⪼Capítulo 24⪻

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Dicen que estamos fuera de control,
algunos dicen que somos pecadores,
pero no dejes que arruinen
nuestros hermosos ritmos.
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Tres meses después

—¡Flojo! ¿Eso es lo más rápido que puedes correr?

Los árboles a sus costados eran dejados atrás con demasiada rapidez, convirtiéndolos en un imagen por momentos borrosa, gracias a la velocidad de su desplazamiento.

—Estoy dejando que me alcances, irlandés.

—De ninguna manera, Louis —giró la cabeza hacia atrás sin detenerse—, te estoy ganando desde que salimos de la casa. Demasiada actividad física el fin de semana.

Louis sonríe ante esas palabras, no podía negarlo, los fines de semana junto a su lobito eran fascinantes e intensos, pero no lo suficientemente agotadores como para cansarlo. El último fin de semana, Harry quiso viajar a Londres.

Habían recorrido el Castillo de Warwick para luego dirigirse a Stratford-upon-Avon y conocer la casa donde nació William Shakespeare; la arquitectura del lugar tenía a Harry particularmente fascinado y Louis solo podía admirar el brillo de sus curiosas y emocionadas esmeraldas, al igual que por la noche, cuando llegaron al London Eye a los pies del Río Támesis, y sus ojos verdes se perdían ilusionados en las luces de la noche, pudiéndolas admirar desde lo alto de la rueda, robándose toda la admiración de Louis, al tener la maravilla más bella a su lado, de la mano, compartiendo besos y abrazos en los momentos que la fascinación de su lobito por la vista se lo permitía.

Y no podría sentirse más feliz y satisfecho de que Harry hubiera tenido un fin de semana sumamente normal y humano —como debía ser—, haciendo las cosas que más le gustaban. Estaba seguro que podría hacer esto toda la vida, cumplir cada uno de sus deseos, solamente para contemplar la belleza de su sonrisa al sorprenderse de cada nuevo lugar o cada descubrimiento, como un niño que salía al mundo por primera vez.

Y jamás podría siquiera olvidar el viaje hasta allí, en su Audi 5 Cabrio, la manera en que Harry disfrutaba del sol radiante que los acompañó esa mañana, haciendo de su viaje aún más placentero e inolvidable. Inolvidable porque su lobito así lo había conseguido, que cada momento junto a él permaneciera grabado en su memoria, fresco e imborrable. Sus brazos en alto, sus rizos al viento, sus gafas blancas de sol embelleciendo su rostro aún más, como si eso fuera malditamente posible. Su sonrisa pronunciando los hoyuelos al sentir el viento provocando cosquillas en su piel.

Simplemente Louis no podía quitarle la mirada de encima, debía obligarse a mantener la vista en la carretera, sin embargo era casi imposible dejar de mirar semejante obra de arte; lo admiraba completamente. Amaba su fuerza, su juventud, su corazón tan pasional, tan salvaje. Harry le había devuelto todo sentido a su vida, la pintó con colores de amor y pasión, cubriendo aquel lienzo de tristeza y soledad, trayendo felicidad y plenitud, risas y complicidad.

Harry nunca dejaba de recordarle la bendición que era tenerlo a su lado en días radiantes de sol como aquel, y como muchos que habían compartido, el verdadero milagro de que pudieran estar juntos a pesar de que Louis había nacido más de un siglo antes. Haciéndole comprender que su vida no se trataba de una maldición, sino de una gran bendición que traía de su mano el maravilloso propósito que Louis llevaba consigo: un verdadero milagro de amor.

Y así era como Louis podía describir los últimos seis meses de su vida, como los mejores de su existencia. La relación con su lobito era simplemente mágica, única, de esas que cuando las contemplas, podrías asegurar que se trataba de dos personas que habían sido destinadas en esta y en todas las vidas posibles.

Fire on Fire [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora