Capítulo 18 ;; Futuro.

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Malcolm.

Los ojos de América brillan mientras recorre los cuadros de la estantería con los dedos.

—No sabía que te gustara el arte.

—Soy una caja de sorpresas.

Su melodiosa risa llena el silencio del ambiente y hace una breve pausa.

—¿Y no te gusta pintar?

—Lo hago de vez en cuando, pero el trabajo ocupa gran parte de mi día.

—Oh... —se muerde el labio inferior, como hace siempre que está intentando indagar disimuladamente para llegar a lo que en realidad quiere preguntar. —Yyy... ¿puedo ver algo de lo que has pintado?

—No —respondo, reteniendo la risa.

Sus hombros se desinflan y me echa una mirada de reproche.

—¿Por qué?

—Me da vergüenza.

—Tú no tienes vergüenza.

Al ver que no voy a contestar, se acerca y me rodea el cuello con los brazos.

—¿Vas a hacer que te ruegue?

—No va a servir. Podrías rogar por otra cosa que sí te daría con gusto.

Me da ternura la forma en la que no capta ni la mitad de indirectas sexuales que le digo por día. Esta no es la excepción; frunce el ceño, confundida, pero vuelve al tema anterior.

—Voy a insistir hasta que te canses —dice en tono de advertencia. Y yo, por escuchar su voz, aguantaría lo que sea.

—Correré el riesgo.

—¡Malcolm! Por favor.

—No.

—Por favor.

—Nop.

—Por fiiiiiii...

—Va. Está bien —accedo, poniendo los ojos en blanco.

La sonrisa que aparece en sus labios le llega a los ojos. Siempre tan transparente... Y a la vez, un jodido misterio con patas.

—¿De verdad?

—Sólo uno.

—¡Me vale! —exclama, se pone de puntitas y estampa su boca contra la mía. —¿Dónde los tienes?

—Ven.

Con nuestros dedos entrelazados, subo las escaleras de caracol en dirección a la biblioteca. Quizás es un método para distraerla, sí, pero de verdad escondo mis cuadros allí, en el último lugar al que mis padres entrarían cuando vienen a verme.

—No me deja de abrumar lo enorme que es tu casa, joder —protesta. —Es como 10 veces más grande que la mía.

—Exageras.

—Verdad. Es 11 veces más grande, no 10.

Río, niego con la cabeza y le abro la puerta para que pase. No obstante, al llegar al umbral, se tropieza con sus propios pies.

—¿Acaso estoy muerta? Porque creo que estoy en el jodido cielo.

Sus labios están entreabiertos y su mirada, llena de fascinación, como si estuviera observando una habitación llena de riquezas. Y es que, tal vez, para ella, un cuarto lleno de libros equivale a eso.

—Sabía que te gustaría este lugar —rodeo su cintura con mis brazos y deposito un beso en su cabello, dándole unos momentos para admirar todo desde la entrada.

—¿Por qué no me trajiste antes?

Desde que me di cuenta de que siento algo por América, no he dejado de verla en cada parte de mi casa. En la cocina, usando mis camisas; en mi habitación, enredada entre las sábanas; en la biblioteca, cambiando los libros de economía y evolución de los automóviles por esas novelas que tanto le gustan.

Y es que lo peligroso del amor comienza cuando visualizas a esa persona en tu futuro y no puedes pensar en ningún plan tan tentador como ese.

—Supongo que no hallé la ocasión —me encojo de hombros y la libero cuando avanza, como si estuviera en un trance, hacia las estanterías.

Sus dedos comienzan a recorrer los estantes. Ahora, como tantas veces, desearía poder leer su mente, saber qué pasa por su cabeza en este momento. Saber si está pensando lo mismo que yo.

Y por alguna razón, este momento de calma me parece el indicado para sacar un tema de conversación en especial.

—Oye, América...

Se voltea y me observa con curiosidad.

—¿Sí?

—Quería hablarte de algo.

Su ceño se frunce en preocupación y soy capaz de ver, a través de sus iris oculares, cómo los engranajes de su cerebro comienzan a moverse rápidamente.

—No es nada malo —aclaro. —Es sólo... Bueno. Me ha surgido un viaje de trabajo.

—Oh. ¿Y... durará mucho tiempo?

Pienso en la respuesta mientras ella se acerca y me rodea el cuello con los brazos.

—Dos semanas.

Sus ojos se abren como platos. Supongo que esperaba que dijera que duraría 3 días o algo así.

—¿Dos semanas? —repite.

—Así es —hago una pausa breve. —Pero... estaba pensando en que podrías venir conmigo.

Cuando se muerde el labio inferior, puedo notar en su expresión la indecisión. Las ganas de decir que sí, contrastando con el tener que decir que no.

—No puedo dejar la librería sola por tanto tiempo...

Suspiro.

—Lo sé. Pero...

—Me encantaría, Malcolm. De verdad. Pero sería un estorbo para ti y... ya sabes... con toda la situación de Abel, necesito...

—Lo entiendo —prometo, tomándole las mejillas para que me mire, dándole una sonrisa con tal de ver una en sus labios.

Gran parte de mí comprende. Sin embargo, la otra, caprichosa e infantil, sólo desea llevársela consigo y tenerla a mi lado a cada hora. Ese tipo de viajes laborales me generan un estrés impresionante, y lo único que podría calmarlo es la pelirroja que ahora me sonríe.

Sobre el amor y otros clichés (‹‹Serie Lennox 1››)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora