CAPÍTULO 4

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Alejandra:

Cuando desperté me di cuenta de que Helena no estaba por ninguna parte. Me asusté un poco al no encontrarla en la cama y me levanté a buscarla en la cocina.

Al abrir la puerta, la encontré, traía consigo una bandeja con jugo de naranja y hotcakes para nosotras. Sonreí al verla.

–No tendrías que haberte molestado, cariño–le dije, mientras le ayudaba a poner la bandeja sobre la mesilla de noche –aunque, muchas gracias por ese gesto tan lindo.

Ella se sonrojó y sonrió.

–¿Dormiste bien?–preguntó.

–Más que bien–le guiñé el ojo para coquetearle–¿Qué tal tu?–.

Noté cómo se sonrojada y empezaba a juguetear con sus manos.

–Yo... –se notaba muy apenada.

–¿Te sientes mal?–me alarmé–vamos, cariño, dime ¿qué sucede?–.

–Me... Me duelen mis piernas–dijo mientras las apretaba–me duele un poco cuando camino–tenía la cabeza agachada.

Abrí los ojos y me quedé en shock.
De golpe, recordé todo lo sucedido ayer, recordé que no paraba de gemir mi nombre y sus gestos de placer.

Ay no.

–Eh...–no sabía que decir, era cómo si no funcionara bien mi cerebro–Per... Perdón–ahora era yo la que desviaba la mirada.

Sentí su mano sobre mi pierna.

–No pasa nada, de hecho, me gustó demasiado lo que hiciste ayer–dijo mientras se acercaba a mi–y no sabes las ganas que tengo de hacerte lo mismo a ti–un calor se apoderó de mi zona íntima.

–Espera–la detuve, apartandome un poco–creo que es mejor que comamos, ¿no crees?–le pregunté.

Ella me sonrió.

–Ven, siéntate sobre mis piernas–tomó mi mano e hizo que me acercara. Me senté en sus piernas, cómo si fuese una niña pequeña–te quiero demasiado, Alejandra–su mirada era demasiado intensa. Mi respiración se volvió irregular.

–Te quiero muchísimo también yo–.

Ella notó la irregularidad de mi respiración, por lo que acercó su rostro al mío, bueno, casi directo a mi cuello.

–¿Por qué estás tan nerviosa?–dijo mientras que su mano apretaba mi cintura y con la otra iba subiendo a mi panza–¿estas caricias te ponen así?–su sonrisa era algo cínica.

No supe que responder, sólo quería que continuara con ese juego de seducción.

–¿Sabes que es lo mejor de todo?–me preguntó. Negué con la cabeza. –qué aún sigues desnuda y no te diste cuenta–.

Cierto.
Había olvidado ponerme una bata encima.
Maldición.

Metió su mano entre mis piernas para separarlas, luego de eso, su mano se acercó a mi vagina y empezó a acariciarla de arriba hacia abajo

–Ay–gemí mientras cerraba mis piernas involuntariamente.

–Ábrelas–me ordenó–estás muy mojada, así que déjame hacer que termines–me dijo.

Mi respiración estaba fuera de control, no podía concentrarme en ninguna de sus órdenes. Se sentía demasiado bien la forma en la que me estaba tocando.
Inconscientemente recordé la vez en la que me sedujo en la cena.
Recordé su boca sobre mi cuello con el cubito de hielo, y sobre mi intimidad.
Mi corazón estaba desembocado, no podía pensar en nada, sólo quería más y más.

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