Capítulo 51: Eres familia

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• Rose •

Cerré la ventana de mi habitación. Aún estábamos en verano, pero yo sentía frío.

Debía darme prisa en vestirme para ir al pueblo vecino, donde trabajaba por ahora, mientras que el caos que dejó el Retumbar y la nueva organización militar seguían dejando repercusiones en toda la isla. Las jerarquías del gobierno eran difusas y la inseguridad en todos lados había aumentado. Aún así debía salir a ganarme la paga suficiente para sobrevivir..., supongo. Tampoco estaba de más saludar a algunos jaegeristas de vez en cuando y recordarles que los apoyaba y no quisiera que me asesinaran..., supongo.

Me puse el pantalón y lo abotoné; este se bajó hasta mis caderas.

«Qué raro» pensé sin darle más importancia.

Fui al armario a buscar un cinturón. Yo en realidad jamás había comprado ninguno, pero por suerte tenía todos los de...

Otra vez esa sensación de opresión en el pecho.

Tomé uno y le hice un agujero extra.

Bajé esperando ver a Niccolo en la cocina como siempre, mas no estaba ahí. Sin embargo, al salir de la casa y alejarme en mi caballo, alcancé a distinguir su silueta afuera de lo que hasta hace un mes había sido el cuartel de la Legión. Ningún jaegerista había querido seguir usando el edificio, alejado de todo y de todos. Los puntos donde se habían establecido eran el puerto, los principales distritos y Mitras.

El rubio estaba de cuclillas en el huerto que alguna vez fue cuidado por Sasha y Connie. Removía la tierra y quitaba partes secas de las plantas sin percatarse de que lo observaba. Vi su cuerpo temblar un poco, parecía estar llorando. Me fui.

Después de varias semanas aún nadie sabía con exactitud qué es lo que pasó luego de que los titanes salieran de Paradis, pero el Retumbar se había detenido antes de terminar, por lo que la respuesta era lógica: habían logrado matar a Eren.

«Lo recordarás cuando muera».

Ese extraño escenario seguía volviendo a mi mente, mas todavía no me quedaba claro qué significaba o si había sido un sueño nada más. Lo cierto es que, de cualquier forma, eso no cambiaría el hecho de que el mundo estaba completamente jodido. Y eso era agotador.

Cuando volví a la casa, el rubio me saludó entusiasta. Demasiado, a mi parecer. Falso.

—Llegas a tiempo, casi termino la cena. Siéntate y ya te sirvo.

—No tengo hambre. —Exhaló ruidosamente y sonrió con insistencia.

—Vamos, tienes que comer algo. Has estado así por días y...

—No eres mi niñera. —Apretó la mandíbula.

—Eso ya lo sé; pero ya cociné esto y no me lo voy a acabar todo yo solo, así que cómete tu maldita parte para que no se eche a perder. —Permanecí inmóvil. Enojado parecía más auténtico— Por favor —agregó.

—Ya fue suficiente de decirme qué hacer —le advertí mientras arrastraba una silla hacia atrás— Sólo sírveme un plato y déjame tranquila.

Terminé de cenar y, luego de lavar los trastes, me fui a acostar. La cama seguía sintiéndose demasiado grande para mí sola. Además de que no me gustaban las noches porque lo que fuera que tardara en dormirme tendría que convivir con mis pensamientos.

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Trabajaba. Comía. Dormía.

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Por favor, vuelve | Jean Kirschtein | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora