El héroe llorón había perdido el brillo en sus ojos.
A penas había podido pensar en lo que tenía que hacer al salir del departamento que por semanas llamó (de una manera un poco retorcida si me preguntan) hogar, donde a pesar del dolor y la desesperación tuvo momentos de paz y de felicidad, momentos en los que logró conectar con personas que en algún momento consideró monstruos y ahora solo formaban parte de esa gran imagen que se formaba en su cabeza de aquellos a los que quería salvar.
Aún podía escuchar la voz de Ran llamándolo por la mañana o a Rindou acostándose arriba de él a modo de capricho porque Izana no les permitía ser tan cariñosos con él mientras estuviera cerca, cómo volvió a sentir que su amistad con Kakucho era más que una simple vivencia de la infancia y ahora nuevamente podía verlo y decir que era su amigo.
Y también recordaba a Izana.
Cómo lo abrazaba por la noche sollozando porque le dolía pensar que Takemichi nunca lo vería como alguien importante, las conversaciones que tuvieron sobre los problemas mentales de Izana y el innegable complejo de salvador que tenía el rubio teñido.
Era doloroso, jodidamente doloroso, porque entre todas aquellas vivencias siempre se colaba aquel evento fatídico, aquel momento en que sintió toda la confianza que había formado con Izana derrumbarse, cuando vio esos ojos sin vida y sintió aquellas manos mallugar su cuerpo, ensuciándolo, haciéndolo sentir ajeno a su propio cuerpo, como si no tuviera el control de nada y solo fuera una marioneta, un actor que se le ha encargado interpretar el papel del sacrificio humano.
Las calles de Roppongi eran frías de noche, la estación del metro estaba cerrada y solo le quedó caminar, caminar y caminar sin un rumbo en específico, o al menos eso era lo que quería creer, porque sus pies se movían solos, de manera perezosa pero fija, mientras su mente estaba perdida, entre recuerdos, recuerdos de las promesas que alguna vez hizo, recuerdos de las promesas que alguna vez le hicieron, quería creer que podría cumplir cada una de las que se escaparon por sus belfos.
Pero no estaba tan seguro de creer que aquellas promesas que alguna vez le hicieron llegarían a cumplirse.
Takemichi siempre estaba dispuesto a salvarlos a todos, era un peso que él mismo había aceptado cargar el día que descubrió que podía viajar en el tiempo, aunque sinceramente...
Nunca pensó que esa carga llegaría a ser tan pesada que lo dejara de rodillas en el suelo deseando finalmente morir, tal vez ahí encontraría su salvación, un descanso eterno donde ya no tendría que volver a llorar o sentirse insuficiente, donde ya no volvería a sentir ningún sentimiento negativo, ninguna tristeza, ninguna desesperanza.
Pero también se perdería de las alegrías de la vida, sin embargo, para este punto esas cosas dulces como un par de ojos negros ya no parecían ser suficientes.
Dicen que cuando estas perdido en tus pensamientos y caminas sin rumbo en realidad te estas dirigiendo a un lugar en el que tu mente pueda encontrar un poco de paz, aunque Takemichi dudaba mucho de la veracidad de estas palabras ya que en ese momento se encontraba en la entrada del cementerio donde sabía estaba sepultado tal vez la persona con la que comenzó todo.
Shinichiro Sano
Takemichi estaba harto de ese nombre
Sabía que estaba mal maldecir a los muertos pero por alguna razón le guardaba con cierto rencor al que alguna vez fue el mayor de los hermanos Sano, el hermano de Izana, el líder de los Black Dragons, una leyenda entre leyendas.
Y también la razón por la que Takemichi ahora se encontraba ahí, frente a la tumba fría, apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, mirando con rabia una lápida de cemento, imaginando a aquel hombre que en ese momento consideraba la causa de todas sus desgracias.
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Por una vez... quédate!
FanfictionTakemichi se encuentra a si mismo nuevamente en el pasado, con un único objetivo...salvar a Mikey, pero se encontrará a si mismo enfrentándose a sus acciones y a sus sentimientos, ¿Por qué está tan desesperado por tener a Mikey en su futuro? es porq...