Capítulo 11
Canastas de floresYa se había vuelto uso y costumbre que el rostro de Martha revoloteara en mi cabeza día y noche. Ya yo estaba comenzando a creer que la vecina era en realidad una bruja. Por más de una extraña razón no podía dejar de pensar en ella. Sus ojos azules como el Mar Caribe me sumergían en un mundo que delimitaba entre su belleza etérea y misticismo. Si, mis pensamientos sonaban así de poéticos cada vez que pensaba en ella. Desde el día en que me ayudo con Juliette , la cosa se había vuelto de atar. Moría de ganas de bajo cualquier pretexto, invitarle a mi casa,
Por momentos yo me reía de aquel predicamento y de lo patéticamente que sonaba. Y laxpeor parte de todo esto era que ya había comenzado a evitar a Paula y era totalmente intencional... De inconsciente nada. La pobre mujer ya notaba mi rechazo e indiferencia. Desde el día en que Martha había pisado mi casa para ayudarme con 'la chica fatal Juliette' , en mi cerebro no había espacio para ninguna otra figura curvilínea. Paula ya no me parecía atractiva... ¿Por qué? ¡Que jodienda! ¡Si la bibliotecaria era todo un bombón! Era como si Martha, como dicen en mi patria, me hubiese echado un 'fufú'. Sabra Dios que tenían aquellas yerbas!
Pero el recordar la manera tan maternal en la que trató a la adolescente ebria y la ayudó a recuperarse, me daba algo de ansiedad, pero de la buena. De la que te trae mariposas al estómago y te hace sudar las manos. Las imágenes aún estaban frescas en mi mente a más de una semana del incidente. La rubia en mi cocina, preparando aquel brebaje... Es decir, té... Luego se montó en mi auto y me acompañó a escoltarla... Eso me dio una perspectiva distinta del ser humano que era Martha.
Y una vez más me encontraba frente a la casa de la vecina como un soberano morón, parado y embelesado. En realidad deseaba tener las fuerzas y la valentía para cruzar su jardín y llamar a su puerta. ¿Qué podría decirle? 'Eh, hola vecina. Solo he pasado por aquí para traerle pastel.' Si, claro... Ni pastel tenía. Y si hubiese tenido lo más seguro me lo tiraba a la cara.
Pensaba, en que llevaba más de una semana sin verla. No sabia nada de Martha. De la rubia, ni el pelo... No había salido de su mansión ni al jardín. Yo comenzaba a creer que ella me estaba evitando del mismo modo que yo a Paula. Pero yo necesitaba buscar la manera de volverle a hablar... ¿Cuáles serían las probabilidades de que una adolescente ebria se apareciera en mi casa nuevamente? Eh... Bueno... mejor ni hablar.
Y entre Martha y Martha, yo andaba súper emocionado porque ese viernes iríamos de gira al museo para ver la exhibición de arte de M. Higgins. Los alumnos habían hecho sus investigaciones y encontraron interesante que nadie sabía quien era el afamado pintor. En los cursos, los estudiantes presentaron informes orales analizando su obra dentro en el contexto histórico y social contemporáneo. Dentro de su trabajo destacaba un movimiento realista y naturalista pues recogía en sus pinturas un compendio de historia norteamericana a través de hermosos paisajes. El era un pintor muy talentoso y a la vez enigmático. Siempre había deseado poder conocerlo en persona... Pero creo que ese era el deseo de muchos otros que admiraban su arte.
Ir al museo con un grupo de adolescentes nunca ha sido tarea fácil. La peor parte del paseo es siempre el trayecto en el autobús. Todos confinados en un espacio cerrado y que encima se mueve es un aliciente para muchas cosas. Alborota estado de ánimo y hormonas en los chicos y se convierte en toda una pesadilla. Así pues partimos de la escuela a las 9:00 de la mañana ese viernes. Y por supuesto que a mi misión suicida no habría de acudir yo solo. Invité a varios compañeros profesores quienes fueron lo suficientemente valientes para acompañarme en mi aventura al museo. Estos eran la Sra. Davidson, la otra maestra de historia; el Sr. Blanche, profesor de artes plásticas y la Srta. Carvahlo. Si Paula se ofreció a ir también. Eran casi cuarenta estudiantes en aquel autobús y solo 4 maestros para controlarlos. Los sinvergüenzas me torturaron todo el camino con su música de Bad Bunny y Pitbull... ¡Pero qué es lo que pasa con esta generación de hoy en día! Gracias a Dios que el trayecto era de media hora, porque yo estaba a punto de lanzarme por una de las ventanas de el colectivo.
Una vez llegamos al museo, fue gratificante ver el interés que mostraban mis alumnos en las obras expuestas. Admiraban fijamente la colección permanente del museo de la ciudad y prestaban inusual interés en lo que el guía del lugar les explicaba. Lo que me llevó a reflexionar y pensar que no todo estaba perdido. Hacían muchas preguntas sobre las esculturas y las pinturas y se veía asociaban el contenido del curso de historia con las explicaciones que les daba el guía. ¡Coño que algo habían aprendido!
De esa manera, recorrimos todo el museo. Era un edificio pequeño comparado con otros a los cuales había visitado, pero estaba nítidamente organizado y sus alas identificadas acorde los movimientos artísticos o los periodos históricos. La colección permanente era rica en historia y arte y yo me sentía como un niño en una dulcería. Mientras llegábamos hasta el área designada para la exhibición de M. Higgins. Paula estuvo todo el recorrido junto a mi. Insistía en conversar... ¿De qué? ¿Por qué? Yo solo respondía a su conversación tratando de ser caballeroso y gentil. Ella era tan dulce y agradable... Y sensual y hermosa. Tenía una sonrisa tan bonita y un cuerpo de tentación... Pero últimamente no me tentaba. Martha seguía allí revolcándose entre las neuronas de mi confundido cerebro. Yo trataba de seguirle el ritmo a aquella conversación pero cada vez el rostro de Martha reemplazaba al de Paula.
Conversábamos de lo fascinados que estaban los estudiantes. Era un evento muy vistoso. Habían fotógrafos y reporteros entre los presentes en la exhibición. Era una pena que solo los fotógrafos autorizados podían retratar el interior del museo. Me hubiese gustado sacar mi celular para tomar una foto de las pinturas expuestas.
Luego de un rato, asumo que cansada de mi desabrida actitud, la sensual bibliotecaria dejó mi lado para irse a conversar con el curador del museo. En un principio me picaron los celos pero se me quitó rápido y hasta comencé a sentirme aliviado. Eso me dio un poco de libertad para admirar las obras con detenimiento. Inmediatamente me coloqué frente a una gran pintura, tamaño natural, de una niña que sostenía una canasta de flores frente a un mercado. Era un retrato vívido y realista. Los colores utilizados eran tan brillantes y la técnica y estilo tan magistral que me recordaba a las plazas del mercado en mi pueblo. Las frutas y vegetales al fondo, los kioscos de madera y los mercaderes... Todo se veía tan real. Y la niña estaba pintada con una técnica de perspectiva y fondo en la cual de donde quiera que te colocaras para verle, la pequeña parecía que te seguía con la mirada. Se sentía extraño, pero a la vez atrayente.
Yo estaba sumergido en los detalles de la obra. La niña me envolvía en su hechizo y yo me perdía en el mundo plasmado en la pintura. Me había enajenado a tal punto que no advertí que una dama se había parado junto a mí. Sin siquiera mirarme, me habló en esa voz dulce y melodiosa, —¿Disfruta usted de la exhibición, Señor Grau?
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Martha (versión en español) 1er lugar Humor #ECAwards
Roman d'amourMartha es una mujer con un pasado trágico pero misterioso para todos en el pueblo. Lleva un estilo de vida extraño encerrada todo el tiempo, oculta tras las paredes de su enorme casona. Es el origen de chismes y rumores entre sus vecinos que la tild...