El Sueño de un Tritón

270 39 6
                                    

–¿Hermano?– murmuró.

–Hola, Langa– le sonrió con dulzura.

Se lanzó a abrazarlo. Más que nada para ver si no estaba alucinando.

–¿Qué haces aquí? Kiriko...

–En estos momentos tengo a alguien cubriéndome en mi puesto– lo interrumpió –Como quiera, no puedo quedarme más de tres días– suspiró –No puedo creer que te vuelvo a ver– lo enredó con fuerza.

–Tampoco yo– lo miró –Y mucho menos así ¡Te extrañé mucho, Kaoru!– sonrió –Oh ¿Ya fuiste al pueblo?–.

–¡Sí!– respondió con emoción –Conocí al hijo de Akiro, es adorable–.

–Somos sus niñeros personales– fanfarroneó el peli celeste.

–¿Tú? ¿Cuidando un niño?– rio –Si apenas puedes cuidarte a ti mismo– sacudió su cabello.

–Oye, ya tengo veinticuatro–.

Se quedó helado al procesar la información. A veces olvidaba el tiempo que había pasado. La última vez que lo había visto era apenas un adolescente de dieciocho años.

–Oigan– habló Reki –Perdón por interrumpirlos, pero ¿Dónde está mi hermana?–.

Los adultos se quedaron helados.

–Ya conoces a Koyomi– habló Miya –Se quiso quedar en el castillo. No tienen de qué preocuparse, está más que segura– mintió –Pero no le digan a mi tía Masae– rio nervioso.

El pelirrojo asintió inseguro y los invitó a pasar.

Hablaron un rato para ponerse al día. Reki veía encantado como su esposo reía con Kaoru. Hace años no lo veía tan alegre.

A pesar de que su relación iba de maravilla, pudo notar que una parte de él se apagó al ser desterrado del mar. Intentaba entenderlo. Podía imaginar que ser echado de tu hogar era algo horrible.

Quería ayudarlo, sin embargo, nunca supo bien como.

–Entonces quieres que le enseñe a cantar a Miya– dijo Langa –Mmm puede que sea complicado en tres días. Pero haré lo que pueda–.

–¿Eres buen maestro?– preguntó Kojiro.

–Tengo mejor voz que Kaoru– se burló.

–Quisieras– contestó su hermano antes de darle un sorbo a su té.

El peliverde soltó un pesado suspiro.

–Ya es algo tarde– dijo –Creo que es hora de ir a casa–.

–Déjenos a Miya– se apresuró a hablar Reki –Tengan una cita– le guiñó el ojo a su amigo.

Los adultos se miraron y sonrieron con un ligero sonrojo.

–De acuerdo– se levantó Kaoru –¿Nos vamos?– le tendió la mano al pirata.

Este la tomó y salieron de la casa.

–Mi hermano es un tonto– dijo Langa.

–¿Qué? ¿Por qué?– arqueó su novio una ceja.

–Por no aprovechar a Ainosuke. Los tiburones tienen dos penes–.

Los menores se le quedaron viendo.

–Cariño ¿Qué carajos?–.

Los adultos caminaban de la mano.

El pelirrosa se soltaba de vez en cuando para acariciar a algún animal u oler alguna flor.

En cuanto llegaron a la casa, Kojiro se apresuró a ir a preparar la cena. Mientras tanto, Kaoru tarareaba algunas melodías y ponía la mesa.

Se esforzó para que todo luciera como la velada romántica perfecta.

–¿Qué es esto?– preguntó el menor.

–Pasta a la carbonara, espero te guste– le sirvió.

–¿Son gusanos?– lo picó con el tenedor.

–No– rio –Solo pruébalo–.

Dio el primer bocado. Sus ojos se iluminaron al instante ¿Cómo pudo haber olvidado lo deliciosa que era la comida de Kojiro?

El peliverde lo miró con dulzura. Eso era lo que siempre había querido. Una cena romántica con una bella mujer; o bueno, en este caso, tritón; a la luz de las velas.

–Te ensuciaste– se burló.

–Lo siento– se limpió –Casi olvidaba lo buen cocinero que eres. Debería contratarte–.

–Oye, no es mala idea– sonrió –Tendría una excusa para verte todos los días–.

–No sé si a Tadashi le agrade esa idea–.

–Es cierto, iba a preguntarte ¿Qué rayos con ese sujeto? Parece estar en contra de Miya y mía–.

–Está enamorado de Ainosuke– explicó –Y no le agradó que lo haya rechazado por ti– giró los ojos –Pero no quiero pensar en el mar ahora– tomó su mano –Tenemos esta noche para nosotros dos– lo miró coqueto –¿Y sabes? Nunca hice mi ritual de apareamiento– lo acarició.

Kojiro tragó saliva y lo miró fijamente.

–Bu-bueno, tal vez yo podría ayudar con eso– respondió intentando no parecer nervioso.

–¿Oh enserio?– terminó de comer –Por que– fue a sentarse en el regazo del mayor –creo que esta sería una oportunidad perfecta– hizo caminar sus dedos por su pecho.

–¿Eso sería correcto, majestad?– lo sostuvo por la cintura.

–¿Qué miembro de la realeza no ha tenido alguna vez una aventura?– preguntó mientras se frotaba contra el bulto en el pantalón del pirata.

–Eres impaciente– dijo coqueto.

–Yo diría que más bien me gusta aprovechar mi tiempo–.

–Entonces cállate y vamos al cuarto–.

El menor se levantó emocionado.

Su antiguo yo nunca le perdonaría escuchar que disfrutaba del ser humano. Pero esa forma le brindaba algo que nada en el océano podría darle.

Libertad.

El Pequeño TritónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora