Tú me hacías feliz
Silas
La escuché moverse en el piso de arriba.
Presté atención a sus movimientos sin descuidar lo que hacia sobre la mesa donde tenía un par de armas que limpiaba, en conjunto con algunos cuchillos. No había balas cerca, no me fiaba de Molly, descubrí que la americana podría ser capaz de cualquier cosa para sobrevivir, aunque dudaba mucho que fuera capaz de dispararme.
Molly me quería, muy para su pesar, era incapaz de ocultarlo.
Por supuesto, nunca me pondría por encima de su padre y en realidad no lo buscaba. Dixon moriría sí o sí, no importaba si me arrastraba en la misma miseria que él y ganaba el odio de la única persona a la que yo quería, esto se lo debía a mi abuelo y más que nada, a mi familia. Tenía la seguridad de que Molly jamás iba a perdonarme y no es como si fuera a rogar por ello cuando no me arrepentía de lo que estaba haciendo.
No existía un mundo donde ella y yo termináramos juntos, no sería posible.
Lo acepté y estaba bien con eso, aunque me jodiera, porque el sentimiento que aguardaba por ella era tan poderoso como mis deseos de vengarme de Dixon, aunque siendo franco, no lo odiaba, solo acumulaba rencor por lo que hizo. Mi vida fue miserable por la ausencia de mis padres, tuve que acoplarme a lo que había y caer en el sadismo de mi abuelo con sus ideas de enseñanza. Eso era lo que no le perdonaba a Dixon, ¿por qué él si podía jugar a la casita feliz? No lo merecía. Incluso ante la mierda que pudo haber en su vida, ¿qué cambiaba? Todos sufrimos, ¿qué lo hacia distinto?
—Parece que buscas romperla con los dedos —dijo a mis espaldas—. No eres Superman.
No me di cuenta que apretaba el arma en mis manos hasta que ella lo mencionó. Mis venas se pronunciaban por encima de mi piel, las marcas del metal quedaron en mis palmas. Desprendí mi agarre y volví a lo que estaba haciendo.
—¿Qué haces despierta? Deberías estar durmiendo —murmuré ausente. No era un buen momento para tenerla merodeando a mi alrededor, no cuando me hallaba sensible y a la defensiva. No quería hacerle daño, en eso no mentía.
—Tuve una pesadilla —tomó asiento delante de mí—, ya no pude dormir, además, hace frio.
—Eres friolenta, americana —farfullé sin mirarla, solo atisbaba sus piernas desnudas y sus pies cubiertos por esas calcetas de corazones.
—Me gusta más el calor, pero parece que tú amas el frío —puntualizó, mi ausencia de ropa debía decirle eso, y no se equivocaba, me gustaba porque estaba acostumbrado a él.
Cruzó las piernas y contrajo los dedos de sus pequeños pies.
—Ya he vivido mucho en el infierno, el hielo se siente bien.
Calló unos segundos antes de volver a hablar. Parecía nerviosa y ya no la escuchaba enojada, ni tampoco estaba a la defensiva.
—¿Con esas armas piensas matar a mi papá? —Averiguó de pronto, como si hablara de cualquier cosa, lo cual me pareció extraño.
Alcé el rostro, ubiqué el suyo, prendado de esa belleza que jamás la soltaba.
—No, con estas pensaba matar a Cassian —dije. El miedo cruzó sus ojos, deprisa lo ocultó.
—Él no te hizo nada.
Terminé de unir todas las piezas del arma y corté el cartucho.
—Te tocó —simplifiqué—, suficiente motivo para que lo quiera muerto.
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Clandestino ©
RomanceEn la vida hay amores que surgen ante el primer cruce de miradas y otros, que vienen con el tiempo, sin esperarse; son capaces de destruir cualquier plan escrito y desatar un caos violento que promete una recompensa exquisita: felicidad. Molly vive...