CAPÍTULO 3: MI PLAN RESULTA SER UN DESASTRE*

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Sentía que mi pecho estaba a punto de estallar, me costaba respirar y cada vez sentía como si mis fuerzas se desvaneciesen a medida que avanzaba.

Había dejado atrás los almacenes y me disponía a trepar una valla que se había cruzado en mi camino.

Para ser sincera, trepar no era mi fuerte. Cualquiera podría pensar que con la práctica que tenia de trepar por la enredadera ya se me haría muy fácil, pero la verdad es que no. Los morados eran torpes, y no había forma de arreglar aquello.

Nunca había llegado a practicar ningún deporte que se me diese bien, y la escalada no era la excepción. Sin darme cuenta tropecé en la maldita valla y me desplome al instante. Ni mi cuerpo ni mi mente estaban preparados para tal esfuerzo.

Afortunadamente al encontrarme en el suelo, Drake y el chico morado no me vieron al pasar por allí. Tenía miedo de que me hubiesen visto, pero no lo creía. De lo contrario Drake ya me hubiese atrapado y habría recibido una buena paliza.

En el suelo conté en silencio: uno, dos, tres, cuatro...

Y así sucesivamente hasta llegar a veinte. Mi corazón se tranquilizó y mi mente se despejó.

Como no podía llegar enseguida a la casa de los Meyer decidí quedarme un rato en aquel callejón. Desde allí todo parecía más calmado e incluso más claro.

Recordé a aquella niña, Lilly. Me pregunte si estaría bien y si en su casa la trataban como se merecía. No podía evitar preocuparme por ella, como tampoco podía evitar preocuparme por Emily. La iba a echar muchísimo de menos cuando me fuese. Aunque en aquel momento mi mayor preocupación era lo que podría ocurrirle a Drake sino dejaba de ver a su novio morado.

Allí, sentada, empecé a entender porque Drake sentía tanta rabia hacia los artificiales, quizás la culpa no era mía después de todo. Quizás se enfadase conmigo y con los de mi especie por ser diferentes ya que era mucho más fácil que enfadarse consigo mismo por ser diferente, por sentir de una manera diferente.

Tras calmarme completamente decidí darme un paseo y al cabo de un rato y sin darme apenas cuenta, empezó a anochecer. Ahora tendría que volver a casa.

Al llegar, la casa estaba abarrotada por rojos y humanos policías.

Me acerqué lentamente, trague saliva y le pregunte a un rojo:

-¿Que está ocurriendo?

A lo que él contestó con un resoplo y diciendo:

-Creía que había dejado muy claro que no quería a ningún morado por aquí. Este es un caso importante y hasta que no sepamos más no podemos informar a los medios. Ahora fuera de aquí.

Claramente me había confundido con una periodista morada que solo quería redactar un artículo sobre la noticia.

-En realidad no soy periodista. Vivo en esta casa y me gustaría saber que está pasando aquí.

A lo que el rojo puso los ojos en blanco y se dirigió a un humano que se encontraba cerca de la puerta diciéndole que yo era una de las hijas artificiales de los Meyer y que me dejase pasar.

Me hice hueco entre aquellos rojos y policías que se interponían en mi camino y conseguí llegar hasta la entrada.

Aquel humano abrió la puerta y quede impactada por lo que vi.

En la sala de estar se encontraban el señor y la señora Meyer, Drake esposado y un par de rojos tomando apuntes. El olor a lavanda que caracterizaba a aquel salón había desaparecido, al igual que la tranquilidad que solía inundar a aquella casa.

ArtificialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora