11

22 1 0
                                    

La enfermera me apuntaba con aquella irritante luz hacia los ojos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La enfermera me apuntaba con aquella irritante luz hacia los ojos. Me hacía un montón de preguntas estúpidas, acompañadas de un montón de procedimientos y examinaciones estúpidas. Todo era tan estúpido, tan irrisorio, tan burdo, tan absurdo.

—Me siento bien —insistí—. No es para tanto.

Pero claro, a ella no le importaba lo que yo tuviese para decir, pues su trabajo era asegurarse de que no muriera bajo el regazo de la universidad, así que la dejé proseguir con todo el protocolo, los toqueteos y las preguntas. A lo lejos, por fuera de la enfermería, estaban Falk y la extraña, probablemente burlándose y haciendo uno que otro chiste sin gracia acerca de la situación. Los veía a través de la ventana, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, como si de un pequeño infante frustrado se tratase.

—Levanta un poco el brazo.

Me sentía derrotado. Sí, quizá acababa de pasar por la peor vergüenza de mi vida, pero me dolía más el hecho de haber fallado en mi misión de demostrar que puedo ir mucho más rápido que "dos metros por semana". Tenía tanta, tanta rabia. Si aquel termómetro que acababa de colocar la enfermera en mi axila marcaba más de 37 grados, era muy probable que fuese a causa del enojo que hervía mis venas.

—Parece que estás bien por ahora —la enfermera comenzó a esterilizar y guardar todos sus implementos y artilugios—, pero te ruego que vengas si comienzas a sentirte mareado o desorientado. Si es posible, ven mañana para una segunda revisión. El golpe fue fuerte.

—Seguro —recogí mis cosas fingiendo calma—. Gracias.

Salté de la camilla y caminé lentamente hacia la salida. El sol me pegó en el rostro, dejándome casi ciego, pero no me importó, porque allí estaban ellos dos: sentados en una banca, conversando acerca de Dios sabe qué. No lograba concebir cómo mi amigo había decidido aliarse con aquella harpía. Me quedé de pie, observándolos a lo lejos, aprovechando que aún no se daban cuenta de que ya había salido de la sala de emergencia.

Era hora de tragarme mi rabia, pues por mucho rencor que le haya podido acumular a aquella rascacielos, debía demostrar ser lo suficiente maduro como para colocar de lado mi odio y entablar una conversación. Era eso o tomar otro camino, dándome a la fuga para nunca más cruzar destinos con ella.

Mi decisión era más que obvia.

J: Estaré en el piso. Dile a tu nueva amiga que, de todas formas. soy más rápido que ella.

Tras mandarle un mensaje a Falk, me escabullí a través de un par de árboles y tomé el camino más largo hacia la residencial. Mis pasos era débiles, tan débiles que hasta pensé en volver y pedirle a Falk que me cargara hasta mi cama. Cada metro costaba, cada respiro dolía. Mis quejidos se hacían presente con cada paso, llamando la atención de todo estudiante que se cruzara por mi camino. Caminé, caminé y caminé, aferrándome a la poca resistencia física que poseía en el momento.

JeniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora