CAPÍTULO 6

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Alejandra:

Helena me tomó de la cintura mientras seguía con mi beso. Yo estaba ansiosa por querer sentirla. Ella y yo estábamos distanciadas por un abismo que ninguna de las dos pudo ver.

Noté que ella quería alejarse pero yo la arrinconé contra el lavabo y la atraje hacia mí, no quería que se fuera.

Ella me tomó de los hombros y me separó.

–Ale–su rostro estaba inexpresivo–no es el momento. Estoy segura de eso, Ale, no te precipites–.

–Te quiero sentir, quiero que me hagas tuya de nuevo, quiero que me toques y que seas tu quien cure mis heridas–la miré directamente a los ojos, quería que accediera, quería que me tocara y perderme en ese abismo en el cual solamente ella podía hacer que yo cayera–Helena–le tomé la mejilla–hazme caso. Te quiero a ti, sólo a ti–.

Helena estaba distante.
No accedía a mis peticiones y mi cabeza empezaba a maquinar cosas que no eran del todo buenas.

¿Era impropia?
¿No era lo suficientemente limpia para ella?

Con tristeza vi que Helena se había alejado de mi. Ya no era más mi chica, sólo era la sombra de lo que alguna vez fué.

Bajé la vista y la solté.

–Entiendo. No hace falta que digas algo. Me voy–me alejé de ahí y corrí a la habitación a tomar mis cosas. No quería verla, no quería saber nada de ella.

Mi "noviazgo" había terminado, pero no pensé que fuese de la forma más tonta y más cruel. ¿No entendía que yo había sido agraviada por alguien de su pasado?, ¿es que se sentía culpable?

No, no era eso.
Yo le daba pena y asco, esa era la verdad. Y si había sido linda conmigo no era por otra cosa más que por obligación.

Si, eso era.

Con lágrimas de los ojos saqué la maleta del armario y empecé a buscar mi ropa y mis cosas de aseo personal. Menos mal que no había sacado otra cosa de mi viejo departamento, si no tendría que cargar con más.

Las lágrimas se convirtieron en furia.
¿Es que ni siquiera le importaba un poco el cómo me sentía?. Tenía ganas de llorar y de gritarle todo lo que sentía en la cara, pero no me iba a rebajar más.

Ante ella ya no tenía dignidad.

Dejé el llavero en su mesilla de noche y me encaminé hacia la puerta principal. Ni siquiera me quise despedir de ella. No quería verla.

–Alejandra–su voz me llamó–Detente. No te vayas, por favor–.

Me detuve, pensando que quizá ella me abrazaría y me besaría, pensé que se disculparía pero no fué así. De hecho, no se acercó para nada a mi.

–Es evidente que te repugna estar conmigo. Es más que claro que te doy asco–dije aún estando de espaldas–pero no tienes que fingir. Desde este momento rompo todo lazo contigo, no quiero volver a verte nunca–tomé mi maleta y abrí la puerta principal, pero ella la bloqueo con su mano, impidiendo que la abriera. Me quedé parada en ese sitio, no quería verla a la cara.

–Si deseas revisar algo, hazlo. No me llevo nada tuyo. No me hace falta. He subsistido por mucho tiempo sola y esta vez no será la excepción, déjame ir de inmediato–me sorprendí a mi misma de la frialdad de mi voz.

–¿Por qué haces esto?–me preguntó–¿Por qué haces las cosas tan difíciles?–su voz se quebró. Escuché cómo sorbía la nariz–No quiero perderte. Si me he portado distante contigo es por que he decidido darte espacio, no quiero que te sientas presionada por eso. Además, me siento culpable. Yo tengo la culpa de que ahora tu cargues con esto. Debo de pagar las consecuencias, pero no quiero dejarte ir.

<<Sé bien que mi castigo es estar sin ti, ya que por mi causa tu pagaste algo que no debías, pero soy una egoísta. No quiero dejarte ir aunque sé que debería. No quiero que pienses que no me importas o que me das asco por que no es así.

<<Eres la mujer más pura y perfecta que he conocido en toda mi existencia. No quiero alejarme de ti, nunca. Eres mía y yo soy tuya, si me aceptas>>

Algo en mí se quebró de nuevo.
Algo en mí, volvió a conectar.

Tenía razón, ella me estaba dando espacio y tal vez yo en mi afán de querer sentirla, le  asusté.

Me abrazó por la espalda. Estaba llorando. Era la segunda vez que yo la hacía llorar.

–Lo siento, lo siento mucho–me decía entre sollozos–yo no quiero perderte, pero no sabía cómo tratarte, perdóname–.

Cerré los ojos, no soportaba verla llorar.

Me volví hacia ella y la abracé.

–No llores, no por favor–le supliqué–no soporto ver que sufres por mí. Yo te amo, te adoro y no quiero perderte tampoco–.

Nos besamos de nuevo, esta vez el beso fué lento. Ella tuvo cuidado en hacerlo, era evidente que no quería lastimarme, pero yo quería tenerla conmigo.

Ella desvío su rostro hacia mi cuello y me empujó hacia la puerta, sus manos viajaron a mi espalda baja, quedándome atrapada entre ella y la puerta.

Sentir sus labios de nuevo era una sensación atroz. Realmente la necesitaba, quería que bebiera todo de mi. Yo tenía sed de ella y ella tenía sed de mi.

Sus manos se apoderaron de mis glúteos y yo empecé a gemir. Quería que siguiera, quería que me consumiera por completo.

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