Capítulo 8 parte A

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Efectivamente, eran escasos los que conocían a su padre. Otro poco, y ni él, ya que quince años o más, sabía nada de su persona.

La suya, es decir, la de Terry, el Duque de Granchester había dejado en paz. Ahora, con su mención, no sólo le intrigaba quién pudiera ser la mujer vecina, sino...

¿Qué habrá sido de mi padre? — cuestionó en su interior.

Su madre Eleanor Baker estaba igual que él, sin saber, o quizá sí, al recordar el castaño una antaña visita, una notificación de petición, un regaño por haberla visto, una agresión por haberlos comparado y una imposición a verla nuevamente.

Como fuera, la diva era lo más cerca que tenía a su lado.

Su hijo, que también lo estaba, lo miraba en esa lucha de intrigantes pensamientos, rescatándolo de ellos, al solicitar:

— ¿Puede retirarme para asistir a mis clases del día?

— Me gustaría que estuvieras presente y escucharas lo que tengo que decirle a tu papá.

— En sí... — intentó decir Granchester, pero a cambio...

— El Consejo Directivo ha considerado que Mylo...

— ¿Sea suspendido?

—A l contrario, señor Granchester. No es nuestra intención darlo de baja, porque es un buen estudiante. Lo que nos preocupa, es su conducta agresiva y prepotente y hasta eso únicamente con los mayores. Con sus contemporáneos, es el mejor de los camaradas. Entonces, se nos ha ocurrido, que en el próximo festival, usted esté involucrado en las actividades que tenemos programadas.

— Involucrado, ¿cómo? — preguntó Terry un tanto desconcertado.

— Sabemos de su trayectoria artística y...

— ¡Ay, no! — respingó y feamente Mylo. — ¡Ni se le ocurra ponerme a actuar, director Blake!

— Sería una buena oportunidad para que convivan

— Entiendo que su intención sea buena, pero...

— Podríamos hacer otra cosa — sugirió Terry.

Sí, ya resuelto lo de su pecosa, no le fallaría más a ninguno de los dos, y pondría lo mejor de su parte para recuperar el amor e interés de su hijo, el cual, además de haber hecho un gesto horrible, se quejaba:

— ¡Pero si nada me enseñaste! ¡Ni siquiera a montar! Lo sé por mi abuelo Williams y...

— Piénsenlo bien — dijo el director que comprendía a la perfección esa presente situación, emprendiendo un camino y diciendo en ello: — y después me dan su respuesta.

— ¡Pero...! — objetó Mylo; en tanto, Terry...

— Será una linda experiencia

— ¡Papá! — sonaron con desaprobación, y también irónicamente al inquirir: — ¿Estás seguro de querer hacerlo?

— Sé que a tu madre...

— ¡A ella ya déjala en paz en donde está!

Con toda la sincera molestia, Mylo lo hubo pedido inclusive demostraba al estar mirando a su progenitor, el cual pedía una vez más:

— Lo siento.

— Pidiéndolo todo el tiempo no resuelves nada. Ni siquiera que ella regrese.

— ¡Mylo! — gritó Terry.

Y es que su retoño, molesto como habíamos dicho estaba, salió corriendo de esa oficina en dirección hacia cualquier otro lado de la grande institución, diciendo que lo odiaba y pidiendo el más grande de los castigos para quien le quitara a su madre.

La muerte según había recibido por eso, sin embargo...

— ¡Arde, infeliz Marlowe, en el averno! ¡Arde y retuércete por todo el dolor que me haces sentir en estos momentos!

Ciego por las lágrimas, Mylo tropezó y cayó en el suelo, el que comenzó a golpear fuertemente con su puño y a descargar toda su frustración.

Por el lugar arribado, un par de ojos miraban al jovencito Granchester.

Eran los pertenecientes a Grecia, la "gran danés" de color acero profundo que yacía detrás de la cerca divisoria y lo veía a través de los maderos.

Suponiendo el dolor vecino, el can ladró.

Suficiente sonido para hacerlo levantar la cabeza y decir, al creerla cerca:

— ¡Vete de aquí, mona loca, y déjame en paz!

VIDA PERDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora