Capítulo 16 parte A

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Por medio de Mylo, Pía conocía a la rubia dama, que del brazo de su esposo, momentáneamente, se detuvo.

Y es que ver a Pía, le provocó a Candy un ligero escalofrío.

La chica era bella tanto por fuera como por dentro; y en un momento fugaz, la señora Granchester supo que Mylo no tenía salvación.

Se casaría con esa joven, la cual, valiente se animó ir hacia el matrimonio para extender su mano a ella y ayudarle.

Con ese amable gesto, Candy giró levemente la cabeza para sonreírle a su guapo amado.

Éste asintió positivamente y la soltó, habiendo entregado su mano a la extendida de Pía, quien llevándola en dirección a la sala le decía:

— Ahora que la veo mejor, no le molestará que la visite seguido, ¿verdad? Quisiera compartirle uno de mis sueños y que me dé su opinión.

— ¿Con respecto a qué?

— Mylo me contó que es usted enfermera profesional.

— Lo fui sí, pero hace como dieciocho años que no practico la enfermería.

— También eso sé, y que... tuvo oportunidad de haber ido a la gran guerra.

— La gran guerra — dijo Candy arrastrándola con dolor. — Un evento por demás desgarrador. Sí, también dejé ir esa oportunidad, pero en cambio hubo otras más valientes que no hesitaron.

— ¿Se arrepiente?

Con la cuestión, Candy calló sus palabras.

Y debido a la cercanía que estaban los femeninos cuerpos, miró directamente a Pía a los ojos.

La joven no perdió detalle en el brillo del par de esmeraldas, pero el silencio de la mujer mayor le indicaba que no, no se arrepentía de aquella indecisión que la embargó por momentos, porque él, Terry, había sido la mayor razón para no ir.

Tenía tantas ganas de estar cerca de él cuando lo estuvo, que la distancia o la lejanía, todavía dolía al revivir la hesitación, por la cual aquella joven morena y de gafas, segura, hubo dado un paso al frente y dejar a Candy fuera del grupo de enfermeras militares, de las cuales, ella jamás supo, por lo mismo, interiormente pedía que donde estuvieran, estuvieran con bien.

Finalizado su pensamiento, Candy suspiró hondamente.

Consiguientemente, sonrió a su joven compañía que le decía:

— Quiero ser enfermera; mis papás no me dejan porque según ellos, no es una profesión digna de mí, de mi posición social. Pero les he explicado que damas de la realeza lo han sido, sin embargo, ni aun así puedo convencerlos.

— Y por lo que veo, ¿estás pidiendo que lo haga yo?

— Su familia no objetó porque lo fuera.

— Mi familia — pronunció Candy apagadamente; y con firmeza enteraba: — Pía, mi familia es ésta. Mi esposo. Mi hijo. Mis madres me apoyaron, porque yo necesitaba hacer algo en y con mi vida. Hacer un poco de lo mucho que ellas me dieron y enseñaron, pero, sobre todo, que naciera de mi corazón hacerlo. Aunque mi mentora estudiantil me pedía más usar la cabeza. Combinados ambos, yo hubiese llegado lejos. Sin embargo, considero que lo hice, sino en lo profesional, como mujer. Como la madre que mis hijos sí conocieron. Como la esposa de un hombre que me ha amado y amará como nadie. Esa es, hija, mi opinión.

Luego de haber escuchado todas y cada una de las palabras de Candy, Pía se enderezó para besar la blanca frente a modo de agradecimiento.

Posteriormente, la joven fue adonde su guapo novio, el cual, a lado de su padre, en silencio las hubieron estado observando.

VIDA PERDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora