Capítulo 38: El lujo de ser feliz

504 80 5
                                    

♥︎  Especial 1k de votos ♥︎
2/3

• Rose •

—¿Por qué?...

De manera casi imperceptible negó con la cabeza al preguntar y sus cejas se fruncieron ligeramente. Se mostraba desconcertado, pero, más que eso, reacio a la idea. Lo observé con atención tratando de encontrar cualquier señal de que era una broma..., mas no había nada.

En ese momento recordé al resto de las personas en la habitación. Mikasa seguía a mi espalda, donde no podía verla, y Armin y Eren se turnaban para mirarnos a nosotros y mirarse entre sí tratando de averiguar qué hacer. Ya había pasado por suficientes dramas; me aclaré la garganta y susurré.

—¿Podemos hablarlo en otra parte?

Jean asintió comprendiendo y me siguió por la puerta, luego tomó la delantera para llevarnos a una sala vacía.

—Disculpa por preguntarlo así —comentó como si nada—, y delante de los otros...

—¿No quieres que esté aquí? —solté con aspereza— Pensé que te gustaría la idea.

—¡Lo hace! —respondió alzando la voz— Lo hace... Me encanta que estés aquí, pero sé que tu vida está en Dokanes. No quisiera que dejaras todo eso atrás por mí. No puedo permitirte hacer eso, yo...

El tonto podía seguir siendo un engreído de vez en cuando. Tomé aire y exhalé con fuerza.

—Jean, basta. Ya reflexioné mucho sobre eso y puedo asegurarte que no se trata sólo de ti. Estoy feliz de haber tomado esta decisión, quiero trabajar con la Legión de Exploración.

—¿Segura? Porque yo tengo experiencia en arrepentirme de entrar, y-y si de no ser por mí tú preferirías quedarte allá, bueno, n-no sé si yo valgo la pena.

Titubeaba al hablar y agachaba la mirada. Estaba realmente preocupado de que hiciera esto por las razones incorrectas, de no ser suficiente. Lo tomé de las manos y me acerqué más a él.

—¿Qué te parece si te prometo algo? —arrugó el entrecejo— Que jamás voy a hacer algo que afecte mi vida solamente para estar contigo o para hacerte feliz.

—Bueno, aunque estás diciendo eso para ponerme feliz —le pegué en el brazo y rio.

—Entonces no me dejes sola en esto y promételo tú también, que harás lo que tengas que hacer, lo que tú quieras, y que no renunciarás a nada sólo por mí.

—Me parece un buen trato.

—A mí igual.

—Pues así será —me tomó de la mano y besó mis nudillos— Aclarado eso, ¿de verdad te mudaste aquí? Te ves preciosa con ese vestido. ¿Dónde te quedas? No sabes cuánto te he extrañado. ¿Quieres que compartamos cuarto? —agregó con un movimiento de cejas. Reí y lo rodeé por la cintura.

—De hecho viviré en una casa a menos de cinco minutos a pie de aquí...

—¿La cabaña a la orilla del bosque? —interrumpió— Eso es genial, podré verte todos los días.

—Hasta que te hartes de mí.

—Eso es imposible, pero quiero que lo intentes.

Una sensación cálida inundó mi pecho. Ya antes habíamos bromeado sobre hartarnos uno del otro, pero en aquel entonces Jean estaba por irse a la capital, hoy teníamos todo el tiempo del mundo para estar juntos. Observé sus ojos claros y los mechones de cabello que ya habían crecido hasta estorbarle para ver, los hice a un lado y él sonrió. Jamás había imaginado que podría amar tanto detalles tan pequeños.

—Y, Jean —me miró— Tú vales la pena.

Por la tarde regresé a mi casa para desempacar. El lugar necesitaba de varios ajustes, como una cerca para poder desatar a mi caballo del poste en que lo dejé. Por dentro era poco espaciosa, pero acogedora; había dos sillones pequeños y uno más grande en el área del frente, y atrás estaba la mesa del comedor junto a la chimenea; del otro lado se encontraban uno estantes, la bomba de agua y un baño bajo las escaleras.

Estas últimas estaban pegadas a la pared y daban vuelta en la esquina para subir al segundo piso. Había dos habitaciones: una vacía que ya vería para qué usar, y la mía, que por ahora no contenía más que una cama y una cajonera. Limpié un poco antes de poner la sábana y comenzar a sacar mis cosas.

Era algo extraño estar sola en este lugar, tendría que acostumbrarme a no ver a mi mamá al bajar al primer piso, o a la falta del ruido de ciudad y sólo el leve susurro de personas entrenando con su equipo de maniobras. Quizás esto sería más llevadero conforme pasaran los días y me distrajera trabajando; después de todo, la Legión se caracterizaba por siempre estar metida en algo interesante.

Me fui a dormir pensando en lo que Hange me había dicho antes ese día, cuando la encontré en el edificio: "Esperamos no tener que usarlo pronto, pero comenzaremos a hacer que Armin practique su transformación".

• Jean •

La explosión envió una ráfaga de viento caliente hasta donde estábamos. No alcanzó a lastimarnos, pero esa magnitud significaba que el rubio no había podido controlarla. Nos quedaríamos en nuestras posiciones hasta que la comandante Hange diera la orden de avanzar.

El titán colosal se encontraba quieto a unos cien metros de nosotros. Su altura y el vapor que aún emitía no permitían ver si todo estaba en orden o si Armin pasaba por lo mismo que Eren cuando no podía reconocer a nadie y se ponía como loco.

Después de unos minutos sin señal positiva del rubio, Hange decidió seguir con el plan B: enviar a la persona que sana por sí sola a investigar qué pasaba.

—¡Ahora, Eren!

El ojiverde saltó de su caballo y salió corriendo directo hacia su amigo. A medio camino mordió su mano, transformándose al instante. Volteé a ver a Rose, que estaba sentada junto a mí en el carro, y la encontré con los ojos muy abiertos, completamente asombrada ante la imagen del colosal.

—Así que el de Eren ya no parece tan sorprendente, ¿eh?

—¿Eso qué, tonto? —reí y se inclinó hacia adelante, hablando más para sí misma que conmigo— Pero en verdad es impresionante. Se ve como si literalmente le hubieras quitado la piel a una persona y sólo quedara el sistema muscular, aunque desproporcionado por la cabeza y los pies. Me pregunto si los tendones correponden...

Perdiéndose en su mundo al hablar de asuntos médicos, era como cuando recién nos conocimos y me contó de su trabajo como aprendiz de enfermera. Me preocupaba que este cambio no la hiciera feliz, pero al ver esa emoción en sus ojos me convencía cada vez más de que Rose estaba bien aquí, conmigo, y que yo podía permitirme el lujo de ser feliz también, con ella.

Las cosas iban bastante bien... Si tan solo pudieran quedarse así siempre.

—¡Ya me toca, vamos! —exclamó dándome un golpe en el brazo.

El cuerpo del titán ya estaba desintegrándose y Eren llevaba cargando a su amigo completamente confundido. El experimento no había funcionado esta vez, y luego de que Rose examinara el estado de Armin y lo lenta que estaba siendo su recuperación, decidimos que el siguiente intento sería otro día. Claro, sólo si el resto del mundo nos daba suficiente tiempo.

Por favor, vuelve | Jean Kirschtein | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora