CAPÍTULO 2: LA NIÑA QUE HABLABA CON LOS PÁJAROS*

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La clave era no parecer nerviosa.

Solo iba a la biblioteca morada a coger un libro para morados y yo era una morada. No había nada de malo en ello.

Y si parecía nerviosa era porque estaba buscando un libro en el que encontraría una nota con una dirección apuntada. Vamos, que le estaba haciendo el trabajo sucio a Drake. Que si mal no recuerdo, era un insoportable al que odiaba.

Y allí estaba yo, frente a la biblioteca. Más que una biblioteca parecía un museo, decorado con esculturas de poetas y escritores famosos de todos los tiempos.

Aquel sitio siempre me había transmitido paz y tranquilidad, pero aquel día me sentía incomoda caminando entre sus pasillos.

Conocía aquel lugar como la palma de mi mano, así que no tarde en encontrar la sección de literatura sobre mitología griega.

En esa sala solo se encontraban un par de morados, no muy agraciados ninguno de ellos; seguramente recopilando información para algún trabajo. Y en la esquina de la mesa situada en el centro, se encontraba un chico morado, bastante guapo; por cierto. Tenía pecas y el cabello oscuro, largo y ondulado. Desde luego, uno de los morados más guapos que había visto en mucho tiempo. Pero debía concentrarme en mi misión, no podía distraerme.

Me acerqué lentamente al estante donde se encontraba el libro que buscaba, y con disimulo busque en su interior. Y allí estaba lo que andaba buscando, una dirección con fecha en la que se podía leer:

Argualas, número 8.
18:21

Agarré el papel de una forma tan brusca que temí que alguno de aquellos estudiantes se hubiese dado cuenta, pero seguían concentrados en sus libros.

Lo que nos hacía especiales a los artificiales era que nos habían dotado con alguna habilidad o característica especial, diferente para cada color.

Había quienes los llamaban poderes, pero no era para tanto. No teníamos ni telequinesia ni podíamos leer mentes, sólo habían aumentado nuestras capacidades relacionadas con nuestro color y el trabajo que desempeñaríamos en el futuro.

No era la primera vez que pensaba en ello, y había llegado a la conclusión de que si hubiese un apocalipsis zombie los morados y los fucsias seriamos los primeros en morir (aparte claro está de los humanos)

¿Que por qué?

Porque los morados no impresionarían a ningún zombie con su capacidad para concentrarse en la lectura, ni su habilidad para expresarse con claridad, ni mucho menos su peligrosa capacidad para poder leer perfectamente con poca luz.

Y no hablemos de los fucsias, ellos tendrían las mismas posibilidades de sobrevivir que nosotros, con su gran talento artístico y musical.

Volviendo al verdadero problema, ya me había hecho con el control de la dirección y me dirigía apresuradamente hacia la salida. Tenía miedo de encontrarme con alguien como la bibliotecaria, que seguro que intentaría darme conversación.

Y si yo tengo algún defecto que destaque entre mis demás defectos es que no se mentir. Literalmente, no me sale. Y me pongo nerviosa y comienzo a decir cosas sin sentido.

Estaba tan concentrada en mis propios problemas que casi no me di cuenta que un grupo de fucsias estaban molestando a una niña verde.

No podía mostrarme indiferente ante esa situación. La niña tendría más o menos la edad de Emily e incluso podría decirse que tenían un aire, aunque claro, Emily era humana y esa niña era una verde.

-¡Eh! ¿Qué os creéis que estáis haciendo?
Logré hacerme un hueco entre el círculo de fucsias que rodeaban a la niña. No me miraban con caras amistosas, especialmente el que tenía a mi derecha; que no paraba de darme empujones para que saliese del círculo.

ArtificialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora