En la vida hay amores que surgen ante el primer cruce de miradas y otros, que vienen con el tiempo, sin esperarse; son capaces de destruir cualquier plan escrito y desatar un caos violento que promete una recompensa exquisita: felicidad.
Molly vive...
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Nenita
Silas
La manera en que Dixon torturó a Carter fue bastante sádica.
Él no necesitaba mi ayuda para atraparlo, pero me orilló a ponerle la cabeza de Carter en bandeja; no hubo balas, no hubo sangre, solo bastaba la traición, esto último no me gustaba aplicarlo, tenía claro que un hombre valía por su palabra y mi elección me dejaba mal parado en ese aspecto. Sin embargo, era un mal menor para ejecutar el plan de un mal mayor, el mal que ahora mismo rebanaba la garganta del General.
Dixon no se detuvo hasta que cortó su cabeza con sus propias manos, su rostro quedó irreconocible, estaba empapado de sangre, el cabello pegado a su frente, una mirada rebosante de ira y satisfacción mientras el liquido carmesí escurría lentamente. Daba la impresión de que sumergió las manos en sangre, a su alrededor todo era silencio, sin embargo, el infierno ardía en sus ojos.
Hoy el Diablo se había alimentado.
Encendí otro cigarrillo sin mostrarme conmocionado por la escena, la verdad era que había visto peores, incluso cuando yo jamás las protagonizaba, lo mío era más de trabajos limpios que no iban más allá de un tiro en la cabeza.
—Ya podrás estar tranquilo, ya no existe la amenaza que ponía en peligro a tu nenita —mascullé. Expulsé el humo, la ira se intensificó en sus orbes. Él ignoraba lo que Marie hizo y por ahora lo mantendría en secreto.
—No llames nenita a mi hija, imbécil —espetó.
Reí por dentro. Si tan solo imaginara que así la llamaría cuando la follara. Su nenita pasaría a ser mía y acabaría sonrojada y satisfecha en mi cama.
—Bueno, señor Russo —mascullé con sarcasmo—, no tengo nada más que hacer aquí, ya he cumplido. —Negó despacio. Su piel se veía oscura debido a la escasa luz que convertía el carmesí en un color negro—. No te debo nada.
—Aún me debes algo y espero no lo olvides, porque yo no lo hago. Eres un puto traicionero, no conoces la lealtad, estás con quien te beneficia, aunque eso rompa tu palabra —acusó severo.
—A veces existen lealtades menores que deben romperse para concretar una mayor —repliqué.
Dio un paso al frente, acercándose a mí. No paraba de evaluarme y ahora a causa de esto, tendría que cuidarme las espaldas y llevar las cosas con mayor asiduidad con su hija. Si cometía otro error, nada iba a tener sentido. Lo asesinaría o él me asesinaría y no era algo que pudiera permitir. Dixon debía sufrir lo que sufrió mi hermano y mi madre, tenía que pagar por la masacre que cometió. No descansaría hasta romper a Molly, porque matarla jamás estuvo en mis planes.
Quería verla suplicar, completamente rota, sin esperanza, sin ganas de vivir.