Capítulo 26 ;; Sobre el amor y otros clichés.

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No sé cómo sentirme.

Es mi último día trabajando en la librería. Y es extraño. He pasado tantas cosas aquí dentro...

Cada rincón guarda un recuerdo. Sea bueno o malo, incluya a Abel o no, forma parte de mí.

Me enfoco en dejar todo lo más organizado que puedo. Acomodo los libros que no están en su lugar, cuento el dinero de la caja, limpio las estanterías... y el día se pasa más rápido de lo que me gustaría.

Río con melancolía cuando la persiana se atasca a mitad de camino. Algo tan familiar y molesto que no viviré nunca más.

Todavía recuerdo cuando Abel me pedía que me quedara unas horas más y cerrara el local. Son esos pequeños momentos a los que tan acostumbrados estamos y que tanto nos irritan los que más echamos de menos cuando dejan de suceder.

Es entonces cuando una mano se cuela por debajo de la persiana.

—¿Malcolm?

Dejo de respirar al no oír respuesta. No, mi novio no me asustaría de esta manera. Me apresuro a buscar algo con lo que defenderme y lo primero que mis manos alcanzan es la pesada enciclopedia. Mi compañera amiga.

Un hombre con el rostro cubierto entra y se acerca a mí, dispuesto a quién sabe qué.

—No des un paso más, porque...

Su mano tira de mi brazo violentamente para apartarme de la caja registradora y chillo por la sorpresa. Mi segundo impulso es darle un golpe en la cabeza con todas mis fuerzas.

Y el intruso se desploma en el suelo.

—Oh, dios mío. Dios mío. Dios mío...

¿Qué acabo de hacer?

Con manos temblorosas, marco el número de Malcolm. La gente ya comienza a acumularse alrededor de la librería y mirar por la ventana.

—Hola, cariño. ¿Quieres que pase por ti?

—¡Malcolm! —mi voz suena muy aguda en mis oídos. —Creo que lo maté.

—¿Eh?

—¿¡Puedes venir!?

Debe haber notado que me está por dar un ataque, pues pronto oigo del otro lado de la línea el tintineo de unas llaves y el ronroneo de un motor.

—América, cálmate y explicame que sucede.

—Creo que acabo de matar a un hombre.

—Pero, ¿qué ha pasado?

—¡Lo golpeé en la cabeza con una enciclopedia!

Comienza a reírse a carcajadas. Mientras tanto, no puedo dejar de temblar. Un vehículo policial estaciona frente a la librería.

—Espera, cariño, ¿hablas en serio?

—¡Por supuesto! —un segundo luego, me echo a llorar. —Ya no es gracioso. Iré a la cárcel.

—Claro que no. Pero si eres más inocente que una mosca... Espera. Estoy estacionando. Quédate donde estás, ¿ok?

—Vale.

Cuelgo al verlo entrar. Él se apresura a abrazarme y alejarme del tipo en el suelo.

—¿Qué ha sucedido?

Yo no puedo dejar de llorar, así que entender una sola palabra de lo que digo debe ser complicado.

—Quiso robarme, entonces lo golpeé, pero yo sólo quería defenderme porque me había tomado del brazo... No quería matarlo.

Sobre el amor y otros clichés (‹‹Serie Lennox 1››)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora