19. Amnesia.

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Los médicos me explicaron que Pelayo tenía amnesia. No sabían cuanto iba a durarle, ya que es un caso algo extraño.

Fui a visitarle todos los días, le dije que eramos buenos amigos y que eramos vecinos. Después de cuatro días le dieron el alta en el hospital y me lo llevé a casa.

Entramos por el portal y el iba mirandolo todo intentando encontrar algo que le hiciera recordar que el vivía allí.

-Bueno, tu casa es esa. —señalé con el dedo su puerta.

-Vale. —miró la puerta y parecía un poco asustado— esto... podrías... ¿podrías acompañarme?

Lo miré sorprendida y asentí con la cabeza. Nunca había entrado en su casa.

Pelayo abrió la puerta y entró. Pasé detrás de él. El salón era grande, tenía una televisión de plasma enorme en la pared del fondo, una mesa baja y un sofá de color negro. Había un mueble al lado de la puerta con un cuenco, seguramente para dejar las llaves, y un marco de fotos. En él salía Pelayo con una chica más joven que él con las piramides detrás. Vi que miraba la foto, como si no tuviera nada que ver con él.

Le seguí mientras caminaba por la casa. La cocina era un poco más grande que la mia, con encimeras de granito y una isleta.

En su cuarto tenía una cama de matrimonio y una estantería llena de libros, una mesita y dos puertas. Una daba a un baño y la otra a un vestidor. Me quedé mirando la estantería y encontré un albúm de fotos. Lo cogí y se lo pasé.

Lo abrió e inspeccionó todas las fotos sin encontrar nada.

Creo que comenzaba a estar algo incómodo rodeado de todas esas cosas que se supone deberían sonarle, así que le invité a mi casa a tomar un café o un té.
-No te preocupes —le dije subiendp las escaleras— pronto recordarás algo, y si no es así, tú crearas nuevos recuerdos.

No me contestó, pero creo que no le convencieron demasiado mis palabras.

Entramos a mi casa y lo llevé a la cocina. Se sentó en un taburete mientras yo preparaba el café.

-¿Cómo te gusta el café?

-Sin leche, con azúcar. —contestó rápidamente.

Lo miré con la boca abierta.

-¿Qué pasa? —preguntó con cara extrañada.

-¡Te has acordado! —le dije mientras le agarraba de los hombros y lo zarandeaba.

-Es verdad, sin leche y con azúcar... -se quedó pensando- algo es algo, ¿no crees?

Puso una sonrisa de oreja a oreja.

Me dispuse a seguir haciendo el café cuando Pelayo me habló.

-Nena, se te cayó la cucharita.

Se me secó la garganta al escuchar esa palabra saliendo de su boca.

-¿Qué? —pregunté aunque había entendido perfectamente.

-Que se te cayó la cuchara. —dijo señalando el suelo.

-Oh, si, gracias. —recogí la cuchara y la metí en el fregadero.

Cuando el cafe estuvo listo lo serví, me senté frenté a Pelayo y nos lo empezamos a tomar.

-¿Tengo moto o coche?

Moto.

No podía dejar de pensar en Selu, en el tiempo que hace que no le oigo y en lo mucho que le echo de menos.

-Nena. —dijo pasando su mano por delante de mi cara.

-¿Por qué me llamas así?

-No lo sé, me gusta. ¿Te molesta? —preguntó mientras me guiñaba un ojo.

-No sabía que te gustaran las motos... —empecé a revolver el café.

-Ni yo, la verdad...

¿Será Selu? No, él no se olvidaría de mi, ¿verdad?

Él ha estado conmigo hasta después de muerto, no se olvidaría de mi tan fácilmente, creo...

-¿Y esa cadena? —levantó el brazo señalando mi cuello.

-Un recuerdo... —me llevé la mano al cuello para tocar el anillo.

-¿Puedo verlo?

Asentí y tiré de la cadena para sacarla de debajo de la camiseta.

El anillo quedó a la vista y Pelayo lo tomó entre sus dedos.

Se quedó mirandolo fijamente, sin decir nada.

-¿Te encuentras bien? —le posé la mano en el hombro y me miró a los ojos.

Parecía asustado y algo desorientado.

-Creo que tengo que irme...

Se levantó, pero dio un par de pasos hacia atrás, mareado.

-Creo que lo mejor es que te sientes.

Le agarré del brazo y lo conduje hasta el sofá, lo senté y se recostó.

-Ya me siento algo mejor, pero tengo —abrió la boca bostezando— mucho sueño.

Se giró sobre si mismo y al rato se comenzó a escuchar una respiración fuerte y profunda.

Le eché una manta por encima y me fui a mi habitación, después de leerme los últimos capitulos del libro que había comprado en la libreria en que trabajaba Pelayo, apagué la luz y me acosté para dormir.

Destinos cruzados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora