Capítulo 6 Compras y Conversaciones

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Capítulo 6
Compras y Conversaciones

¡Una diosa! Eso era Martha. Solo con mirarla por unos instantes y me dejo sin palabras, sin aliento. Como hechizado, mudo y perplejo, me perdí en lo profundo del azul de sus ojos. Contrario a lo que todos decían, ella mujer era joven y hermosa, más allá de mis palabras. Durante semanas había buscado la manera de verle, de conocerle, de satisfacer una curiosidad que basaba en puro chisme y habladuría de barrio y por fin Martha se había develado ante mis ojos... y el insulso de mi, se había quedado como un tonto, sin pronunciar palabra, mirándole fijo y aún de rodillas frente a ella.

—Gracias por ayudarme a recoger mis cosas... señor...— rompió ella el embrujo al hablar en el más dulce de los tonos de voz.

—Oh, si, discúlpeme usted, señor Antonio Grau— contesté mientras ambos nos poníamos de pie. Le hice entrega de la canasta de compras, algo aliviado y con un leve sabor a victoria en los labios. Mi misión había sido cumplida y como imaginaba, mi vecina no era una bruja... nah... más bien era una ninfa de los bosques... aún estaba yo encandilado.

—Bueno, señor Grau, no podría decir que es exactamente un placer conocerle porque ha chocado conmigo y me ha tirado todo al suelo. Gracias a Dios no llevaba yo nada de cristal— ya el tono no era tan dulzón y la sonrisa en su cara había desaparecido—. Ahora, si me disculpa, me retiro. Ando con algo de apuro. No me fascina ser el foco de atención de esta manera. Que tenga usted un buen día... ah, y fíjese mejor por dónde anda.

Haciéndome tragar mis palabras, aquel momentáneo triunfo se hizo añicos cuando Martha se dio media vuelta y dejándome así sin más, enfiló hacia la caja registradora, donde el señor Matthews atestiguaba todo a una distancia segura... segura hasta que se le acercó la rubia.

Desde atrás del mostrador me miró primero como quien busca descifrar un enigma para luego recibir afable a la mujer que ya comenzaba a vaciar el contenido de su canasta en el registrador. —Buenos días, doña Martha. Que gusto volver a verle. Hacia ya tiempo no pasaba por la tienda.

Demás está añadir que todo el mundo en el mercado la miraban. Bueno, nos miraban perplejos.

—Estoy muy bien, señor Matthews, gracias por preguntar— la respuesta salía de sus labios como melodía.

El propietario del supermercado empacó la mercancía y tan pronto pagó, la mujer salió del local sin mirar atrás.

Sin despegar mi mirada de ella, me tocó el turno a pagar. —¿Se encuentra bien, señor Grau?— la ceja arqueada, poblada de canas de Matthews, me dejaba ver que de algo se había dado cuenta.

Yo asentí avergonzado, mirando mi pretexto de compra: una lata de salchichas y un paquete de naranjas. Tan embelesado aún estaba yo esforzándome en no perder de vista a la vecina, quien serpenteaba entre los autos en el estacionamiento, que ni escuché cuando el hombre me dijo el importe total.

—Ah... si, discúlpeme... es que...

—Viene siguiendo a Martha... de nada sirve negarlo, todos aquí lo vimos, señor Grau. Es una mujer hermosa, ¿no es así?— una media sonrisa se dibujó con suspicacia en los labios enjutos del anciano.

—Muy bonita, pero es una bruja—, el hombre detrás de mi añadió.

Yo reviré los ojos ante aquel comentario. —Yo no creo en brujas—, le corté—. Gracias señor Matthews. Qué tenga buen día—, pague y salí casi corriendo de la tienda. Corriendo tras de Martha.

La busqué por todo el estacionamiento mientras apresuraba yo el paso, cuando por fin la atisbé ya cruzando la próxima cuadra. Esta vez ya no disimularía yo más. Estaba resuelto a entablar conversación con ella y ver que más podría descubrir. —¡Martha! ¡Martha!— la llamé.

Ella paro en seco, dejando caer sus hombros y luego de girarse lentamente se dirigió a mi, —Dígame, señor Grau— con un dejo de mortificación en su gesto.

A mi me urgía limar asperezas con la vecina si que ría poder hablar con ella. —¿Le ayudó con la compra?

—¿En verdad usted me quiere ayudar?— me miro de arriba a bajo y como si yo le hablara en chino.

—Claro. Es lo menos que puedo hacer. Quisiera disculparme por...

—¿Por qué quiere usted disculparse? ¿Por tirarme todo al piso en la tienda o por andar acosándome?—fue tajante en sus palabras.

Petrificado quedé ante similar respuesta acompañada por aquella fulminante mirada que me diera la rubia Medusa que tenía en frente. Yo sólo quería que la tierra me tragara. Baje la mirada sintiendo el calentón subiéndome por las orejas. Apenas pude mirarla a la cara y comencé a hablar en un balbuceo ininteligible, —yo... yo...

—Tú, él, ella, nosotros... a ver, ¿le ayudo con el resto de los pronombres?— aquello era muy seco como para ser broma.

—Mis disculpas, Martha. En verdad no pretendía ofenderle con mi actitud hostigadora. Sólo quería conocerla. Me da mucha vergüenza con usted.

—¿Vergüenza dice? Me imagino que sí. No es más que un curioso y entrometido, tal y como lo son todos en este pueblo. Pero permítame decirle algo, que la curiosidad mató al gato. Y con eso lo dejo. Si me disculpa, me tengo que ir. Ya se empieza a arremolinar la gente alrededor nuestro y como le dije, no me gusta ser el centro de las miradas, le da a la gente la oportunidad de añadir mas chisme y seguir inventándose historias sobre mí.

Estaba tan ensimismado en la conversación con Martha que pasaba por alto que en efecto, había un grupo de personas alrededor nuestro murmurando.
—Entonces insisto, déjeme ayudarle y vámonos de aquí. Mejor la acompaño—, no le di tiempo a pensar y tomé las bolsas de su mano. Ella sólo asintió luego de dar un suspiro y accedió a mi oferta, como quien no tiene remedio la cosa.

Por un rato estuvimos caminando, uno al lado del otro sin pronunciar palabra, mas podía yo sentir esta urgencia de ambos de hablar que hasta en medio de aquel silencio, hacía ruido. Yo me limitaba a de vez en cuando levantar mi cabeza y verle de reojo. Martha era hermosa, misteriosa, pensaba yo, pero a su vez era huraña y extraña. ¿Por qué estaba sola si era una preciosura? ¿Qué edad tendría en realidad? ¿A qué se dedicaba?

—Y bien, dígame, ¿a qué se dedica señor Grau?—Martha quebró aquel silencio al preguntar. De seguro que ella estaba pensando lo mismo que yo.

—Soy profesor de historia... y por favor, no estoy en la escuela. Llámeme Antonio.

—Ah, bueno... eso explica muchas cosas— la mujer me miró y se dibujó en su rostro una media sonrisa cargada con sarcasmo.

—¿Cosas como que, por ejemplo?

—La curiosidad—su sonrisa amplió más en su boca.

—Le reiteró mis disculpas. Como le dije, sólo quería conocer mejor a mi vecina.

—Bueno, ya no importa. Estoy más que acostumbrada a esas cosas. Todo el mundo en este bendito pueblo sólo quiere conocerme... o tal vez no. Todo depende, creo, de ellos y la intención que tengan—, aquello lo dijo en un tono de voz plana, sin emoción alguna, mientras aún a mi lado, dejó escapar un largo suspiro mientras contemplaba su enorme casa. —No necesita escoltarme hasta la puerta ni nada parecido. Así que pues, sólo me resta agradecerle por su compañía y por ayudarme con mis compras— y diciendo esto, tomo las bolsas de mis manos y sin añadir mas, se dio media vuelta y caminó hasta su casa sin siquiera voltear.

Martha (versión en español) 1er lugar Humor #ECAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora