Esperar por justicia divina es una total pérdida de tiempo, o al menos así lo ve Judas. Francesco, por otro lado, prefiere no mancharse las manos con asuntos que están lejos de convertirse en suyos.
No es decisión de ellos necesitarse el uno al otr...
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Dejé caer la caja sobre la mesa de centro, disparando una nube de polvo que me nubló la vista durante unos segundos. El lugar era un desastre, y uno muy lúgubre.
—Hay un poco de polvo —le dije al recién llegado, quien abría las cortinas con apuro para que hubiese un poco de luminosidad en la habitación.
—Ni lo digas, que me da náuseas.
Sacudí el polvo del sofá de lino y me senté, con todo el descaro posible. Estaba exhausto, cansado, agotado, reventado, hecho papilla y cualquier palabra que se le asemeje. El amigo de Francesco, del cuál no tenía nombre alguno, había ido a buscar más cajas luego de alcanzarnos la llave del piso. Como excusa para poder reposar durante un momento, me dispuse a hacerle compañía al desolado extraño quien, después de arrojar la otra caja dentro de su nueva habitación, llegó a la sala a abrir el ventanal y sentarse en el sofá que había frente a mí.
—¿Siempre es así de caluroso?
Asentí con la cabeza.
—Hay días peores, créeme.
Sollozó y se desparramó sobre el mueble. Eché una ojeada a su cuerpo, y su casi inexistente pancita quedó al descubierto: tenía escasos vellos y muchos lunares. Sus brazos eran más corpulentos que los míos, al igual que su pecho. No trabajaba su cuerpo, era claro, pero tenía forma, o al menos más que el mío.
Yo, al lado de cualquier persona, era un palo de helado, un cartílago de pollo, un limpia pipas. A muchos les gustaba mi figura, y aunque a mí no me desagradaba del todo, tener más masa siempre fue una meta en mi vida. A veces me motivaba pero, luego de intentarlo y fracasar millones de veces, descubrí que el ejercicio y la disciplina no iban conmigo.
—¿Qué tan buena es la comida aquí?
—Depende del día —respondí—. Los viernes siempre hay fritura, y la fritura es lo único que Babette hace bien.
—Viernes de fritura, entendido.
La puerta de la entrada fue azotada por el desconocido amigo del desconocido que estaba recién conociendo.
—Ayuda, ayuda, ayuda.
Francesco se levantó de inmediato a recibir una de las tres cajas que traía apiladas sobre sus brazos. Pensar en cargar con todo ese peso desde el estacionamiento hasta la residencial me provocó dolor de estómago.
Viendo esto, me acerqué a quitarle una caja de encima, por mera cordialidad y un poco de empatía. La dejé sobre la mesa de centro, junto a la otra caja, y recé para que las patas de madera resistieran el peso.
Ambos chicos conversaron en voz baja mientras yo me enderezaba, dispuesto a marcharme. Me despedí, pero la mano de aquel extraño me detuvo cuando ya estaba por debajo del marco de la puerta.
—¿Te molestaría llevarnos a la cafetería?
Miré el reloj como si tuviese algo que hacer durante el resto de la tarde. Dudé un poco, pues lo único que quería hacer era ir a dormir hasta que Falk pensara que estaba muerto y me despertara de un grito en el oído. Iba a decir que tenía que solucionar ciertos temas en rectoría hasta que mi estomago crujió.