Me desperté por culpa de que alguien había llamado a la puerta.
Miré la hora en el reloj del salón y marcaba las cuatro y veinte de la mañana.
¿Quién viene a picar a estas horas?
Miré por la mirilla de la puerta y como estaba oscuro no se veía a nadie.
Estaba pensando si abrir la puerta o no, cuando picaron de nuevo.
-Soy yo.
Esa voz...
No podía ser.
Abrí la puerta y ahí estaba.
Me tiré a abrazarlo llorando y él entró a la casa conmigo colgando de su cuello y cerró la puerta.
-Te he echado de menos. —me susurró al oido.
-Yo a ti también, no vuelvas a irte, por favor. —las lágrimas no paraban de caer mientras él intentaba limpiarlas.
-Rubia, sabes que nunca me he ido. Siempre estoy contigo aunque no me veas. Escucho cada palabra que me dedicas y veo con impotencia las lágrimas que al recordarme se te escapan. —cogió mi cara entre sus manos mirandome a los ojos — no llores mas, nena, me rompe el corazón verte así.
-Vale, ya no lloro más. —dije sorbiendo los mocos.
-Pequeña... sigues llorando. — me dedicó esa sonrisa que solo me enseñaba a mi, esa que hacía que mi corazón se parara.
Se me escapó una pequeña risa y él se acercó a darme un beso.
Me empezó a lamer la cara y...
Espera.
¿Me empezó a lamer la cara?
Abrí los ojos y me encontre a la pequeña Mota encima de mi lamiendome la cara.
-Hola pequeña —la aparté y le acaricie la cabecita.
Miré la hora y marcaba las once.
-Tienes hambre, ¿a que sí?
Me levanté y le busqué algo que tuviera por la cocina.
Despues de que las dos desayunaramos, me vestí.
-No montes una fiesta, solo voy a comprar —le dije a Mota antes de salir de casa.
Fui al supermercado y compré pienso y galletitas para la pequeña, para mi compré chocolate, helado, pasteles, entre otras cosas...
Pagué en la caja y cargando con toda la compra volví a casa.
Le di una galletita a Mota y le expliqué que esta tarde se quedaría sola durante unas horas porque yo empezaba a trabajar de nuevo.
Cogí el uniforme de la cafetería y la chapita que llevaba mi nombre y lo metí en una bolsa.
××××
Ya llevaba dos horas y media en la barra de la cafetería atendiendo pedidos cuando llegó un chico. Ni lo miré, ya que estaba apuntando unas comandas que mi compañera me había entregado.
-Me pones un donut glaseado —yo asentí— y un café doble, con leche y espuma consistente, con un poco de azúcar y otro bollo de esos... —señalo la vitrina de debajo y yo asentí.
Cuando acabé de marcar todo lo que me había dado mi compañera miré al chico.
-Hola Thomas. —sonreí al verle— tenías que ser tú el cliente más exigente del día...
Apunté la orden de Thomas y le cobré.
-¿A qué hora acaba tu turno? —me preguntó mientras guardaba su bollo y el donut en un pequeño paquete.
-En media hora soy libre, ¿por qué lo preguntas? —le entregué el paquete y me puse a hacerle el café.
-Para pasar a buscarte y dar una vuelta.
-Si insistes... —le entregué su pedido y se marchó.
××××
-Chicas, nos vemos mañana. —me despedí de mis compañeras antes de salir por la puerta.
Pensaba que Thomas se había olvidado de mi, pero al salir ahí estaba.
De pie apoyado en su coche con las manos en los bolsillos y mirandome.
-El carruaje le espera. —hizo una reverencia abriendo la puerta de su coche.
-Gracias. —contesté medio riendome y me subí.
-¿Dónde vamos?
-Esta mañana dando una vuelta para despejarme encontré un sitio tranquilo para hablar.
No hablamos más y al rato llegamos a un gran prado, era bonito.
Había un camino que pasaba por ahí y bancos de madera.
-Sentemonos —me indicó un banco.— ¿Cómo conociste a mi hermano?
-Se mudo a la ciudad y le encontraba incordiandome a cada sitio que iba…
-Uhhh, creo que empiezo a entender qué le gustó a mi hermano de ti...
-¿Ah, sí? ¿El qué?
-Es obvio, ¿no crees?
-Sí te lo pregunto será que no... —tenían que ser hermanos... lo de incordiar se lleva en la sangre.
-Tranquila, fierecilla. A ver, tú no ibas besando el suelo que él pisaba, es más, te molestaba. Se lo ponías difícil.
Me quedé pensando en todas las veces que me había asqueado y molestado, con sus comentarios y sus motes.
-¿Por qué Selu y tú no os llevabais bien? —no pude ocultar mi curiosidad...
-Cuando Selu tenía once años, yo tenía quince, ibamos en coche con nuestros padres. Selu tenía un juguete nuevo que le acababan de regalar nuestros padres y yo se lo quité. Se puso a gritar e intentar pegarme y yo me defendía. Como llevabamos así un rato, nuestro padre se cansó y dejó de mirar la carretera para regañarnos y ahí ocurrió todo. Nuestros padres fallecieron y Selu y yo nos echabamos la culpa el uno al otro. Al quedar huerfanos una familia nos adoptó, y en cuanto él cumplió los dieciocho se marchó de casa.
Me quedé un poco sorprendida al ver todo lo que había pasado Selu y que nunca lo hubiera reflejado. Él era todo sonrisas y bromas.
-¿Cuánto llevabais siendo novios?
Centré la mirada en una flor morada que había en el suelo.
-Minutos, acababa de pedirmelo.
Esta conversación estaba siendo muy intensa.
-Porque existen las leyes entre hermanos, que sino te besaría ahora mismo.
Lo miré sorprendida.
-¿Y quién te dice a ti que yo te dejaría que me besaras?
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Destinos cruzados.
RomanceAndrea tiene 18 años y vive con su mejor amiga, Desiree. Llega a la ciudad un nuevo chico, Selu, que se mete de lleno en la vida de Andrea. Al principio Andrea odia a Selu y le cae realmente mal, hasta que algo cambia. Pero el destino cree que esa b...