ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔗𝔯𝔢𝔠𝔢

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Pasaron dos semanas sin ningún problema. A pesar de haber dejado de ser el guardaespaldas de Erick, seguía haciendo las mismas cosas que cuando lo era. Iba a trabajar junto con Chris y acompañaba a Erick a la universidad todas las mañanas. El niño se estaba volviendo cada vez más vivaz y alegre a medida que los días pasaban pero había veces, cuando lo tomaba distraído, en que podía notar que toda su tristeza seguía allí, escondida bajo un bonita sonrisa.

Eso me preocupaba ya que no sabia que era mejor. El triste Erick que me gritaba o el alegre que escondía sus verdaderos sentimientos.

Había sido uno de esos días en los que Erick estaba de mal humor y no me había dirigido la palabra, estaba cansado de intentarlo y estar alerta por cualquier señal de recaída por lo que en cuanto toque mi cama caí en un profundo sueño. Desperté sobresaltado gracias al perturbador sonido de mi celular taladrando mis oídos. Había olvidado por completo revisar los timbres de llamada luego de que Chris hubiese estado jugando con el aparato. Ahora, estaba escuchando el famosísimo grito de la rubia de Psicosis taladrando mis oídos mientras buscaba el bendito móvil.

Una vez que pude rodear el celular con mi dedos, atendí la llamada y me lo lleve al oído una vez que la chica dejo de gritar. Debía tener una larga charla con Chris al respecto de tocar mis cosas y cambiar mis timbres de llamada. O bien podía poner sal en su café de la mañana a modo de venganza. Esa era mejor.

—¿Hola? —murmuré con voz adormilada mientras refregaba mis nudillos sobre mis ojos cerrados,
intentando apartar el ardor ante las pocas horas de sueño que había tenido.

—¿J-Joel? —una voz rota y temblorosa rompió el auricular logrando que me sentara de golpe sobre la cama—. Joey...

—¿Que sucede, cariño? —pregunte mientras me bajaba de la cama y buscaba mis jeans. El impulso de ir a consolar a Erick era tan fuerte que estaba vistiéndome en automático.

—No...no pude —sollozo—. N...necesito que...que vengas por...mi.

—Dime donde estas, dulzura. —pedí mientras tomaba mi chaqueta, escuchando el llanto roto del niño
desde el otro lado—. Erick, cariño, dime donde estas.

—E...en The Alley of Lost Children. —su voz sonaba pequeña y avergonzada por lo que me trague el rosario de maldiciones que se me ocurrieron.

"El callejón de los niños perdidos". Bautizado de ese modo gracias a la cantidad de jovenes que habían encontrado su final allí. Tanto por sobredosis como por ataques de pandilleros, el lugar era el punto de encuentro más conocido por los barrios bajos. Allí se manejaban todo tipo de drogas ilegales, prostitución y mercado negro. El lugar era un pozo negro, habia ido una vez cuando recién había llegado a Londres gracias a la insistencia de Richard por conocer el lugar, luego de eso ambos habíamos prometido jamás volver a pisar ese callejón por voluntad propia.

—¿Cómo llegaste hasta allí? —tomando mis llaves corrí fuera del departamento bajando las escaleras lo más rápido que mis pies lo lograron.

—Un... un amigo —musito en medio de un sollozo—. ¿P...puedes venir por mi? 

—Voy en camino, cariño. —aseguré mientras me metía dentro de mi auto y lo sacaba del estacionamiento.

—Yo... yo no sabia que vendríamos aquí —prometió—. Él dijo que era...una fiesta. Pensé que podía... 

—Esta bien, estaré allí en unos minutos —me mordí el labio, tomando aire antes de hacer la siguiente pregunta—. ¿Consumiste? 

La respuesta no tardo en llegar.— ¿¡Que!? No, no lo hice, te juro que no. Yo no consumí nada, te lo juro, no lo hice.

𝕭𝖗𝖆𝖛𝖊 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora