Capítulo 3

197 26 2
                                    

Encogida fetalmente, Blanca lucía sobre su cama. Y pese a tener los ojos cerrados, por éstos se asomaban lágrimas.

Decir con exactitud que dormía, según la encargada de ello se había cerciorado y por ende dejado a solas.

No obstante, y fuertemente un sollozo de pronto se escuchó, acompañándole la convulsión del cuerpo delgado y el silente llamado a...

— Terry —, al cual le pedían: — ¿Por qué tardas en venir por mí? Mylo, mi bebé hermoso, ¿dónde estás? ¿Dónde están los dos? Terry... amor, no puedo vivir más sin ti. Sin ambos.

Enterrando su rostro húmedo en la almohada, la infeliz y desesperada mujer dio rienda suelta a su dolor.

Uno tan grande que solamente la locura la hacía olvidar, o vivir en un mundo donde la presencia de sus amados seres los veía en todas partes.

Como en ese instante, donde en su espalda sintió una cálida mano, y a su oído se acercaban para decirle dulcemente:

— Candy

— ¡Anthony! — ella lo llamó, volviéndose velozmente a verlo.

Al enderezarse tan rápido, Candy no lo vio, sino consiguientemente de haber fijado sus ojos en la ventana.

Con el movimiento de las cortinas, el espíritu del tan añorado personaje apareció, sonriéndole tan él y, cuestionándole ella con urgencia:

— ¡¿Dónde están?! —. Los buscó a su lado. — ¡¿Por qué no los trajiste?! — la alucinante rubia giró a su derecha para reclamarle: — ¡lo prometiste!

— Candy — se pronunció compasivamente, — no sufras de esta manera, porque ellos no están donde crees.

— Entonces ¡¿dónde?! ¡¿Por qué no vienen a verme?!

— Porque desconocen donde estás. Sin embargo, estás muy cerca de ellos. Sólo es cuestión...

Los gruesos ladridos de "Apolo" se escucharon detrás de la puerta.

Encargado también de vigilarla, la angelical presencia lo alertó de sobremanera, no quedándole al visitante más que marcharse, no sin antes, dejar a su visitada con unos de sus muchos recuerdos que la calmaran.

Sosteniendo la puerta de una pequeña casa, comprada con sus éxitos, Terry, con gesto fruncido, veía pasar una a una las muchas cajas de regalos que el tío abuelo Williams le había hecho llegar a su hija adoptiva.

La noticia de su casamiento había sido tan sorpresiva, que George Johnson hubo sido, como siempre, el responsable de escoger los obsequios. Vestidos al último grito de la moda, sombreros, guantes de seda, zapatos, inclusive interiores y otra cantidad en joyas. Atribuciones que a alguien no estaba agradando.

Terry reconocía el abolengo de su esposa, pero... los muebles al menos le hubieran dejado escoger.

Su Montesca interpretación ¡vaya! que le estaba dando buenos resultados, entonces...

¡¿No te parece divino todo esto?! — exclamó una inmensamente feliz Candy, llevando sobre sí un precioso vestido color durazno que sacara de la primera caja que abriera.

Por lo mismo, además de reconocer que aún sobrepuesto, la hacía verse bien, Terry dijo:

Absolutamente

Sabiendo que esto significa ir a verlo, ¿cierto? Debemos ir a darle personalmente las gracias por tan bellísimos regalos.

Claro, linda — expresó el actor.

Enseguida, él dejó de sostener la puerta para ayudar a los cargadores con el ingreso de un elegantísimo diván, el cual de momento quedó en la sala como todo lo demás, siendo Candy la encargada de acomodarlo a su gusto.

La casa había sido de ambos, y muy pronto la convertirían en su santuario donde sólo el amor reinaría, ya que las discusiones —y todos sabemos cómo las disfrutaban—, curiosamente al jardín iban para dejarlas y no permitirles entrar, ¿importándoles que los vecinos los escucharan?

¡Para nada! Además, de haberse ido a vivir precisamente en medio de la nada, pero eso sí, un verde paraíso envidiable, el cual pese a estar escondido, Candy de un modo u otro, siempre se enteraba de las notas periodísticas, que aún sin querer, le afectaban; por ejemplo:

Terry, exhausto del trabajo, en una silla de comedor fue a sentarse.

En la cocina, Candy yacía; y conforme preparaba la cena, lloraba.

Por la tarde había ido de compras, y en el stand de revistas encontrado a su paso, su marido volvía a ser la sensación.

No obstante, el amarillismo de un osado reportero sobresalía al decir:

"Terry Granchester, el hoy dueño de los escenarios, ¿será también dueño del corazón de la hija del director general del Hospital San José?

Por suerte, la rubia enfermera la conocía al haber ido otro día a ofrecerse como voluntaria.

Sin embargo, y pese a conocer que la mencionada mantenía en "secreto" una relación con un trabajador del mismo nosocomio, el celo se había apoderado de la señora Granchester, la cual, aunque sí iba a ver a su esposo trabajar, lo hacía en un papel de fan como muchas más, y que, al parecer, ya le estaba molestando.

Por lo mismo, al salir del área para entrar a otra, quien ya le esperaba, la cuestionó:

¿Cómo estuvo tu día?

Candy, sin olvidarse de su regla, la aplicó; y sin decir palabra, le indicó a su esposo, salir.

¡Oh cielos! — exclamó Terry entre cansado por laborar y por percatarse que estaba en un serio problema.

Actuando como niño castigado, obediente el guapo castaño se dirigió al lugar señalado, no sin antes cederle el paso a su esposa, la cual previamente a salir, le dio un beso.

Afecto que se volverían muchos consiguientemente de ella, pelear, y él explicar; ganando... los dos, al reconocer Candy que todo era una mentira, y Terry al repetirle lo mucho que la ama y que era la única por la que él moriría.

No, no digas eso — la rubia lo calló, abrazándolo.

Correspondiendo y arrullándola, el castaño preguntó:

Entonces, ¿cómo puedo demostrarte lo que significas para mí?

Para decirlo, Candy volvió su mirada a él; cayendo la masculina en los labios que le profesaban:

Te amo, Terry.

Todo yo te ama a ti, Candy. Y tienes razón. Mañana mismo hablaré con Hathaway.

¿Le dirás que estamos casados?

Terry lo haría, sí; pero al revelarlo, un odio se incrementaría y les provocaría dolor.

Tras la muerte de Susana, la señora Marlowe se había prometido vengarse, principalmente, porque él fácilmente se había desligado del asunto.

Del que tenía en ese momento en sus manos, también se encargaría; y olvidándose los dos de lo que hubiera a su alrededor, se entregaron al amor.

Ese que daría su fruto y disfrutarían por pocos meses.

VIDA PERDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora