Capítulo 22 ;; Alzar la voz.

486 68 0
                                    

Malcolm.

América deja el teléfono sobre el mostrador con un golpe.

—No sé cómo Abel hacía esto todos los días.

Nunca la vi tan estresada como en estos últimos días. El resto de trabajadores, sus compañeros, comenzaron a poner excusa tras excusa para no ir a trabajar. Salvo por Sara, una mujer menudita de cabello muy corto, que viene casi todos los días.

—Es que Abel no tenía miedo de decir las cosas, América.

—¿A qué te refieres?

—Si te equivocabas, Abel quitaba dinero de tu sueldo aunque fueses la favorita y tus intenciones no fueran malas.

—Porque era lo correcto.

—Exacto.

—Pero a veces me perdonaba...

—A veces. No siempre.

Se queda en silencio un momento, pensativa.

—Tienes razón. No sirvo para esto.

Mis cejas se disparan hacia arriba.

—No dije eso.

—Pero es verdad. No sé cómo imponerme —respira hondo, sale de detrás del mostrador y acomoda un libro sobresalido de la estantería. —Nunca he sabido hacerlo, y eso ahora tiene repercusiones en mi vida profesional.

—Te haré una pregunta —se voltea hacia mí. —¿De verdad quieres esto?

No responde, no de primeras. Se mordisquea el labio inferior, regresa a mi lado y alza la mirada a mis ojos cuando cree tener una respuesta.

—No lo sé.

—¿Lo haces sólo porque Abel te lo pidió?

—No lo sé —bufa, pasándose una mano por el cabello.

—Ey, no te estreses sin sentido —tomo sus mejillas entre mis manos para que me mire. —Está bien si no sabes la respuesta. Pero creo que deberías pensar en ello. Si quieres quedarte de verdad, toma cartas en el asunto. Y si no, estoy seguro de que podrás buscar algo que te guste.

Las bolsas debajo de sus ojos no dejan de alarmarme.

—Estos días han sido horribles —confiesa. —Con Abel en el hospital, y la librería prácticamente vacía... siento que estoy perdiendo el rumbo.

Abro la boca para responder, pero América se aleja cuando dos clientes entran por la puerta.

Por un rato, mientras ella se pierde entre las estanterías y yo me mantengo alejado para darle su espacio, no dejo de darle vueltas a lo que ha dicho.

Hubo un tiempo en el que solía pensar que tenía un rumbo fijo en mi vida, carente de otras posibilidades. Sin embargo, ya no estoy tan seguro de eso.

Lo que sí sé, es que América se está perdiendo a sí misma.

No he querido sacar conclusiones rápidas, pero lo noto. Soph lo ha notado. África también.

Y la única opción que le queda es encontrarse de nuevo.

—¡Mira! —aparece entre los libreros con un libro en la mano. —Trajeron el tercer tomo de Percy Jackson.

—Me lo llevaré.

Sonríe, y odio que el gesto no llegue a sus ojos cansados.

—Vamos a la caja.

Al finalizar su horario laboral, dice que tiene cosas que hacer en su departamento y que necesita estar sola, así que me voy directo a casa. Por mucho que quiera pasar tiempo con ella, sé que asfixiarla con mi insistencia no servirá de nada.

—Buenas noches, Malcolm.

Mi madre me sorprende en plena entrada. No está sonriendo, lo que enciende una alarma en mí. De hecho, está completamente seria.

—Hola, madre. Te ves fantástica, como siempre. ¿Quieres pasar?

Ambos tomamos asiento en el sofá de la sala principal y Mary nos trae un café. Veo mi reloj; son las 8:30. Padre nunca deja salir a Rose tan tarde.

—¿De qué querías hablar?

—De tu novia, América.

—¿Qué sucede con ella?

La simple mención enciende un enojo no extinto en mí, pero la curiosidad es mayor.

—Quería... disculparme.

Casi me atraganto con mi bebida.

—¿Cómo?

El rubor invade sus mejillas.

—No me mires así. Soy consciente de que mis acciones no hablaron bien de mis valores y que es extraño oírme pedir disculpas.

"Tus acciones hablaron bastante de tus valores" diría Soph.

—No es eso, madre. No te miro de ninguna manera.

—No es necesario que mientas. Sé que he sido grosera. Pero, si algún día les apetece... estoy dispuesta a preparar la mejor de las cenas en casa.

Con preparar, no se refiere a cocinar ella misma, claro está.

—¿Y qué hay de Felipe?

Hace un mohín apenado.

—Bueno... su postura sigue siendo la misma —debe haber visto la decepción en mi rostro, porque pone una mano sobre mi hombro. —Pero haré lo que pueda para que la acepte.

—América es una buena chica... Y tus palabras la han herido.

Aparta su mano y baja la mirada a sus rodillas, avergonzada. Encuentro cierto placer en su vergüenza, aunque eso me hace sentir culpable al instante.

—Lo sé. Lo he visto en sus ojos.

—Y aún así, no te has retractado.

—No sabes cuánto lo lamento.

Suelto un suspiro sonoro.

—No soy yo con quien debes disculparte.

—Tienes razón. ¿Cómo podría disculparme con ella?

—¿Y si envías un mensaje?

—De ninguna forma. Eso sería muy grosero. ¿Por qué no vienen a casa a cenar el sábado? O podemos salir otra vez.

—Tendré que preguntarle. Últimamente está muy ocupada.

—Perfecto. ¿Podrías llamarme cuando tengas una respuesta? Es que si escribes, tu padre...

—Sí, lo sé.

—Vale. Gracias —observa su reloj. —Supongo que ya debo irme. Se hace tarde.

La acompaño a la puerta y, justo cuando estoy por cerrar, me sorprende echando sus brazos a mi alrededor en un fuerte abrazo. Por unos segundos, soy incapaz de moverme.

¿Cuántas veces he anhelado un abrazo de mis padres sin recibirlo?

Las piezas rotas del corazón de mi versión más pequeña e infantil se unen sólo un poquito.

—Te quiero, Malcolm. Sé que no he sido una buena madre. Lo estoy intentando.

Jamás pensé oír esas palabras. No puedo hacer más que asentir, con la barbilla temblorosa, cuando ella se separa sin haber sido correspondido su abrazo. No porque no quisiera, sino porque no fui capaz.

Se despide con un asentimiento de cabeza pero, antes de que pueda meterse en la parte trasera del auto, la llamo. Se gira, y creo poder ver un atisbo de esperanza en sus ojos. Esperanza de que su hijo mayor la perdone por nunca haber sido una madre.

—No dejes que Padre te diga qué hacer. Tienes que aprender a decir las cosas, a imponerte, por mucho miedo que te de. Tu palabra también es importante.

Creí que iba a abofetearme. Creí que se reiría, risueña, y me diría que es ridículo suponer que tiene miedo de su marido. No obstante, las lágrimas se agolpan tras sus párpados y asiente, con el labio inferior temblando.

Sobre el amor y otros clichés (‹‹Serie Lennox 1››)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora