iii. Primas

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CAPÍTULO TRES
Primas

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DIANNE DEBÍA RECONOCERLO, pero tener a la familia Delacour de vacaciones en la mansión era un verdadero alivio

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DIANNE DEBÍA RECONOCERLO, pero tener a la familia Delacour de vacaciones en la mansión era un verdadero alivio. Su padre estaba demasiado ocupado tratando de aparentar no ser una auténtica víbora, —aunque Apolline era bastante intuitiva para esos casos y ya debía de saber que verdaderamente lo era—, por lo que no estaba constantemente encima de su hermano y de ella. Tenían más libertad, podían ser ellos mismos, y eso lo agradecían de verdad.

La pequeña Gabrielle era como un soplo de aire fresco en aquel lugar tan sombrío, aunque por su apariencia era más como los rayos del sol. Sus alegres carcajadas retumbaban por las paredes de todos los pasillos y habitaciones, como si no le importara en lo absoluto el llamar la atención. Tampoco parecía importarle que los cuadros de las paredes la miraran como si hubiera perdido la cabeza, o los chillidos de sus abuelas. Era verdaderamente risueña, y no se preocupaba por esconderlo ni un ápice.

Su presencia también tenía otra parte buena, demasiado llegaría a diría ella si alguien se lo llegaba a preguntar. Estaba sacando a la luz una parte de su hermano que creía medio muerta, o al menos escondida en lo profundo de su ser. Desde la llegada de la familia de rubios franceses, Draco había dejado de tener aquella expresión de asco o de alma en pena. Parecía disfrutar de la presencia de la menor de los Delacour, aunque lo negara si Dianne le hacía algo insinuación sobre el tema. Era evidente que su orgullo seguía ahí, pero la verdad se podía ver perfectamente.

Aquello llevó a Dianne a preguntarse si tendría algo que ver con su enfadado en el curso pasado, o quizás Gabrielle tenía algo que a su hermano le recordaba a Lía. Fuera la que fuera la razón, lo agradecía enormemente, puesto que estaba algo cansada de la forma en la que su hermano se comportaba. Él no era mala persona, pero su padre parecía querer que lo fuera. Dianne sabía que, en el fondo, su hermano mayor tenía un corazón lleno de bondad. Pero, como todo en aquella casa, estaba levemente podrido.

Fleur era una gran compañía para Dianne, al ser algo más mayor que la pequeña Gabrielle, aunque también disfrutaba de sus momentos con la menor de los Delacour.

Fleur la acompañaba a los establos para ver a los caballos y a los pegasos; la ayudaba a reorganizar su ropa, —destrozando alguna por el camino, puesto que ni a la francesa ni a la inglesa le gustaba el horrible estilo que Lucius siempre compraba a su hija menor—; le enseñaba hechizos que todavía no eran de su curso, pero sí de su nivel, e incluso entrenaban al Quidditch juntas. Porque sí, ambas rubias estaban en el equipo de sus respectivos colegios, aunque Fleur lo hiciera de mejor gana que Dianne.
De hecho, cuando Dianne le había dicho que estaba en el equipo de Slytherin por culpa de Draco y de Theo, la francesa se había echado a reír. La había divertido la anécdota, lo admitía, pero también la mueca de fastidio que Dianne esbozaba mientras hablaba del tema. Estaba claro que, aunque le gustaba mucho el deporte y realmente disfrutaba el jugarlo, no lo hacía tanto para quien jugaba.

Dianne y el prisionero de Azkaban³Donde viven las historias. Descúbrelo ahora