xxvi. Maldición de sangre

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CAPÍTULO VEINTISÉIS
Maldición de sangre

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LAS LETRAS TODAVÍA SEGUÍAN flotando en el aire, ardiendo como lo haría un tronco en el fuego

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LAS LETRAS TODAVÍA SEGUÍAN flotando en el aire, ardiendo como lo haría un tronco en el fuego. Los dos alumnos las observaban como si no se creyesen lo que tenían ante sus ojos, mientras aquel extraño recuerdo parecía mofarse de ellos en silencio. Después de todo, ¿cómo era posible aquello que tenían delante fuera cierto?

—¿Veis? —susurró Tom Ryddle, mientras los miraba como si nada. En el fondo, lo estaba disfrutando profundamente—. Es un nombre que yo ya usaba en Hogwarts, aunque solo entre mis amigos más íntimos, claro—De pronto, su rostro y su tono de voz se endurecieron. Rozaron el asco, el desprecio—. ¿Creéis que iba a usar siempre mi sucio nombre muggle? ¿Yo, que soy descendiente del mismísimo Salazar Slytherin, por parte de madre? ¿Conservar yo el nombre de un vulgar muggle, que me abandonó antes de que yo naciera, solo porque se enteró de que su mujer era bruja? No—volvió a sonreír como si nada hubiera pasado—. Me di un nuevo nombre, un nombre que sabía que un día temerían pronunciar todos los magos, ¡cuando yo llegara a ser el hechicero más grande del mundo!

—No lo eres—dijo Dianne, con más calma de lo que se esperaba. Su voz sonaba calmada, pero estaba llena de odio.

—¿No soy el que? —preguntó Ryddle, bruscamente.

—No eres el hechicero más grande del mundo.

—El mejor mago del mundo es Albus Dumbledore—habló Harry, con la respiración agitada —. Todo el mundo lo dice. Todos lo saben—Habló entre dientes—. Ni siquiera cuanto eres fuerte te atreviste a apoderarte de Hogwarts. Dumbledore te descubrió cuando estabas en el colegio y todavía le tienes miedo, te escondas donde te escondas.

De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una mirada de desprecio absoluto.

—¡A Dumbledore lo han echado del castillo gracias a mi simple recuerdo! —dijo Ryddle, irritado.

—No está tan lejos como crees—replicó Harry, hablando sin pensar.

<<¿De dónde saca ese valor? >>, se preguntó Dianne, mientras lo miraba de reojo.

Ryddle abrió la boca, pero no dijo nada.

Llegaba música desde algún lugar, y Ryddle se volvió para comprobar que en la cámara no había nadie más. Pero aquella música sonaba cada vez más y más fuerte. Era inquietante, estremecedora, sobrenatural. Cuando la música alcanzó tal fuerza que la sentían vibrar en su interior, surgieron llamas de la columna más cercana a los estudiantes.

Dianne y la cámara secreta² ✓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora