PRÓLOGO*

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Jamás quise llevar esa vida.

No me malinterpretéis, ser una morada tampoco estaba tan mal. Podías leer muchos libros, y vivir una vida bastante relajada como profesora o bibliotecaria para el resto de tus días.

Pero yo aspiraba a más.

Siempre he culpado a mi imaginación. Quería escribir un libro. Bueno, en realidad no quería escribir solo un libro; quería poder llenar toda una biblioteca con mis escritos, mis ilusiones y mis ideas.

Siempre había envidiado a los azules por ello; al ser físicos, matemáticos, biólogos y doctores poseían las mayores bibliotecas de la ciudad.

Aunque nuestras bibliotecas estaban llenas de obras clásicas de la antigüedad, de libros en idiomas ya extintos y de gigantescos libros de gramáticas diferentes; ellos poseían la información científica.

Kai, un amigo azul que te tenía, me había contado que eran inmensas, que podías perderte en sus pasillos; ya que eran similares a un laberinto.

Pero por desgracia, no se nos permitía entrar en sus instalaciones.
Cada color de artificiales debía centrarse en sus propios oficios y por eso tenía algunas áreas restringidas.

De hecho todos tenían sus áreas, menos los verdes; ellos eran los encargados de la fabricación, la producción y el mantenimiento de la ciudad. Los que vienen siendo los agricultores, ganaderos, obreros y jardineros.

En realidad, sentía pena por ellos.

Eran los que más esfuerzo ponían en su trabajo, para que luego los humanos y los fucsias solamente se rieran y burlaran de ellos; aunque a mí me fascinaba su increíble habilidad manual.

Supongo que los fucsias se creían superiores a ellos solo porque diseñaban los edificios que luego los verdes construían.

La mayoría eran unos engreídos y unos insoportables.

Su vida era bastante buena en comparación, se dedicaban a dibujar y a tocar instrumentos musicales; y se les recompensaba bien. Acudían a las galas más prestigiosas de los humanos como músicos u organizaban sus propias galerías artísticas, vivían una vida llena de lujos y sin complicaciones.

Y no podían faltar los rojos, uno de los grupos más respetados de artificiales. Se encargaban de la seguridad; eran policías, guardaespaldas y militares.

Conocía a alguno de ellos y lo cierto es que resultaban bastante distantes, fríos quizás. Habían recibido un entrenamiento bastante exhaustivo y por ello, ser amable o cariñoso no entraba dentro de sus características.

Y por último se encontraban los humanos, humanos originales y no modificados genéticamente como nosotros.

Ellos nos habían creado a nosotros, los artificiales; para asegurar su comodidad, rellenando los puestos de trabajo que ellos no parecían apreciar.

Un humano podía desempeñar cualquier clase de oficio, sin importar sus obligaciones.

Eran libres y eso, les daba poder sobre nosotros.

ArtificialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora