Capítulo 2

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Una mujer preparaba el alimento de dos enormes perros "gran danés" en la cocina de una extensa residencia ubicada al costado de un reconocido y prestigioso colegio neoyorquino.

"Apolo", el macho blanco con manchas salpicadas de negro, yacía parado detrás de unas altas rejas, y veía con alertada atención la dirección que su escabullida dueña había tomado.

En cambio, "Grecia", la hembra de color azul acero profundo, estaba atenta a lo que le darían de comer, volteando a ver el teléfono que en ese momento sonaba.

Alcanzado el aparato por una humanidad, ésta diría:

— Casa de descanso "Arlene"

Soy yo — se contestó en el otro lado de la línea.

— Oh — se expresó apagadamente; y preocupadamente, se querría saber:

¿Cómo está?

— Hoy bien. E inclusive quiso salir al jardín.

¿Sigue ahí? — se cuestionó, y la encargada de informar se dispuso a mirar hacia el exterior.

No viéndola, tenía que solicitar:

— ¿Te llamo después?

Ya volvió a escaparse, ¿verdad?

— Los alumnos del colegio estaban haciendo mucho ruido.

Siendo así, ve por ella y enciérrala. Yo ando acompañado y muy cerca, y... no queremos sorpresas.

— Está bien — se dijo, y la comunicación de inmediato se cortó.

Llamando a la canina, la mujer de baja estatura y de negro uniforme buscó una salida para cerrar ese lugar.

Por otro, ella anduvo; y al arribar adonde la puerta principal:

— ¿Viste por dónde se fue, "Apolo"?

La mascota perruna, a modo de contestación y sin desviar la mirada, movió ligeramente la cabeza, quedándose a su lado "Grecia" en lo que la empleada enlutada se disponía a salir.

A metros de ahí, estaba el parque; y sabiendo de antemano que ahí a Blanca le gustaba ir, pues allá fueron, no siendo difícil dar con el paradero de la enferma que parecía estar alegando con un chico.

En sí, era el hijo del famosísimo Terry Granchester: Mylo, jovencito muy idéntico a su padre tanto en personalidad como en carácter.

Misericordioso — pensó lo sería una madre.

Claro, si con ella, él hubiera crecido.

Sin embargo, entre el atareado trabajo de su padre y la insistente venganza de un esposo, descuido habían cometido.

Algo similar, y hasta eso muy frecuente, había sucedido con Blanca, la cual, pese a no ser reprendida por su escape, a su habitación fue a encerrarse una vez que la encargada la alcanzara en su despavorida y alocada carrera y, por todos los medios tranquilizara.

Agotada, la enferma en su lecho quedaría profundamente dormida.

Estado inconsciente que Terry imitara.

Su casa no estaba muy lejos del reciento judicial; por ende, sus compañeros allá lo llevaron, poniéndole en el sillón más grande de la sala, mientras que quienes iban a su lado, lo miraban descansar, pero también le veían la congoja en su rostro y le oían una y otra vez pidiendo perdón.

— Ni la muerte de esa mujer, creo va a dejarlo en paz.

— Se obstinó tanto, que... veo difícil se recupere pronto.

— Pues deberá hacerlo por Mylo, ya que lo ha tenido bastante olvidado.

— ¿Y creen que no lo sé? — habló quien fuera despertando y enderezándose al mismo tiempo.

— Terry — lo nombró el mayor de los tres ahí reunidos para sugerir: — No sería mala la idea irse unos días a Lakewood.

— ¿Con qué pretexto?

— Candy pronto va a cumplir años de fallecida — alguien opinó recordando; y por hacerlo se le miró asesinamente. No obstante, diría:

— Mylo no puede perder clases.

— ¡Vamos, Terry! Tu chico es más vago, que...

Dos permanecieron callados para escuchar atentos la conclusión de la sentencia que nunca llegó.

Y es que, al palmearse bromistamente un hombro vecino, éste —ya recuperado la memoria y revelada su identidad—, y quien yacía sentado, miraban serios al tercer osado, el cual optó por sonreír bobaliconamente y ofrecer a pesar de no ser esa su casa:

— ¿Quieren un trago?

Viéndolo ir hacia el área de bar, los amigos de antaño se miraron mutuamente y sonrieron con burla.

Neil Reagan, quien tanto los odiara en un pasado, después de la muerte de Candy, se había convertido en otro camarada, y hasta voluntario para buscar a la asesina Marlowe, la cual, una vez cometida la fechoría había escapado, por ello, que el proceso penal se llevara algunos años.

Trece para ser más exactos.

Trece, donde dos o más seres, habían sufrido demasiado.

En sí, lo seguían haciendo sin saber que estaban más cerca la una del otro, y del tercero, que al llegar a casa, no le importó dar un portazo.

— ¿Mylo? — lo llamó su padre. Y éste se puso de pie para ir a su encuentro.

— Qué tal — respondió el rebeldito, aventando al suelo su mochila escolar de cuero.

— ¿No deberías estar en el colegio? — observó el progenitor.

En cambio, el unigénito contestaba con ironía:

— Pero resulta que estoy aquí. Hola, Albert. Neil —, a estos no fue necesario ir porque con la mano les hubo saludado, mirando de arriba abajo a Terry, del cual dijeron: — Se te ve mal, papá.

— No. Estoy bien.

— Menos mal, porque así puedo pedirte...

— Dinero no será posible.

— Hasta eso, se trata de una reunión que tendrás mañana con el director de la escuela.

— ¿La razón?

— Ya sabes. Te dará la lista de quejas de la semana.

Un escupitajo de pronto se oyó. ¿De quién? de Neil quien además de pedir disculpas, observaba:

— Igualito a su padre. Lástima que el Duque de Granchester...

— Por cierto, papá, y aprovechando que el tío Reagan lo acaba de mencionar, ¿qué sabes de mi abuelo?

— Ahí lo tienes enfrente — respondió Terry señalando a Albert, de momento mudo espectador.

— Bueno, él es por parte materna. ¿Y de la tuya?

— Yo... hace mucho que...

— ¿No sabes de ellos?

— Mylo, ¿a qué viene eso de pronto? — intervino William al conocer la situación padre—madre de su mejor amigo.

— Lo que pasa, abuelo, es que...

... instantes silenciosos siguieron.

Luego de pensarse bien, —y que la descocada mujer muy bien conocida por estar siempre mirando, desde su jardín, el colegio—, se decía:

— No, abuelo. Es nada sin importancia.

— ¿Estás seguro?

— Sí, claro. Ahora si me disculpan, me retiro. Tengo mucho sueño y... ¡Lucrecia! — gritó el muchachito. — Sube mi mochila — ordenó en cuanto la empleada apareció y a tres dejó sin importarle fuera reprendido ¿por quién?

VIDA PERDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora