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—Dijo que algo había ocurrido y debía correr

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—Dijo que algo había ocurrido y debía correr. Mencionó una clase de álgebra o cálculo, no recuerdo muy bien.

Matt y yo caminábamos a paso lento por el campus. No me percaté de lo desértico que estaba hasta que escuché el silencio. Nada de voces, ni bullicio. Seguramente era esa hora en la que todos tienen una clase o están agotados del inicio de semana y se largan a sus habitaciones a imaginar un mundo en el los títulos universitarios son regalados en cada semáforo. Matt volvió del baño sin Judas, y aunque me hubiese gustado darle las gracias de nuevo por su ayuda, era comprensible que le saliera un apuro tan de improvisto. Después de todo, así es la vida universitaria: llena de sorpresas, la mayoría no tan agradables.

—Ha sido muy simpático —aplasté una hoja seca y el sonido provocó un agradable cosquilleo en mi nuca—, espero volver a encontrármelo por ahí algún día.

Matt asintió sin mucha emoción.

—Serían buenos amigos. No tanto como tú y yo, pero sí buenos amigos.

Le di un suave empujón y su risa cohibida a causa el imponente silencio causó cierto pesar en mi vientre: sabía que la hora de decir adiós se acercaba. Nuestras cabezas iban en dirección al auto, e imaginaba a Matt subiéndose, partiendo y alejándose en él para nunca más volver. Era estúpido, pero no lograba detener a mi cabeza de imaginar una vida sin él. Imaginaba cómo sería todo si, por alguna razón, mi vida en Woodvale se prolongara de forma indefinida. Imaginaba cómo sería vivir una vida allí, sin él ni la marca que había dejado en mí. En mi cabeza, su silueta de disuadía, mis mañanas se volvían aburridas, su voz se hacía más criptica y su rostro se sentía cada vez más desconocido. Matt se convertía en un recuerdo, e incluso antes de marcharse, mutaba en un concepto familiar destinado a añejarse y difuminarse con el tiempo. Caí en cuenta de que una vida sin él sería incómoda, ajena y poco afín.

—No sé cómo soportaré el viaje de vuelta, estoy exhausto.

Y mi cabeza solo asentía al escucharlo hablar, mientras que mi corazón se detenía al compás de su sonrisa. Entonces, el cuadro de un vivir sin Matthew se fue expandiendo con rapidez, abarcando todo lo que conocía como vida: mi casa, mis padres, mi cama, las frías mañanas de Humboldt en las que miraba por la ventana y buscaba el olor de la cafetera hasta encontrarlo junto a mi padre, quién siempre estaría jugando sudoku en la mesilla de la cocina; las caminatas alrededor del barrio durante la hora dorada y el sol pegándome con tanta sutileza en el rostro, casi como si cuidase de mí.

Era estúpido, insisto en ello. Corta sería mi estadía en Woodvale, y mi vida seguiría siendo la misma una vez terminaran de reconstruir la facultad, lo sabía. Sin embargo, estando tan lejos de casa y tan cerca de lo extraño, era fácil perderse en ese universo alterno en el que lo momentáneo se convierte en eternidad, ese universo en el que los "y si" son un "ahora".

Y quería dejar de pensar en ello. Matt hablaba, yo fingía que entendía sus palabras y mi alma se partía al recordar que estábamos a minutos del "nos vemos" más largo de nuestra vida. La necesidad de sentir su calor por una última vez me atrajo a su lado como si fuese un imán, entonces ambos caminábamos con los brazos pegados y una sensación boba sobre el pecho.

—Espero que me extrañes.

El vehículo se materializó delante nuestro de forma repentina, como si fuese una aparición fantasmagórica. Mi corazón se pudría con cada segundo, y mis piernas temblaban como si perdieran toda su firmeza e independencia. Me aferré a mi fuerza interior y confié en ella para no terminar rompiendo en llanto.

—No seas un imbécil —exclamé con humor, ocultando un poco mi tristeza.

—Yo sé que lo harás, porque yo lo haré.

Nuestros pies se plantaron al cemento una vez llegamos al límite de la acera, luego ambos miramos el auto sin mover un solo músculo. Su respiración era más sonora que antes, y el pesar en mi vientre se había transformado finalmente en un dolor de estómago entorpecedor. Iba a decir algo, pero sus dedos se aferraron a mi hombro, cortando toda lógica en mi cabeza y haciendo que perdiera la estructura de mis palabras. La agradable presión de sus ojos observando cada detalle de mi rostro me debilitó por completo y, con todo el miedo que una persona podría llegar a sentir, me giré en su dirección.

Su mueca lo gritaba a los cuatro vientos: gritaba lo mucho que odiaba este nuevo cambio, lo mucho que anhelaba poder quedarse. Fue entonces cuando me acercó con gentileza hacia su pecho y me sostuvo entre sus brazos, apretándome con fuerza, casi cómo si planeara aferrarse a mí por el resto del año. No quería apartarme, y quizá por eso él fue el primero en separarse, porque sabía que yo carecía de las agallas hacerlo.

—No hagas estupideces, ¿vale? —dijo mientras se subía al asiento del piloto— Te quiero vivo y con todas tus extremidades cuando vuelvas.

El sonido de la puerta cerrándose hizo que diera un pequeño brinco. Asentí mientras abrazaba mi propio torso, escondiendo las manos por debajo de las axilas.

—Cuerpo completo y latiente, entendido.

Se le escapó una risa antes de negar con la cabeza y darle cuerda al motor. El descapotable crujía y temblaba, pero sus ojos se aferraban inmóviles a los míos.

—Ya te sientes lejano, Francesco.

El auto soltó un rugido antes de desaparecer junto con su rostro. Lo vi alejarse, con los labios temblantes y el ceño fruncido, y fui sintiendo mi rostro enfriarse. De un segundo a otro me encontré a mí mismo hundido en la soledad, sin nadie a quien mirar, sin nadie a quien temer. Sentí el terror de estar completamente por mi cuenta, por primera vez en mi vida y sin oportunidad de ir marcha atrás. Retrocedí sin dejar de mirar la salida de vehículos del campus, dibujando con mi mente el auto de Matt, el cual se habría quedado estático antes de desaparecer si de mi hubiese dependido.

La vida era una mierda a veces, lo recordé al caminar conmigo mismo de vuelta al cuarto, atravesando los vacíos y tristes caminos del campus. Cerré los ojos e intenté convencerme a mí mismo de que pronto estaría de vuelta en casa. El tiempo debe darse prisa, pensé antes de suspirar y aceptar que Matt no volvería.

JeniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora