xxiii. La condena de un sangre pura

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CAPÍTULO VEINTITRÉS
La condena de un sangre pura

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TAL Y CÓMO SU MADRE LE HABÍA recomendado, Dianne se puso aquel vestido negro que estaba en el fondo de su armario, y el cual había pertenecido a su tía Andrómeda

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TAL Y CÓMO SU MADRE LE HABÍA recomendado, Dianne se puso aquel vestido negro que estaba en el fondo de su armario, y el cual había pertenecido a su tía Andrómeda. Aquel detalle casi la tenía sonriendo ampliamente, porque de alguna forma, su madre estaba dándole a entender que ella no había dejado de lado a su hermana solo por haberse casado con un nacido de muggles. Y eso, claramente la aliviaba, pues era signo de que no era solamente ella la que pensaba que aquello era una estupidez. Una muestra de que su madre era de los pocos Black decente que todavía seguían viviendo.

Y, también, una pequeña mota de luz en la profunda oscuridad. Porque de ese modo, Dianne podía demostrar que no todos los Black's se merecían la fama que tenían. No todos ellos eran malas personas, amantes de las artes oscuras y denigrantes por algo tan ridículo como la sangre que corre por las venas de las personas. Era una pequeña esperanza dentro de un pozo de desesperación. Dianne no era la oveja negra entre el rebaño de blancos ejemplares, sino un pequeño animal que se había separado de su grupo de iguales oscuros. Solo debía encontrarlos para poder volver al redil.

Se aseguró de sacarse una foto para mandársela a su tía, mostrándole que estaba vistiendo su vestido en una fecha tan importante, en palabras de la víbora que tenía como padre. Además, le había mandado una carta contándole las novedades hasta el momento, así como unos regalos para todos ellos. La única diferencia era que aquel año no debía preguntarle por Remus, puesto que ella lo había visto mucho más que sus familiares. Pese a eso, también le envió su regalo al hombre lobo, puesto que sabía que este pasaría las Navidades en casa de los Tonks.

A pesar de que quedaba poco para la cena, seguía preguntándose quien sería el invitado especial de su padre. Después de todo, había interrumpido la tradición casi milenaria de los bailes de Navidad propia de la familia Malfoy. Debía de ser alguien realmente importante y especial como para que aquel acontecimiento tan inesperado hubiera pasado. Además, se imaginaba a las demás familias del mundo mágico cuchicheando por lo bajo sobre la hipotética razón por la que los Malfoy no harían su clásico baile. Casi podía imaginarse los titulares, llenos de tontería tras tontería, solamente escritos por periodistas que no valían para su puesto de trabajo. Evidentemente, aquello le hacía muchísima gracia a la parte malvada de su cerebro.

Luego de estar completamente lista, se dirigió a la habitación de su hermano mayor, puesto que sabía que Draco siempre tenía problemas con la ropa. Era algo superior a él, desde luego. Llamó a la puerta, pues no le apetecía demasiado el encontrárselo en ciertas condiciones, y casi sonrió aliviada cuando la voz del chico le dijo que podía pasar. Aquello significaba que, al menos, llevaba puesto los pantalones del traje.

Dianne y el prisionero de Azkaban³Donde viven las historias. Descúbrelo ahora