Un océano de tiempo.

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Las olas rompían contra la piedra tan fuerte que parecían truenos que vinieran desde el cielo, pero la noche era despejada y las estrellas brillaban como velas y la luna era redonda y plateada... para el cielo inmortal, el tiempo no había pasado.

Alec se quedo la noche entera contemplando el cielo y el mar que eran los mismos que él había conocido y amado.

"Tal vez... si existió tal magia que te trajo aquí... tal vez exista magia que te lleve de regreso"

¿Sería eso posible? ¿Regresar a su hogar? A su tiempo... a su vida, a su... Mery.

Alec suspiro. Ni siquiera podía entender esto aun... para él... había sido solo un momento... era como la vez que de niño cayo de su caballo y cuando despertó estaba en su cama con su madre llorando preocupada. Para él, el tiempo no había pasado pero a su alrededor... todo había cambiado.

Magia oscura... magia... ni siquiera creía en eso... claro que ahora... ya no se trataba de creer o no.

Entro a la habitación cuando el sol se levanto sobre el océano, iluminando el mundo como... como siempre... como lo había hecho por miles de años antes y lo seguiría haciendo miles de años después, sin importar que sucediera con él.

Vio a la chica sobre la cama, estaba en una extraña posición, medio sentada, seguramente lo hubiera estado esperando pero al final se quedo dormida.

Una punzada de arrepentimiento traspaso su pecho.

La chica era pequeña y delgada, demasiado delicada, como una muñeca. Las niñas que él había visto así en su época no solían sobrevivir y de hacerlo, nadie la habría desposado. Demasiado pálida y flaca... no serviría para tener hijos. Los hombres en su tiempo solían preferir mujeres fuertes y de grandes caderas y prominentes pechos para amamantar a sus hijos.

Sonrió de lado. Le recordaba a un hada. Una hada como las de los cuentos que Tilha solía contarle cuando era un niño.

Ella tenía el cabello del color de la miel. Dorado como los rayos del sol. Y sus manos eran tan pequeñas... y su tacto era suave y cálido, recordó que la noche anterior había tocado su hombro y se había sentido reconfortado.

La mujer abrió los ojos bajo su escrutinio. No se había dado cuenta de lo cerca que estaba de ella. Alec dio un paso atrás pensando que ella seguramente se asustaría al despertar con un hombre tan cerca de ella.

-Hola... - miro al balcón - ¿ya es de día? ¿No has dormido nada?

El negó.

-Mucho en que pensar. – soltó sin tener que decir más, ella asintió.

-Sí, me imagino.

Levanto sus brazos, estiro sus piernas y bostezo durante un largo rato.

Después tallo sus ojos y se levanto.

-Bien, deberíamos bajar a desayunar. Debes tener hambre después de estar toda la noche despierto.

Alec de pronto sintió un hambre intensa. No había pensado siquiera en comer pero ahora, de pronto su cuerpo sabía que había pasado quinientos años sin comer, así que asintió y siguió a la chica abajo.

Todo era extraño, él siempre se había glorificado por ser un hombre, un hombre en toda su extensión. Fuerte, valiente, viril. No había nada que le hiciese dar un paso atrás, jamás. Pero aquella mañana... Alec por primera vez en su vida sintió temor.

-Entra, es la cocina. Te preparare el desayuno y... luego podremos comenzar a buscar... algo para... bueno, ya sabes...

Alec dio un paso dentro de la cocina, estaba revestida de acero, como si las paredes hubiesen sido forjadas como una espada se quedo ahí de pie, sin atreverse a moverse un solo paso más.

El retrato del Duque.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora