Capítulo 5 Soy un vil acosador

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Capítulo 5
Soy un vil acosador

La semana de trabajo había estado muy cargada con los repasos de las pruebas estandarizadas y múltiples exámenes a corregir. Al fin, sábado en la mañana, me encontraba recostado en la hamaca que colgaba el balcón de mi bungaló, leyendo un libro. La brisa soplaba fresca y el exceso de comodidad me hizo apartar mi mirada de aquella historia interesante por un instante y dejé perder mi vista en el tráfico ligero de la calle. Ligeros de cansancio, mis párpados comenzaron a cerrarse, cuando atisbé la figura delgada de una mujer La dama cruzó la avenida despreocupadamente. Vestía traje de flores a la pantorrilla y pamela de pajilla cargando una bolsa grande, como de compras.

—¡La rubia!— dejé escapar el comentario con urgencia. Me levanté tan deprisa que olvidé estaba en una hamaca. Perdí el balance, me fui de costado y me caí de coletazo al suelo. —¡Carajo!— exclamé mientras me sobaba las nalgas tras el cantazo. La hamaca aún se mecía sobre mi cabeza.

—Allá va... se está alejando. Necesito hacer algo— me alentaba yo mismo a seguirla. Poniéndome de pie de inmediato, abrí la puerta de la casa, busqué mi billetera, el celular, me puse los zapatos deportivos y una gorra y salí corriendo tras aquella mujer.

Crucé la calle a toda prisa y comencé a seguirle manteniéndome a una distancia prudente, como todo un espía experto. La trenza larga oscilaba como péndulo a la altura de sus caderas, caderas que se movían con sutil cadencia mientras avanzaba. 

La dama misteriosa, de la que aún sólo veía de espaldas, causó conmoción entre los que le miraban caminar. Muchos se hacía un lado para luego murmurar a su lado tras pasar. Pensé que tal vez si era Martha, pues la expresión en los rostros de la gente era una mezcla de asombro con incredulidad y miedo.

Tras ella, yo intentaba esconderme tras arbustos, buzones, postes de electricidad, autos... —Oiga usted, sálgase de allí—, me advirtió una señora al esconderme casi dentro de su puesto de verduras.

—Disculpe usted— me fui avergonzado. Qué pobres destrezas de detective tenía yo, para nada desarrolladas. Y así le continuaba siguiendo. Parecía como loco, pero tenía que hacerlo. No podía permitir que notara tampoco que la seguían. Era todo por una causa justa. Mi justa causa de poder verle y descubrir quien en verdad era Martha. Así podría terminar con todo esto y salvar lo que quedaba de mi cordura.

Ella adelante y yo detrás, cruzábamos una tercera cuadra y la gente reaccionaba igual al verle. ¿Qué comentaban? No lo sé. Yo sólo me enfoqué en ir tras de ella.

Por poco me muero cuando ella paro en seco en una esquina. Tensó sus hombros y cerró sus puños para luego comenzar a girarse hacia atrás. Yo reaccioné a tiempo y me arrimé al puesto de revistas a mi izquierda. Agarré un ejemplar y me puse a ojearlo para disimular.

—No es biblioteca. Si no paga, no lee— me salió al lado el avispado muchachito que atendía el quiosco.

—Claro. Dime rápido cuánto es.

—Son dieciséis cincuenta— una sonrisa burlona se dibujó en el rostro del mocoso a la vez que extendía su mano prestó a cobrar.

—¿Cuanto?— protesté por el exorbitante precio de aquella revista. El título en rosa "Sueños de Novia" me hizo sentir ridículo más de lo que me sentía estafado. En esos momentos me percaté que la dama cruzaba la calle. —Toma— le di un billete de a veinte dólares— quédate con el cambio— y apresuré el paso tras aquella misteriosa rubia hasta que llegamos al supermercado de Mr. Mathews. Ella primero, yo ajustando mi gorra unos cuantos pasos atrás.

En el instante en que aquella mujer entró al establecimiento, pareciese que el mundo se detuviera. Estalló, como en las películas, la más sorprendente reacción en cadena tras la llegada de Martha... es que tenía que ser ella. Miradas fijas, rostros perplejos, murmuraciones que sonaban como enjambre de abejas según se corrió la voz. Pero ella, inmutable, serpenteaba por los pasillos, canasta de compra en brazos. O no se daba cuenta o prefería ignorarles.

El señor Mathews, el dueño del mercado, asomó su rostro por encima de la máquina registradora, luciendo extrañado de ver a la rubia allí, mientras ella se surtía de frutas y vegetales frescos, intentando esquivar las insistentes e inquisitivas miradas de los allí presentes. Si, ella sabía y a mí me dio pena por ella. Se debió haber sentido tan incómoda.

Tratando de lucir desinteresado y ajeno a la situación, cuando en verdad yo la hacía peor que todos por venir siguiéndola, agarré yo una canasta de compras y comencé a colocar mercancía dentro. ¡Yo sólo quería ver su rostro! Me tocaría ser paciente.

Ella seguía colocando especias, más vegetales y toda clase de comestibles saludables. Luego echó unas cuantas velas votivas e incienso. Ajá, parafernalia. Pensé. Miré entonces yo mi canasta. Llevaba un par de naranjas, salchichas y una botella de leche. Patético.

Pasó un segundo y le perdí el rastro. Di un giro de ciento ochenta grados y me apresuré a salir de ese pasillo cuando ¡bum! rodaron por el suelo las naranjas, vegetales, velas, frutas, salchichas, incienso... quedé aturdido por un momento aún sin darme cuenta de con quien había chocado.
Incliné mi rostro para verla de rodillas en el suelo, un par de delicadas manos salían de abajo del ala del sombrero recogiendo presurosa su compra.

Reaccioné por fin y me arrodillé frente a ella y comencé a ayudarle. —Discúlpeme usted, venía a prisa y distraído... ¿está bien? ¿le pasó algo? Permítame ayudarle, señora...

Mis manos trabajaban junto a las de ella para echar los comestibles en las respectivas canastas, cuando ella levantó por fin su rostro a verme. Un par de enormes ojos azules me miraban fijamente y en sus labios finos y rosados como pétalos de clavel, se dibujó una tensa curva hacia arriba. Era el rostro más hermoso que había visto en mi vida.

—Martha, mi nombre es Martha— en tono pausado y dulce, me habló la mujer.

Martha (versión en español) 1er lugar Humor #ECAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora