Capítulo 17 ;; Valor.

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Malcolm y yo somos los primeros en levantarnos para llevar nuestros platos al fregadero. Él intenta ayudar secándolos, pero mi madre lo impide con una sonrisa de fascinación, esa que aparece en su rostro hace rato cada vez que lo observa.

—No es necesario, cielo. América se encargará. Tú eres el invitado.

Sin embargo, cuando mamá se retira de la cocina, Malcolm se coloca a mi lado para secar los cubiertos que le voy pasando, acomodándolos en su lugar después.

—Eso salió bastante bien, ¿no? —rompe el silencio.

Cierro el grifo y me seco las manos.

—En realidad, no. Ellos sólo me aceptan aquí porque estoy a tu lado.

—¿Por qué dices eso?

—Es obvio, Malcolm... Se ve en cómo te miran, en cómo te tratan... Me respetan porque estoy contigo.

—Yo no creo que sea así —comenta con el ceño fruncido y me rodea la cintura con los brazos.

Lo aparto suavemente, dando un paso hacia atrás, necesitando respirar un poco.

—Si fuera tú, tampoco lo creería. Desde tu sitio, pues claro que no te das cuenta.

—América.

—Es increíble. ¿Y si tú y yo dejásemos de salir, Malcolm? ¿Qué pasaría? Dejaría de ser de su interés.

Me muerdo el labio al rememorar a mis padres con sus ojos encima de él, como si fuera la octava maravilla. Y en cuanto a mí... sin contar el comentario del vestido, todo lo que me preguntaron fue acerca de Malcolm y yo.

No hablaron sobre mi trabajo, ni mis hobbies, ni mi departamento, ni mi gato. No dijeron nada que pudiera ofender a Malcolm. No me atacaron, no frente a él, porque... aún puedo oír la voz de mi madre en nuestra conversación en la puerta de la cocina, cuando ha vuelto a cuestionar, una vez más, mis formas de vivir.

Es como si quisieran complacerlo. Como si, ahora que el desastre de su hija ha encontrado algo que vale la pena, tuvieran miedo de que vuelva a ser tan mediocre como antes.

Y, hasta lo último que sabía, valgo lo mismo con o sin Malcolm a mi lado.

—No tenemos por qué terminar.

—¡Ese no es el punto, Malcolm! —espeto, sintiendo mis ojos y mi nariz arder. —¡No quiero que mi valor frente a mis padres tenga que ver con tener a un hombre a mi lado! Quiero... Quiero... —hago una pausa al notar que un nudo me atraviesa la garganta y me impide respirar. Malcolm, al notar que comienzo a marearme, se acerca, me rodea con los brazos y me aprieta contra su pecho. Correspondo a su abrazo, refugiándome en su calor.

—Te llevaré a casa, ¿vale? —susurra contra mi pelo con aquel tono capaz de calmar todas mis tormentas. Asiento en respuesta, deja un beso en mi frente, se separa y me toma de la mano para dirigirnos al salón, recogiendo su abrigo del sofá.

—¿Ya se van? —pregunta mamá, hundiendo las cejas. —Estábamos por descorchar un vino...

¿Desde cuándo beben vino?

—Lo lamento mucho, pero debemos irnos. Mañana América y yo tenemos varios compromisos y será mejor que vayamos a dormir temprano.

—Oh, claro, lo comprendo. Bueno, gracias por venir.

—En realidad... —Malcolm me observa de reojo brevemente y me aprieta la mano. —Fue idea de América.

África se acerca para darnos un abrazo de despedida y, aunque sigo un poco resentida porque le haya contado al pelinegro sobre Asher, se lo devuelvo. Después de saludar a mi padre, nos subimos al auto y Malcolm conduce en dirección a mi departamento.

—¿Cuándo iremos a tu casa? —cuestiono distraída, mientras estaciona. —Estoy segura de que estaremos más cómodos que en una cama de una plaza...

—Yo no tengo problema con que duermas encima de mí.

Todo el calor corporal se acumula en mis mejillas. Le doy un golpe en el pecho.

—¡Malcolm! Hablo en serio.

—Y yo —rodeo los ojos. Él se ríe, toma mi mano, deja un beso en ella y agrega. —Pero, si de verdad quieres ir, te llevo.

—Claro que quiero. Me gustaría conocer esa parte de ti.

Sobre el amor y otros clichés (‹‹Serie Lennox 1››)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora