xxi. palabras de un hombre muerto

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DESASTRE GLOBAL,
capitulo veintiuno: palabras de un hombre muerto!


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Washington DC, Estados Unidos — Marzo del 2013.

          HACÍA MUCHO TIEMPO QUE CHARLOTTE HARMON NO PISABA LA SEDE PERTENECIENTE A LA RAMA NORTEAMERICANA DE LA BSAA. Ni siquiera recordaba hacía cuanto tiempo fue la última vez que estuvo con su antiguo equipo, a pesar de estar en contacto constante con ellos mucho después de haber vuelto de matar a Dalton Bauer junto a su marido, el británico ya formando un nombre más tachado en su lista y un fantasma que ya no le perturbaba. Ser madre, ser esposa y ser una agente federal la hizo volver al ruedo en cuestión de meses; así quitándola debajo del radar y de su escondite, del cual fue una gran tapadera durante sus casi dos años de desaparición. Ahora, ese recuerdo, esa sensación de frialdad, estaba muy lejos de ella. Agradeció la calidez que eso le trajo a su vida, a pesar de las dificultades, Charlotte podía decir que ella era una mujer feliz. Lo que ocurría en el medio solo eran contratiempos, situaciones pasajeras que tenían solución. Sin embargo, el nudo que sentía en su garganta era fuerte en ese momento.

          Ella llegó a llamarlos "meses tensos".

          (Incluso ella podía llegar a contarlos con los dedos de sus manos.)

          El primer mes, con fecha en mayo de 2012, le trajo la muerte de su madre. Mareena Willibur-Harmon había fallecido debido a un derrame cerebral, una tarde tranquila en el hogar que su hija le había conseguido. Lottie aún podía escuchar el llanto de una de las acompañantes que estaba de turno, su tono desesperado queriendo relatar los hechos que habían llegado a ese final. Ella, siendo la hija buena samaritana, escuchó cada palabra e intentó mantener su serenidad tal como Mare la tenía. Su salud se deterioraba conforme pasaban los meses, eso creía ella, y que, eventualmente, Mare Harmon se apagaría por completo. La pelirroja se alegró que la mujer estuviese en donde ella quería estar: en un lugar pacífico, con recuerdos de su hija, de la familia que tuvo antes y de la familia que tenía en el presente.

          La melancolía no faltó después de que ella envió el cadáver de su madre a hacerse cenizas.

          Eider Kennedy, ya con casi catorce años, lloró silenciosamente durante toda la semana. Si intentaba esconderlo de sus padres, ella no lo logró. Leon intentó ser quien mantenía parte de la casa junta, conteniendo a la mujer y a su hija; también sintiendo un poco de tristeza al haber perdido a su segunda madre — sabiendo muy bien que Mare lo trató siempre como si él fuese de ella: sin rencores, sin enojos, con todo el amor que su hija transmitía todo el tiempo. Fue doloroso, sí. Pero él prefirió celebrar que Mare ya no sufría ningún tipo de dolor, Lottie uniéndose ante la buena vida que ella les dio a ambos.

          —¿Por qué la gente se va así?—preguntó Eider una noche—. No es justo.

          Lottie la miró a través de la oscuridad, sus pupilas dilatadas hasta el punto que el azul no se veía en ellas, fijas en la figura de su hija sentada cerca de la ventana; parte de ella iluminada por las luces anaranjadas de la calle. Ambas estaban en la habitación de la joven, donde la única cosa que las separaba era la distancia que había entre la cama de Eider y la ventana. El dolor que se sentía en la habitación llegó a ser igual de sofocante, multiplicándose entre las dos mujeres y Lottie realmente detestó que Leon estuviese fuera en una misión. ¿Y ella? Ella no tenía un puto manual de cómo ser madre.

NOIRE ━━ Leon S. Kennedy ²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora