Esperar por justicia divina es una total pérdida de tiempo, o al menos así lo ve Judas. Francesco, por otro lado, prefiere no mancharse las manos con asuntos que están lejos de convertirse en suyos.
No es decisión de ellos necesitarse el uno al otr...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Vamos, una más.
Falk tenía demasiad cualidades, atributos, talentos, inteligencias y hobbies como para ser un simple universitario. Según muchas bocas, él era el estudiante ejemplar, aquel hombre que todos debían aspirar a ser; sin embargo, yo discrepaba rotundamente con ello. Sí, quizá Falk tenía su vida demasiado en orden para alguien de su edad, y sí, era un estilo de vivir bastante envidiable para el promedio de personas (así como... todo el mundo), pero no todo era tan asombroso. Él no lo admitía, pero ser así de perfecto era algo imposible sin un poco de frustración, por muy poca que sea.
Yo, por mi parte, me negaba a aceptar que Falk era capaz de llevar aquella vida sin sufrir de pequeños colapsos mentales de vez en cuando, aquellos pequeños deslices y gajes propias del ser humano. Así que, con toda la flojera y pesar del mundo, me propuse a acompañarlo al gimnasio de la universidad por un día. Solo quería tener una probada de como era su vida y que tanto "esfuerzo" y "disciplina" tomaría ser como él por un par de horas.
Fallé rotundamente.
—No puedo —me arrojé al suelo luego de mi intento fallido de lagartija—. Mis brazos no sirven.
—Ni si quiera hemos empezado —Falk miraba a su alrededor con una sonrisa incómoda en su rostro.
—Bueno, disculpa por ser un simple mortal —mantuve mi cuerpo adherido al suelo, completamente rendido.
Él se rio a carcajadas sobre mi casi inerte cuerpo. En mi defensa, habían pasado años desde la última vez que estuve dentro de un gimnasio (o hecho ejercicio en lo absoluto). Quizá yo no estaba manufacturad para ser un gym bro. Quizá era mucho más eficiente y funcional cuando de estar acostado en un sofá comiendo oreos y bebiendo Dr. Pepper se trataba. Quizá mi destino era ser uno de esos gordinflones calvos de lentes que viven en su oficina mientras hacen chistes de los cuales nadie se ríe.
Y allí estuve durante unos buenos minutos, regado sobre el suave suelo de colchoneta, esperando a que mi cuerpo retomara las fuerzas suficientes como para renacer de las cenizas. Mi compañero había comenzado ya con su rutina de ejercicios, la cual parecía ejecutar casi sin esfuerzo alguno. Al verlo, no podía evitar imaginarme a mí mismo con un cuerpo como el de Falk: sería imparable, por no decir poderoso. Se me subirían los humos hasta la estratófera, es verdad, pero tendría mucha más confianza de la que tenía. Me imaginaba caminando sin playera por la playa, con un montón de ojos sobre mí. Un montón de chicos y chicas admirando mi cuerpo, admirándome a mí. Algún día lo lograría, pero hasta entonces, solo podía permitirme el delirio.
—¿Cuánto tiempo pretendes quedarte ahí?
Como si el solo hecho de hacer un millón de sentadillas sin si quiera soltar una sola gota de sudor no fuese suficiente, Falk también podía darse el lujo de hablar mientras hacía trizas su tejido muscular. Increíble.
—Amigo, me estoy muriendo.
Cerré los ojos por unos segundos. Quizá pegarme una siesta mientras Falk terminaba sus ejercicios era lo adecuado. O quizá no, pues sentí aquellos grossos y mutantes brazos enroscarse alrededor de mi cuerpo, levantándome por encima de mi propia estatura. Golpeé la espalda de Falk con ímpetu, pero sabía que eso no provocaría nada en lo absoluto. De un segundo a otro, ya no estaba tirado en el piso, sino que en una de las veinte trotadoras del gimnasio.