xvi. Tío

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CAPÍTULO DIECISÉIS
Tío

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DESDE QUE ERA MUY PEQUEÑA, Dianne había sentido una enorme fascinación por las criaturas mágicas, algo que la había llevado a devorar cientos de libros con el solo objetivo de aprender todo tipo de datos sobre cada una

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DESDE QUE ERA MUY PEQUEÑA, Dianne había sentido una enorme fascinación por las criaturas mágicas, algo que la había llevado a devorar cientos de libros con el solo objetivo de aprender todo tipo de datos sobre cada una. Ese era el motivo por el que sabía tratar tan bien a los pegasos o a las lechuzas, o cómo evitar que un hipogrifo la fuera a atacar. Conocía hasta el mínimo detalle de cientos de criaturas, datos que seguramente habrían salvado la vida de muchas personas (y criaturas). Y todo aquello había hecho que considerara a Newt Scamander como un ejemplo a seguir.

Para la rubia, Newt Scamander era un verdadero genio, una de esas personas que merecen ser seguidas. Una de esas mentes que todo el mundo debería conocer, con el paso del tiempo, y recibir sus enseñanzas como lección de vida. Como una señal de que, poco a poco, el mundo debe cambiar para mejor.

La primera vez que leyó sobre los animagos, se quedó realmente sorprendida, cómo si lo que acababa de leer fuera alguna clase de fantasía de lo más inverosímil. Le pareció realmente fascinante que un mago pudiera convertirse en un animal y que aun así pudiera conservar su raciocinio humano, todo al mismo tiempo, como una especie de pack. También había encontrado realmente interesante que dicha forma animal era en base a la personalidad de cada mago, que no fuera a la voluntad fe cada uno o siguiera un sistema totalmente arbitrario. Eso siempre la llevaba a pensar qué forma adoptaría ella, a pesar de que consideraba que no tenía la suficiente paciencia como para pasar por todo el proceso de conversión. Porque sí, sabía cada paso del proceso, pues su curiosidad la había llevado a investigar sobre el tema.

Sin embargo, no se esperó tener a un animago tan cercano a ella. Jamás se le habría ocurrido que uno de sus familiares hubiera sido capaz de superar aquel largo y complicado proceso, en sus años de Hogwarts. Mucho menos que lo había hecho por solidaridad. Y, a pesar de sus pensamientos, estaba realmente encantada (por no decir profundamente fascinada), de poder tener a un animago en su familia.

Porque, hasta el momento, el único animago que había conocido era la profesora McGonagall.

Dianne realmente había perdido la cuenta de cuantos segundos llevaba con la boca abierta, por la impresión, pero le daba igual. El enorme perro negro, al que al principio había confundido con el perro espectral conocido como Grim, se había convertido en una persona.

Y no en cualquier persona, sino en una que ella adoraba profundamente.

—¿Por qué no me dijiste que eras un animago? —regañó de inmediato, luego de recuperarse de la sorpresa.

—Porque no recuerdo si estoy en la lista del Ministerio—respondió el hombre con voz ronca, mientras la miraba divertido. De hecho, parecía estar haciendo grandes esfuerzos para no echarse a reír—. Y todo animago debe estar en el registro, o se paga con una larga temporada en Azkaban.

Dianne y el prisionero de Azkaban³Donde viven las historias. Descúbrelo ahora