Capítulo 13 Las puertas abiertas
Definitivamente, no me cabía la menor duda de lo mucho que esta mujer disfrutaba mórbidamente lo que podía provocar en mí. Era como estar participando en una especia de juego que sinceramente a mí no me gustaba para nada pues yo andaba perdiendo todo el tiempo. No me parecía divertido que Martha apareciera y desapareciera como por arte de magia por largos períodos de tiempo así como así. La vecina parecía que se había desvanecido de la faz de la tierra desde la última vez que nos encontramos en el museo. Una semana entera había transcurrido y yo ni idea de dónde se había metido. Pudo haberme dejado al menos un rastro de migajas, pero esta Grettel a Hansel no lo quería cerca. Y yo, perdido totalmente... Así me sentía, perdido... Sin Martha.
¿Acaso la extrañaba yo? Sí, comenzaba a extrañar a Martha. Tras haber tenido esa pequeña charla durante la exhibición, más de una vez le recordé con ternura la manera en que sonreía tan despreocupadamente al hablar conmigo por vez primera... Eso fue algo que no me esperaba, ni en un millón de años luz desde que decidí embarcarme en esta aventura de espionaje improvisado que era el descubrir quién en realidad era Martha.
Debo admitir que mucho de ella me tomó por sorpresa y no supe ni como reaccionar. Chica lista... Me dejó totalmente confundido. Estaba como en una especia de limbo y no sabía si la vecina mostraba cierto interés en mi o su intención era simplemente enredarme aun más. Y la que mas enredada quedó fue Paula. Pero eso era algo que yo tendría que desenredar solo.
En ocasiones, estaba seguro que estaba una cabeza al frente y otras, las muchas más , que sólo estaba haciendo el tonto y que perdía mi tiempo de la forma más absurda en este juego inventado por Martha del cual yo desconocía totalmente las reglas. Y era siempre, al final del día, que en mi mente, como en un cuadro, se dibujaban las rosadas y curvilíneas comisuras sonrientes de los labios de Martha. Esas imágenes, que venían a mí justo antes de dormir, traían a Martha desde donde quiera que estuviese, a mis sueños. Y eso me gustaba. Tenerle allí.
Y a medida que pasaba el tiempo sin tener noticias de ella, me entraba así como un desespero. Por momentos sentía que necesitaba verle. La situación me llevaba a los límites de la desesperación y la locura. Incluso llegué a comprar unos binoculares para espiar a Martha, como buen detective y jamás como un acosador... Pero es que no lo podía llamar de otra manera, la espiaba. Claro que el hecho de que ella vivía en una casa de dos pisos y yo en un diminuto bungalow, sumado a la verja de dos metros de alto que dividía nuestras residencias y la exuberante vegetación que crecía en el lado de su jardín, complicaba un poquito la tarea. La realidad es que era todo un fracaso de detective. Y total, ya ella sabía que la miraba.
Esa tarde, me encontraba meciéndome como un niño en la hamaca en el balcón. Mis pensamientos se perdían por momentos en el escaso movimiento de la calle desolada. Era una vía tranquila, no muy concurrida así que no tenía mucho que ver en realidad. Seguí con la mirada de manera inconsciente el vehículo del cartero, que se detuvo para estacionarse frente a la casa de Martha. No que fuera algo inusual, claro, hasta que lo vi sacando una cajas de madera. Eran las cajas incógnitas que todos comentaban que recibía a menudo. No que aquello fuese algo tan extraño. No era como si cargaran sarcófagos o algo parecido, pues el repartidor de cartas las empujaba en el carrito aparentemente sin hacer esfuerzo alguno.
Luego de dejar los paquetes, en vez de regresar al camión, el mensajero cruzaba por el césped hacia mi casa. —Buenas tardes, Sr. Grau. ¿No sabe usted si la Srta. Higgins se encuentra en casa?
—No sé—, le contesté—, no la veo hace algún tiempo. ¿Pero en realidad, quién la ha visto?—, me reía de mi broma. Aunque al cartero no pareció hacerle mucha gracia.
—Ehm, sí, bueno, tengo instrucciones de entregarle estas cajas a la Srta. Higgins personalmente. Llamé varias veces a la puerta y nadie me respondió. ¿Usted tiene alguna comunicación con ella?
—Poca, pero sí.
—Eso he escuchado—, musitó en tono sarcástico.
—¿Perdón?
—¿En serio usted tiene comunicación con ella?
—Bueno, usted fue quien preguntó, ¿no es así? Y de todos modos, ¿para qué quiere saber si yo hablo con Martha o no?—, le riposté en tono severo. De seguro solo quería sacarme información para después irse a chismosear de la pobre mujer.
—Sólo quería saber si podría dejarle estas cajas con usted... Verá, es que se me pone la piel de gallina cada vez que tengo que venir a entregar paquetes a la bru... es decir, a su vecina.
—Ah, eso era. Está bien, no hay problema. Puede dejar las cajas a mi cuidado que yo se las haré llegar—, rápido pensé que se abría la oportunidad a entrar a territorio desconocido con una justificación válida.
—¡Excelente! Venga para que firme la entrega—, me dijo el hombre que parecía más aliviado y entusiasmado que yo.
Así pues, seguí al cartero hasta el pórtico en la casa de Martha. Habían cinco cajas de madera de considerable tamaño apiladas en el balcón. Por todos lados se leían las correspondientes advertencias en inglés que indicaban que el contenido de las cajas era frágil. Una vez firmada la entrega digital, el hombre salió rápido propiedad de Martha. Así nada más y sin mirar atrás. Me dejó allí sólo... Sólo con las cinco cajas. El muy cobarde ni siquiera me ayudaría a llevarlas hasta mi casa para asegurarlas. Y era una larga caminata desde el balcón de la casona, hasta mi casa y tendría que repetir el trayecto cinco veces. Bueno. Ese era el precio que tendría que pagar para poder al menos lograr entrar por la puerta de la gran mansión.
Pero antes de intentar levantar las cajas para llevármelas, pensé llamar a su puerta una vez más. Tal vez Martha tomaba una siesta... O se duchaba... la imagen de la hermosa rubia duchándose, y luego abriendo la puerta en toalla... —¡Ponte serio Antonio y toca la jodida puerta de una buena vez!—me regañé a mi mismo antes de tocar la puerta.
Nada... Solo los grillos y las aves cantoras.
Miré con detenimiento la perilla de bronce. ¿Y si...? Tal vez... Nah, Martha jamás dejaría la puerta sbierta... Continué con mi soliloquio y aunque en un principio titubeé, coloqué mi mano temblorosa en la perilla... Y la giré. ¡Giró! La puerta estaba abierta.
Y allí estaba yo. En el balcón de la casona, de pie junto las cajas misteriosas, empujando la puerta de la casa de la bruja, hasta lograr abrirla por completo.
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Martha (versión en español) 1er lugar Humor #ECAwards
RomanceMartha es una mujer con un pasado trágico pero misterioso para todos en el pueblo. Lleva un estilo de vida extraño encerrada todo el tiempo, oculta tras las paredes de su enorme casona. Es el origen de chismes y rumores entre sus vecinos que la tild...