CAPÍTULO 2: B.C.

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03 de septiembre, 2021 - 19:38.

"No me gustan las mujeres", pensaba hasta esa noche. Es decir, siempre le tuve cierto recelo a coger con una persona de mi mismo sexo, quizá por el hecho de haber nacido en una familia algo conservadora donde la homosexualidad o libertad sexual era mal vista, además de que siempre la he pasado genial en la cama con los hombres, pero aquella noche fue diferente, no sé qué fue lo que pasó.

Debido a ciertos asuntos laborales, tuve que pasar la noche en mi apartamento con Sheila Taylor, es la diseñadora principal de Marquesina; industria textil en la que voy a cumplir cuatro años de trabajar como directora del área de producción, obtuve ese puesto ya que salí con grandes honores de la universidad de artes de Londres y la beca que me promocionaba me recomendó directamente con la empresa, otorgándome el primer año como pasante de diseño y producción de la línea principal de ventas, hasta ascenderme a directora del área comentada. Para resumir Sheila no me caía muy bien, era algo engreída y con un ego elevado, acabábamos de terminar la última colección de otoño y consigo debíamos diligenciar muchísimo papeleo e información de la empresa, entre los que destacaban cuentas, manufactura, pago de empleados, etc. Esa colección fue un completo éxito, hizo que Marquesina se posesionara como una de las mejores productoras de textiles y vestidos por temporada en la parte norte de Europa.

Para hacer más amena la situación acompañamos la tarea con un vino en la sala, nos sentamos en el suelo y regamos muchos bosquejos, volantes e informes por todo el suelo para organizar cada uno de manera correcta y acelerar el tiempo de trabajo. Luego de casi una hora, un poco más "sueltas" por la bebida y la confianza que nos habíamos brindado comenzamos a conversar. Me preguntó sobre mi familia, mis gustos, luego por mis novios, cabe resaltar que soy muy precavida para hablar sobre mi vida personal, no voy contándole a la gente sobre mí, pero con ese vino a medio acabar y destacando que soy tan dulce para emborracharme hasta con el olor de la levadura le conté demás, tanto hasta que terminamos mencionando a mi última pareja sexual y actual amante. Me curioseó de cómo era en la cama, si alguna vez me había dado un orgasmo.

- ¿Alguna vez? –resoplé antes de continuar– Es muy simple para eso, pero sumiso al tiempo. El típico hombre que haría todo lo que le pidas para satisfacerte, pero siento el menester de ser dominada, alguien a quien no le importe mi placer, sino que yo sea usada de medio para conseguir el suyo. –callé tras ruborizarse mis mejillas.

- Eso es un poquito misógino. –me respondió haciendo un gesto de desacuerdo y elevando la copa de vino.

- Lo sé. –reí– Pero me gusta.

- Bueno, realmente es normal, además nosotras las mujeres reprimimos nuestro deseo, pero queremos que nos follen las veinticuatro horas del día. –ella realmente sabía lo mucho que nos gusta coger.

- ¡Por supuesto! Desearía correrme cada que tengo sexo. –solté sin más ese anhelo.

- Puedo enseñarte y mostrarte cómo hacerlo...

- ¿Enseñarme? –expuse algo confundida.

No había que ocultar lo mucho que estábamos embriagadas, ella no dejaba de mirar mis senos y eso me fascinaba, no eran ni grandes ni pequeños, más bien medianos, pero los de ella eran gigantes junto con su trasero; redondo, firme y grande. Eso sí, mi retaguardia no tenía nada que envidiarle a la de ella; mis nalgas eran la parte más sagrada de mi cuerpo, las adoraba con muchísimo celo, las cuidaba con obsesión y las trataba como si fuesen la parte más delicada de mí y es que ese color blanco de mi piel en conjunto con los pantys de encaje color negro que llevaba puestas ese día me hacían sentirme una diosa.

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