Capítulo 26 Hojas de otoño y agua claraYa en mi salón de clase, saludé a mis estudiantes en un inusual tono de voz desganado y monótono. Luego me senté en mi escritorio y de allí no me moví en lo que quedó de la jornada de clases. Los alumnos intercambiaban miradas curiosas y de total desconcierto mientras observaban mi sobrio comportamiento y mi pasiva actitud. Murmuraban entre sí y cada clase que pasaba por mi salón era lo mismo. No había tema de reflexión al principio de la clase puesto que yo sentía que el único que debía reflexionar sobre su propia miseria era yo. Y es que me encontraba yo con la moral tan baja como para sermonear a mis estudiantes sobre la vida. ¡Mi vida era un desastre! Yo era un guiñapo de hombre sumido en una gran tristeza y que solo pensaba en Martha. ¡Mi Martha! ¡Se fue Martha!
Grupo tras grupo yo asumía la misma postura. No habían trabajos colabora tipos asignados, reportes, ni investigaciones o lecturas que hacer durante la lección. Los chicos iban desde miradas curiosas, murmuraciones y chisme entre ellos y una total felicidad al entender que el maestro no tenía ganas de dar clase ese día. Y para ellos no era ningún problema. Es más la idea de no tomar clase y poder escuchar música o navegar en el internet les fascinaba.
Claro que se morían por saber qué mosca le había picado al profesor Grau que estaba tan extraño ese día.
Así la mañana pasó sin novedad alguna y la tarde trajo con sigo la la fría brisa otoñal. Mi mirada se perdía en verde césped recién cortado al otro lado del cristal a medio empañar de la ventana. Las hojas secas que caían de los árboles flotaban cargadas por la suave brisa negándose a caer. Giraban y parecían hacer piruetas resistiéndose con todo lo que podían a sucumbir ante la fuerza de gravedad que las atraía hacia el suelo. Hojas secas, ligeras y sin vida... Así me sentía yo en ese momento: sin fuerzas, impotente, sin vida evitando caer a un abismo de tristeza y desesperación. Era como haber perdido algo, pero ese algo nunca había sido mío. Me encontraba en una especia de limbo con Martha y sin ella. Y cuando me daba cuenta de que en realidad nunca la tuve me sentía aún peor... Me sentía estúpido.
Y es que por azares del destino está hermosa mujer terminó siendo mi vecina. Y una vez me enteré de su existencia a través de todas esas leyendas urbanas que la envolvían , se convirtió su enigmática persona en una obsesión para mí. Quería, necesitaba saber todo de ella y estaba determinado a defenderla ante el mundo estableciendo el hecho inalienable de que ella no era el ser maléfico que todos creían. Martha lejos de ser una bruja era una mujer incomprendida, solitaria, encerrada en su caparazón... Y todo esto antes de conocerle.
Y luego de conocerle resultó aún peor. Si, mi teoría era cierta. Mi Martha era esa mujer que se comportaba como una ermitaña por qué las circunstancias le obligaban fue siempre víctima de un destino perverso que se ensañó contra ella. Pero eso no era algo que yo entendiese antes. Yo solo quería cuidarla y protegerla de la crueldad y el chisme del maldito pueblo de mierda en el cual vivíamos, pero al final, yo terminé siendo igual o peor que todos. Yo la creía una Santa pero de igual modo la condené con mis constantes dudas y en el momento en que decidí entrar en su mirada sin permiso y sin invitación como un vulgar ladrón traicioné su confianza y me sumé a la lista de sus verdugos.
El episodio entre Martha y yo fue uno efímero. Fue algún tipo de atracción surrealista entre dos desconocidos que salió de no sé dónde pero me golpeó fuerte. Y parecía tan real y tangible que hasta logró engañarme para cree que era cierto lo que pasaba entre los dos. Pero al final resultó un truco barato de mago, una ilusión de un futuro falso en la bola de cristal de una bruja. Y pensar que siempre hubo algún tipo de conexión desde un pasado cada vez que admiraba sus pinturas. El destino era un demonio juguetón.
Mis pensamientos sobre Martha se disiparon en el momento en que sonó el timbre de salida. Eran las tres en punto ya de la tarde así que despedí ese último grupo y recogí mis cosas cerrando el salón tras de mí. Era lunes y me tocaba dar lección de natación pero Iberia llegar antes que mis estudiantes. Necesitaba zambullirme un rato para que mis aflicciones se fueran con el agua clara de la piscina.
—¡Antonio! ¡Antonio!—, me llamaba una voz femenina desde el final del pasillo.
Me detiene al ver que era Paula. —Hola Paula. ¿Cómo estás?— la saludé.
—Bien, gracias. Mira, sé que estás apurado para la clase de natación, pero me gustaría hablar luego contigo. ¿Podría ser una vez terminada la clase?
—Claro... Pero, ¿pasa algo malo?
—Oh no, todo está bien... Bueno, hablamos en un rato— me dijo y se fue caminando luciendo muy feliz y casi dando saltos como una niña. Sus caderas se mecían en un vaivén juguetón casi al mismo tiempo que su coleta.
Me preguntaba qué se traía entre manos la sensual bibliotecaria. Jamás terminaré de entender a las mujeres.
Luego de haberme cambiado en los vestidores del natatorio me sumergí en la piscina y di unas cuantas vueltas estilo libre y espaldas, mi especialidad antes de que comenzaran a llegar la primos alumnos. Las chicas siempre eran las primeras en llegar al área de las clases. Se sentaron en las primeras bancas y conversaban de mi como de costumbre. Pero esta vez no estaba seguro si se trataba de mis abdominales o de mi sombría actitud.
Y así poco a poco llegaron todos hasta las gradas y luego de saludarlos, la clase comenzó. Estuvieron atentos a mis instrucciones para la lección del día. El grupo conformado por doce estudiantes se lanzaban a la piscina y nadaban de un lado a otro. Vuelta tras vuelta se animaban el uno al otro. Yo estaba sumamente orgulloso de sus marcas individuales y los tiempos que habían logrado obtener en unos pocos meses de prácticas. La emoción y la clase fueron suficientes para sacar de mi mente a Martha por unas horas.
Ya al punto de casi finalizar la clase, me uní a mis estudiantes en la alberca y nadamos todos juntos unas cuantas vueltas. Siempre lo hacíamos para compenetrarnos como equipo y desarrollar un sentido de pertenencia. Y tan pronto termino la clase, despedí a mis alumnos. Tan pronto todos se fueron sentí la urgencia de estar un rato a solas y nadar unos cientos de metros más. Solo buscaba sacar a Matha de mi cabeza y la adrenalina generada por el ejercicio resultaba ser el mejor antídoto.
El agua era algo que siempre me había calmado. Al venir de una isla tropical rodeada de playas hermosas significaba que tenía miles de millas de playa para nadar cada vez que quisiera. Así que luego de zambullirme nadé los primeros cincuenta metros estilo libre y sin prisa. Cuando estaba ya de vuelta y en mi tramo final, pude distinguir la silueta de alguien parado en el otro extremo de la piscina. Oh, sí, lo había olvidado por completo. Paula quería hablar conmigo. Deje esperando a la pobre mujer y yo dándole largas al asunto en la alberca. Al estar cruzando la marca de los veinticinco metros, la silueta empezó a tomar la curvilínea forma femenina. Definitivamente era Paula quien me estaba esperando. Noté di que lo que tenía que hablar conmigo era urgente así que decidí apretar el braceo. El poder hablar con ella era una excusa para olvidar mis penas. Unos segundos después tocaba la pared de la marca de salida.
Me escurrí de la cara el exceso de agua y cuando abrí mis ojos no podía creer lo que veía. Yo estaba a punto de un infarto. Creo que deje de respirar por unos segundos y el corazón se detuvo en mi pecho. La mujer parada frente a mí no era Paula. Era Martha.
***** ¿Qué querrá Martha? ¿Qué creen que pasará?
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Martha (versión en español) 1er lugar Humor #ECAwards
RomanceMartha es una mujer con un pasado trágico pero misterioso para todos en el pueblo. Lleva un estilo de vida extraño encerrada todo el tiempo, oculta tras las paredes de su enorme casona. Es el origen de chismes y rumores entre sus vecinos que la tild...