xvii. Demasiado sincero

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CAPÍTULO DIECISIETE
Demasiado sincero

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LA MAÑANA DEL DÍA DE Halloween, aquella en la que el olor a calabaza llenaba el castillo desde la primera hora de la mañana, Dianne se levantó de buen humor

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LA MAÑANA DEL DÍA DE Halloween, aquella en la que el olor a calabaza llenaba el castillo desde la primera hora de la mañana, Dianne se levantó de buen humor. Bajó a desayunar, ignorando los comentarios de sus compañeros, como si no fueran más que ruido de fondo. Todos ellos iban a ir a Hogsmeade, y ella se mantenía firme en su decisión de no ir.

—¿Estás segura de que no quieres venir? —insistió Theo, por enésima vez. Realmente no entendía porque la rubia no quería ir con ellos al pueblo, pudiendo comer dulces o beber cerveza de mantequilla—. Tenemos permiso para asaltar la tienda de dulces

—No, no quiero ir—repitió Dianne, también por enésima vez. Quizás por eso observó a su amigo con gesto cansado. Estaba harta del temita de Hogsmeade—. Ya he estado en Hogsmeade más veces—lo cual era mentira—, y la verdad es que no me apetece mucho ir—eso sí que era verdad.

—Te traeremos golosinas de Honeydukes—le dijo Blaise, quién había sido el primero en dejar de insistir .

—No os preocupéis, no tengo tanta necesidad de algo dulce...

Y, sin que ninguno de sus amigos lo entendiera, una sonrisita divertida se dibujó en sus labios.

Se quedó apoyada en una de las paredes del vestíbulo, haciendo tiempo y observando a sus compañeros prepararse para irse al pueblo de Hogsmeade. En el fondo no le daba pena no ir. El pueblo no dejaba de ser como todos los mágicos, con sus tiendad de chuches, sus bares llenos de criaturas y sus coros que cantaban cada cual peor que el anterior. Además, estaría lleno de chismes de Halloween, como si fuera un pueblo muggle. Y a eso, no le encontraba la gracia.

Filch, el conserje, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso. Estaba claro que no sería la primera vez que alguien intentaba ir al pueblo sin que los profesores se enterasen, y por eso el feo conserje se encargaba de aquella tarea. Se quedó mirándola cuando ella negó con la cabeza, para luego refunfuñar por lo bajo.

—¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Draco, quien estaba en la cola, junto a sus perros guardianes. El platinado seguramente nunca perderia la mala costumbre de burlarse del mestizo. Era superior a él—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores?

¿Enserio, Draco?, pensó Dianne, mientras contenía las ganas de darse una palmada en la frente. A veces su hermano era idiota.

Harry no le hizo ni caso, ignorando al platinado como si no existiese, y Dianne lo vio alejarse con los pies de plomo. Se movió para seguirlo, pero una mano en su brazo la detuvo.

Dianne y el prisionero de Azkaban³Donde viven las historias. Descúbrelo ahora