Capítulo 8 parte B

147 22 5
                                    

Dos graves ladridos fueron la respuesta. Otros dos más y Mylo se puso de pie para acercarse y verificar que...

— ¿Y ese milagro que estás sola, Grecia? ¿Dónde está Apolo? Pero sobre todo... ¿dónde está ella?

El chico, apoyando sus manos en la barda, miró hacia la vivienda vecina.

Aquella "insignificante" ausencia, de pronto lo intrigó.

Blanca, como él la conocía, todos los días, todas las mañanas a esa hora o cualquier otra que duraran las clases, siempre rondaba en su jardín.

Ese momento no lo hacía; y por el modo en que el perro ladraba, corría y se regresaba, era la petición de seguirle y ayudarle con su dueña, la cual en un rincón de su habitación posaba sentada y abrazada a sus rodillas.

Debido a su condición plus desesperada, Candy había vencido la fuerza de su vigilante; en cambio, ésta reconociendo que otro error no podía cometer, empleó más fuerza para doblegar a la enferma, lastimándola.

Por los años de vivir en esa casa y con ellos, de éstos, maltrato alguno jamás había recibido.

Por lo tanto, siendo esa la primera vez y muy conocedora del miedo, Candy no tuvo de otra más que de obedecer a su guardiana, yéndosele así la oportunidad de verlo nuevamente y cerciorarse de que fuera él.

Además, las cortinas habían cerrado prohibiéndosele acercarse una vez más.

Negativa tras negativa Candy daba, más en su interior se repetía:

Era él. Sí, era él. ¿Verdad, Anthony, que lo era? ¿Verdad que era Terry? Tú me dijiste que él y que mi hijo... sí, ellos están aquí. No están en donde me dijeron. Ellos...

Candy dejó su monologo interno al escuchar que la puerta de su recámara se abría para darle paso a "su doctor", el cual preguntaba al verla arrinconada:

— ¿Qué pasó?

— Lo siento — se escuchó de dos.

No obstante, sólo se le pondría atención a una; a esa que a centímetros del recién llegado decía:

— Lo vio.

Por haberlo dicho, la distancia fue perfecta para castigar el error, cubriéndose Candy el rostro y encogiéndose más en su lugar no pudiendo evitar oír el enérgico regaño:

— ¡Estúpida! ¡¿cómo lo permitiste?!

Consiguientemente, el hombre fue adonde la enferma para preguntarle:

— ¿Es cierto eso, Blanca?

— ¿Qué? — contestó una miedosa ella.

— Que... lo has visto.

— No.

Candy negó, también con la cabeza y temiendo ser reprendida. Por lo mismo...

— No me enojaré si me lo dices

— No — volvieron a decir.

— Siendo así... —, el visitante se puso de pie, — Alístala, porque daremos un paseo.

Quien ya lo daba, es decir el paseo, por las inmediaciones del colegio buscaba a su hijo. Y al encontrarlo, éste intentaba saltar una cerca.

Antes de hacerlo, Terry lo llamó, impidiendo así la invasión a propiedad ajena, pero no la nueva huida de Mylo al escucharlo y mirarlo despectivamente.

Herido e intrigado, Granchester volvió a posar su mirada en la ventana vecina.

Esa seguía cerrada, y él por los alrededores merodearía, yendo primero a la entrada principal para ver a quién le pertenecía esa propiedad. Solamente a un psiquiatra, del cual para saber su nombre un timbre se tocaría.

Al llamado, dos canes se acercaron ladrando hasta la reja.

En cambio, los encargados del cuidado de Candy lo ignoraron. Terry no al saber a la perfección que sí había alguien en el interior, lo que causó mayor intriga en él y lo haría no moverse de ahí hasta que viera a la que consideraban "enferma" y preguntarle... ¿cómo es que lo conocía tan bien?

VIDA PERDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora