada. No entendía por qué se empeñaban en decir que Martha era una bruja... Las brujas no usan cintas rosadas en su pelo.

—¿Ha hallado algo de interés de este lado de la cerca, Sr. Grau?—, preguntó Martha mientras se ponía de pie y me miraba molesta.

Martha (versión en español) 1er lugar Humor #ECAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora