Capítulo 9

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Capítulo 9

Fuera llovía a mares

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Fuera llovía a mares. El cielo se iluminaba de vez en cuando y los truenos estallaban con violencia. Apreté con más fuerza a Mimi, mi muñeca sucia y despeinada, contra el pecho. Estaba helada, pero si me quejaba mamá se enfadaría mucho y me gritaría.

Me acurruqué contra un rincón de la vieja y húmeda habitación que compartíamos mamá y yo. Ella roncaba suavemente en la cama llena de muelles, con una botella vacía de lo que fuera que bebiera y la hiciera comportarse así de mal conmigo a sus pies. Quería gritar de miedo. Me asustaban las tormentas. Solo quería que mi mamá me abrazara y me dijera que todo iba salir bien, pero no era como las mamis de los demás niños del cole. No era cariñosa ni me daba besos mágicos cuando me caía ni me decía que me quería. Siempre me gritaba y me echaba en cara que me odiaba..

Miré a Mimi. Su vestido deshilachado y roto era una muestra clara de lo vieja que era, al igual que el ojo medio descosido y la sonrisa perturbadora. Aun así, ella era mi única amiga, la única que me consolaba por las noches cuando lloraba en silencio.

—Vamos a portarnos bien —le susurré mientras le desenredaba el pelo con los dedos—. No queremos que mamá se despierte y se enfade con nosotras.

Pese a lo pequeña que era, sabía muy bien cuáles eran las consecuencias de despertarla en medio de una resaca. No era la primera vez que me ponía la mano encima, ni sería la última.

Balanceé mi pequeño cuerpo hacia delante y hacia atrás, murmurando una nana que había aprendido en el colegio. Un trueno retumbó por las cuatro paredes. Sollocé.

De repente, unos golpes resonaron en la puerta y, por instinto, me hice más pequeña. Ahí estaba ese hombre malo de nuevo.

—¡Abre la puerta, zorrita!

Mamá soltó una maldición. Estrelló la botella contra la pared, muy cerca de donde me encontraba, provocando así que se me escapara un grito.

—¿Quieres cerrar el pico, monstruito? —vociferó con los ojos inyectados en sangre.

—¿Qué quiere ese señor, mamá? —le pregunté con un hilillo de voz.

—Nada que te importe.

Otra vez se escucharon esos golpes, más toscos que antes.

—¡Me debes trescientos dólares! —gritó—. ¡Como no tengas el puto dinero pienso echaros a ti y a esa mocosa!

Se echó el pelo rubio hacia atrás, se acuclilló a mi altura y me zarandeó.

—Deja de llorar. Solo los bebés lloran y ya no eres uno.

—Tengo miedo.

Ya no me importaba que mis mejillas estuvieran llenas de lágrimas ni que hipara. Me llevé las manos a la cara para que no me viera llorar.

Sidney. ¡Rivales hasta el final! (Serie «Chicas guerreras 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora