Capítulo 7 parte A

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Candy. Desde la primera vez que la conociera, Eleanor supo iba a ser una chica muy difícil de olvidar.

Ahora, lo resultaba su nombre y mayormente su recuerdo.

Esos que vivían atados a Terry, y el cual no estaba dispuesto a soltar.

— Era mi vida entera, madre — comentó el actor en cuanto la empleada los dejó a solas en el elegante solárium de la residencia Granchester.

— Sin embargo, te has olvidado de su legado: Mylo, tu hijo.

Escucharlo, únicamente causó que unos ojos se posaran en otros del mismo color y de la misma hermosura.

Aunque claro, los de Terry reflejaban tristeza; en cambio, los de Eleanor ternura que combinaba al decir:

— Es duro y cruel, pero debes superarlo ya. No es justo ni para ti, ni para tu muchacho, hijo. Mylo te necesita.

— Un día te necesité a ti — no faltó el reproche pasado.

— Yo soy otra cosa.

— Pensé que eras mi madre.

— Y precisamente por eso...

— No voy a traer a otra mujer para que lo sea de mi hijo. Además...

Eleanor lo interrumpía para compartir:

— ¿Te conté que Karen Klaiss regresa a Broadway?

— ¡¿Eh?! — fue la estúpida reacción de Terry que no supo a qué venía eso.

— Sí, viene con compañía nueva y...

— No me interesa — dijo el grosero de Granchester poniéndose pie para caminar hacia el ventanal más próximo y mirar hacia el jardín.

— Abrirán audición para...

El ruido de una manija cortó la anterior sentencia; y porque con ello una puerta abrió, Terry la cruzó para ir afuera.

Hacía un rato que había hecho las paces con su madre, pero... le estaba molestando de sobremanera su impertinente insistencia.

Inclusive e internamente, Terry felicitaba a su ex compañera de tablas por el éxito obtenido, sin embargo, a él, en esos momentos, en verdad no le importaba. Ni siquiera atender sus propios asuntos.

Bueno, sí. Ya resuelto el que le tomara años, a su hijo se dedicaría; y al día siguiente, se presentaría en el colegio para escuchar lo que él, en un ayer, también causaba.

¿Problemas gracias a quién?

¡Bingo! hizo fuertemente en la cabeza de Terry, ya que ¿no él mismo siempre quiso la atención de sus padres, y siendo rebelde y conflictivo eran los modos de conseguirlo?

— Pobre hijo mío, en verdad te he fallado.

Sintiéndose fracasado, Terry se sentó en el húmedo césped.

Posteriormente, él se acostó, posando su mirada en el azulado cielo y en la nube que en ese instante pasaba.

Curiosamente, Candy posaba y yacía igual.

Luego de correr a refugiarse, —pero a la vez esperar por el dueño del arma que tenía en su poder—, los minutos fueron transcurriendo.

Sin el objetivo a la vista, una desilusionada Candy suspiró y caminó hacia el jardín de "su casa".

Ahí, se sentó para hacer un hoyo ayudada con la misma navaja y enterrarla.

— Es peligroso. En tus manos lo es. Aquí... — decía volviendo la tierra a su lugar, — no te hará daño... Terry. ¿Recuerdas aquella noche que te metiste a mi habitación herido por una de éstas? ¡Listo! — expresó al terminar, — aquí no la encontrarán para lastimarte.

Acabada su labor, ella echó la espalda hacia atrás para mirar al inmenso cielo y a la blanca y esponjosa nube de forma...

— Se me antoja un algodón de azúcar.

La pecosa estiró el brazo para que su mano "atrapara" un pedazo, se lo llevara a la boca y lo saboreara:

— ¡Rico! Hacía mucho no comía uno. No lo hacía desde...

Superado un tiempo y un feto aferrado, los padecimientos en Candy aumentaron, siendo Terry el encargado de proveerla en todo lo que su pecosa le pidiera.

El algodón de azúcar no hubo sido la excepción, y una muy fresca y temprana mañana, ni idea tenía de dónde conseguirlo, pero lo haría.

Ella todo lo valía, no importándole que algunos comerciantes molestados lo llamaran ¡loco! por ir a despertarlos y que le prepararan uno para su embarazada mujer.

Precisamente, una mujer que vendía alimentos y que notó su preocupación fue la encargada de hacérselo, llegando Terry con ello algunas horas después ¿ya que el antojo se había pasado?

Un poco, sí, pero con lo golosa que Candy era, el reclamo de haberse tardado fue nada comparado con la furia al espetar:

¡¿Sólo uno me trajiste?!

— Pecosa de mi vida, ¡cuánto te echo de menos! — expresó Terry colocando su cuerpo de lado para darle la espalda a Eleanor que lo miraba desde el solárium.

Quien también observaba a Candy, a ella fueron para levantarla, llevarla a dentro, alimentarla y asearla.

Horas después la ponían a dormir para que, con la llegada del nuevo día...

Habiendo perdido la noción del tiempo y también del paradero de los suyos, Terry dejó el lugar donde se acomodara para ingresar a su vivienda e ir a su cama para descansar debidamente.

Ya estando en el interior de su vivienda, Granchester se acordó tanto de su madre como de Mylo, el cual, sin balón ni navaja hubo llegado a casa, habiéndole inventado a la abuela, que lo había prestado a un buen amigo y al otro día se lo iban a devolver.

Creyendo la gran mentirota, la diva Baker lo invitó a sentarse con ella y platicar.

Conversación que también evitaron con la excusa de...

— Eli, te quiero mucho, pero... mañana todavía tengo escuela y debo ponerme a estudiar. No te molesta, ¿verdad?

— No, hijo, claro que no. Ve adonde tus obligaciones.

Mylo dio un fugaz beso a una delicada mejilla y fue corriendo a su habitación, quedándose así la ya retirada actriz sola y sin mucho qué hacer.

Por ende, no tuvo de otra más que de marcharse para que a tempranas horas de la nueva mañana, padre e hijo, después de desayunarse, partieran al colegio.

VIDA PERDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora