Capítulo 22 El hombre detrás de la puerta

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Capítulo 22 El hombre detrás de la puerta

¡Excelente! Ahora si que estaba bien jodido. No sólo Paula me ignoraba en la escuela, si no que Martha me había exiliado de su reino. Esta ley del hielo, fría y tajante, se sentía peor que haber sido abofeteado por ambas damas en cada mejilla. En el trabajo Paula me evitaba de manera tan obvia que podía percibir que toda la escuela lo sabía. No se si la caricatura que había encontrado en la pizarra del salón y que mostraba a una mujer vestida de bruja y a otra con un sexy atuendo de carnaval en un cuadrilátero de boxeo tendría algo que ver en todo esto... ¿Cómo diablos lo sabían? ¡Pequeño pueblo infernal este!

Yo había tratado de ir a la biblioteca a conversar con Paula para tratar de arreglar las cosas. Y créanme que aún estaba súper molesto con ella por su comportamiento infantil y grosero con Martha. ¡Estas mujeres celosas son un peligro! Totalmente impredecibles. Todas son iguales.

Aunque bien en el fondo no podía culpar a Paula y yo estaba cargado con una mezcla de culpa, pena e ira. Por un lado yo me sentía ofendido e indignado pues no quería que nadie maltratara a mi dulce Martha. Nadie. Y eso incluía a la sensual bibliotecaria. Y cada vez que la brasileña advertía mi presencia, solo se daba la vuelta de la manera más pomposa con un movimiento de rostro que hacía que su coleta oscilará casi al ritmo del vaivén de sus caderas. Tenerla trabajando tan cerca era ciertamente un dilema.

Por otro lado, en ese otro lado oscuro y patético de mi historia "romántica" con Martha, el día anterior me aventuré y llamé a la puerta de Martha... Pero nadie contestó. Miré de reojo hacia arriba a las ventanas en el segundo piso de la casa pues quería asegurarme que no me fueran a arrojar una cubeta con alguna sustancia líquida, amarillenta y maloliente en venganza.

Martha, ¿pero yo qué te he hecho? Esa era la pregunta. Por lo que sabía y entendía, que era muy poco, yo no había hecho nada. Yo sólo quería ayudar a la pobre mujer; asegurarme de que nada malo le pasara. Y todo estaba fluyendo tan tranquilamente, mejor aun de lo que me esperaba, porque en realidad yo nada esperaba. Todo pasó tan rápido y de repente, era ella la que me pedía que me quedara a dormir junto a ella en mi cama. ¡Yo me comporté como un angelito! La respeté, no me aproveché y la traté come a una princesa... ¿¡Cómo demonios iba a saber que Paula llegaría así, sin avisar a mi casa tan temprano un domingo en la mañana para encontrar a Martha usando solo mi camiseta?!

¡Uff! Definitivamente había sido una semana espantosa para mi. Cada vez que cerraba mis ojos, por más que quisiera evitarlo, la imagen de mi hermosa vecina provocándome con sus juegos de niña traviesa y a medio vestir me perseguían. La recordaba recién salida del baño con sus cabellos mojados, durmiendo junto a mí y ese beso... Como un adolescente sentía mariposas en el estómago cada vez que a mi mente venía ese preciso instante cuando no me pude controlar y la besé. Se sintió tan bien. Y aún estaba latente en mi boca.

Al llegar a mi casa después del trabajo evitaba a toda costa entrar a mi cuarto. Aún podía percibir su aroma en mis sábanas, en mi cama. Así transcurrió toda la semana, cada día y era viernes y aun pensaba en Martha. Pero de ella, ni rastro. Como un zombi, fui al trabajo, di clases, Paula me ignoró y regresé a casa y... Por un momento pensé en la cara de felicidad de mis estudiantes al saber que, por alguna extraña razón, todos habían obtenido A en el examen de ayer.

Al llegar a mi casa, estacioné mi auto y fué cuando noté que la puerta en la casa de Martha se cerraba justo después de que alguien entrara. De inmediato me bajé del carro y corrí hacia el balcón de la gran casona, atravesando el jardín en un segundo. Toqué el timbre, —Se que estás allí Martha—, me dije... Y nadie respondió. Intenté nuevamente y llamé una vez más. El timbre sonó. Yo esperaba impaciente. Y la puerta se abrió, pero para mi sorpresa, no era Martha quien abría la puerta. Era un hombre... Un muy apuesto, bien vestido, alto y joven hombre en verdad. Ipso facto sentí la sangre en mis venas hervir y subir burbujeante hasta mi rostro y allí se detuvo. Yo estaba al pie de la gran puerta roja de la casa de Martha donde un sujeto extraño me miraba con cara de pocos amigos.

—¿Se le ofrece algo, caballero?— el hombre con pinta de actor de cine me preguntó con un marcado acento extranjero.

¡Excelente! No solo era joven, rubio, ojo azul, elegante, más alto que yo y con cara de ser el próximo modelo de Ralph Lauren, sino que también era Europeo. Yo no podía estar más jodido.

—Yo sólo venía a visitar a Martha. ¿Se encuentra ella en casa?— pregunté. Me sentí de inmediato tan obviamente celoso y ridículo.

—¿Y quién la procura, si me permite preguntar?— preguntó el caballero cuadrando sus hombros y pecho para intimidarme, por su puesto.

Así solemos hacer los hombres como parte de este ritual de marcar territorio o dominio. Yo intenté hacer lo mismo... Pero a él le quedaba mejor que a mi.

—Mi nombre es Antonio Grau. Pasaba por aquí para asegurarme que Martha estuviera bien—, contesté.

Yo aún seguía intentando lo de la intimidación pero fallé malamente. Solamente logré que el hombre saliera al balcón y me mirara con más severidad que antes. Él dio unos pasos hacia el frente y yo retrocedía. Esto no se veía nada bien... Para mí.

Una vez en el balcón, ambos frente a frente, me preguntó, —¿Y por qué ella no habría de estar bien, Antonio?

—Bueno, Martha tuvo un accidente el sábado pasado y me interesa saber como sigue ella.

—Discúlpeme, Antonio, ¿puedo preguntarle como sabe usted de ese accidente?— el recién aparecido y no muy apreciado adonis inquirió.

—Simple, yo estaba aquí con ella al momento de su percance y fui yo quien la llevó al hospital—, respondí modulando la voz para impresionarlo. Quería conocer su reacción ante la confesión.

—Oh, ¿en serio? ¿Dice usted que estaba aquí con ella cuando se cayó?— el todavía para mi desconocido sujeto me miró incrédulo mientras me hablaba.

En su rostro se dibujaba una sonrisa burlona. Yo estaba sulfurándome con su actitud cínica y desafiante.

—Si, yo estaba aquí con ella. Y ahora, ¿podría saber yo con quién tengo el gusto de hablar y qué hace en casa de Martha?

—Claro que sí, le ruego mil disculpas Antonio. Mi nombre es Ralph y yo soy el hermano de Martha. Créame que es un placer conocer al único hombre capaz de traspasar los dominios de mi hermanita—, el hombre contestó ahora muy simpático estrechando mi mano con fuerza. En su rostro se dibujó una enorme y mas relajada sonrisa y continuó hablando luego de darse cuenta que me había dejado sin habla—. Puede pasar Antonio. Cualquier amigo de Martha , y créame que no sabía que mi hermana tuviera amigos, es amigo mío también.

No puede ser... ¿En serio dijo que era su hermano? Naaaah.

Un poco más aliviado sabiendo que este hombre no era un novio extraviado de Martha, seguí a Ralph hasta el interior de la casa. Nos sentamos en el recibidor y de la rubia, ni un pelo. Eso me preocupó pues quería decir que me encontraba solo con el hermanote de Martha que lo más probable querría hablar de mí y su hermanita. Era el momento de pensar bien las respuestas pues el fortachón cuñado preparaba su interrogatorio.

Martha (versión en español) 1er lugar Humor #ECAwards Donde viven las historias. Descúbrelo ahora