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Parte 23

En una colonia muy antigua.

Gloria. - ¡Papá! ¡Salgan de inmediato! ¡Corran!

Gustavo. - ¿Dónde está su hija? ¡Tienen que salir de aquí!

Papá. – Pero, ¿qué pasa? ¿Cómo que donde está mi hija? Se supone que fue a buscarlos...

Gloria. - No hay tiempo papá. ¡Corran al refugio de seguridad! ¡Ya!

Todos se quedaron de una pieza. El hombre naranja había roto una de las puertas de madera. Gustavo intentó atacarlo con una de las botellas rotas. Gustavo vio con asombro como la piel se abría y se cerraba lentamente, sin derramar una sola gota de sangre. Gloria tomó del brazo a su padre y lo llevó abajo, hacia el refugio de seguridad. Gustavo era estrellado una y otra vez contra las paredes de concreto de la vieja casona. El hombre naranja no emitía sonido alguno, ni tenía ninguna prisa en darle fin al pobre chico que inútilmente trataba de defenderse. La cabeza de Gustavo terminó sumergida entre un charco de lodo, al pie de las nochebuenas que coloreaban de rojo el jardín. El rojo se hizo extenso. El hombre naranja se detuvo erguido, contemplando como una fotografía el cuerpo inerte. Se sentía orgulloso.

Lentamente, giró la cabeza en dirección a la entrada de la casona. Volvió a entrar destrozando todo a su paso. Bajó por donde había visto por última vez a Gloria y a su padre. El hombre naranja se detuvo frente a una puerta metálica. Comprendió que nada podía hacer por forzarla para poder entrar. Pacientemente, se sentó en la misma posición en la que Normand lo había visto la primera vez. Solo esperó, en silencio.

En lo que antes era desierto.

Las despedidas no siempre son tan animadas, como esta vez. La plataforma se llenó de pétalos de flores. Byanka, cabía en uno de esos pétalos. Se arrodilló ante el mar de gente que le cantaba en todos los antiguos idiomas. Byanka levantó sus brazos y el silencio total reinó hasta el momento de su partida. Las aves gigantes salieron desde la tierra en un vuelo hacia las alturas, semejando una cascada de colores que retaba la gravedad, cayendo hacia arriba. El baile se reanudó, pero ahora en un silencio que lo hacía ver todavía más hermoso. Los cuerpos desnudos se rozaban unos con otros, juntándose cada vez más, en una multitud sincronizada. Los humos embriagaban a los visitantes al grado de querer participar también en aquella silenciosa fiesta, donde el calor subía a cada segundo.

El vehículo se elevó y rompió los exquisitos aires de café para perderse en el hipnotizante verde. Byanka regresó la mirada. Una última mirada para su gente que le rindió culto durante tantos años. Valeria no hizo ningún comentario esta vez. Aidan, programó el viaje también en silencio y se dispuso a respirar a fondo el embriagante aroma a frutas, a tristeza, y a una incertidumbre que le volvía cada centímetro que se alejaban del paradisíaco lugar.

Los danzantes cambiaban de ritmo. Se podía ver como las lágrimas bajaban por las infinitas escalinatas de piedra de las pirámides. La enorme serpiente se agitaba y el águila los bendecía con el agitar de sus alas.

En los túneles de Guanajuato.

Israel era el único que alcanzaba a percibir el paso de la sombra plateada. Los túneles eran cerrados por la policía local. Solo dentro de ellos, la muerte deambulaba escondida entre la penumbra. Los policías eran desgarrados uno a uno ante la mirada sorprendida del SH. Cuando este trataba de llegar hasta el punto donde veía la estela plateada, rugía de desenfado al darse cuenta de que sus movimientos eran lentos, comparados con los de su enemigo. Ya solo quedaba un policía en pie. El mismo que pudo llegar cerca de Israel, solo para estallar frente a él, luego de ser partido en dos con una fuerza descomunal. La sombra plateada, esta figura que gozaba de ser diez veces más velos que el SH, se detuvo en una de las entradas de otro túnel próximo. La luz que bajaba por uno de los domos del túnel, y el neón, hacían un poco visible el rostro feroz que retaba a Israel.